Suelta amarras (Camino 8-12)

«Mi experiencia de Dios me ha llevado en el transcurso de mi enfermedad: A vivir la enfermedad con normalidad, procurando no crear más situaciones excepcionales que las necesarias. No volverse mimoso, ni impertinente, ni acaparador. Sí he tenido, sin embargo, la disposición de dejarme cuidar con sencillez; suerte que he tenido al ser atendido sencillamente por los míos. A liberar a los demás de estar pendientes de mí, en cuanto a la preocupación, atención, visitas o teléfono. He aprendido a vivir la presencia solidaria de los otros a distancia, sabiendo que la enfermedad, como todo el camino de la vida, lo hace cada uno solo y desde dentro, aunque en relación. Y, ante todo, a lo largo de mi enfermedad, he procurado mantener una actitud vital, aun en los momentos más difíciles. La enfermedad ha sido una etapa de mi vida que merecía la pena vivirla con intensidad, profundidad, radicalidad, un cierto entusiasmo y alegría… ¿Quién me podría asegurar que ése no iba a ser el último tramo de mi vida? Y ¿cómo no me iba a apresurar a vivirlo a tope? Puedo decir que, por desgracia, he tenido la suerte de estar enfermo y poder así vivir facetas de la vida que, mientras estaba sano, habían pasado casi desapercibidas: la debilidad, la limitación, el dolor, lo importante y accidental, lo que vale y lo inútil, el asumir la propia historia, el aceptarte como eres, la capacidad de autocrítica, la perspectiva del cambio, el asumir la muerte, el abrirte al futuro, la esperanza desesperada… ¡Tantas veces!» (Jesús Burgaleta).

VIRTUDES GRANDES

«Entablar bien el juego». Seguimos en la escuela de oración, aprendiendo como niños los caminos de la oración. Jesús, en el relato de los dos que subieron a orar, nos dice lo importante que es hacer un buen planteamiento de la vida para que la oración sea auténtica (cf Lc 17,9-14). Teresa de Jesús habla de «entablar bien el juego», de colocar bien las piezas. Una práctica de la oración sin haber formado antes al orante en la práctica de las virtudes es un desatino. No se trata de asustarnos sino de ponernos en verdad para iniciar un trato de amistad con Dios, el amigo verdadero. No pueden llamarse amigos aquellos que viven valores contrarios. La amistad implica un estado de no ofensa a la persona amada. No todo da igual.

Necesidad de las virtudes. Las virtudes nos ayudan a vivir el momento presente con sentido, son una constatación de que el reino de Dios está en medio de nosotros. Las virtudes nos ponen en actitud de apertura y de disponibilidad para descubrir y gozar de la presencia de Dios. Las virtudes enamoran al alma de Dios. «No las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia sino el amor del prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito sino el deseo de ser y de saber» (Natalia Ginzburg).

«HABÉIS SIDO LLAMADOS A LA LIBERTAD» (Gal 5,13)

Un tema fuerte para poder orar. Teresa de Jesús propone vivir la virtud de la libertad para iniciarnos en la oración. El motivo es que el orante debe sentirse libre para quedar disponible a la voluntad de Dios. El estar atados a cosas, a personas o a sí mismos, impide cualquier actitud de entrega. «¿Pensáis que es poco procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes?» (C 8,1).Sin la libertad, la oración se queda en palabras, en deseos ineficaces, en nada, no es posible la entrega «al verdadero amigo» (C 9,4). La libertad es nuestra vocación: «Pues no recibisteis un espíritu de esclavitud para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!» (Rom 7,15).

Camino de Damasco. No solo es necesaria la libertad exterior, sino también la libertad interior. «Dios no se ha tomado el cuidado de crearnos para permitir luego que seamos con él unos asfixiados» (Madeleine Delbrel). Para ello tendremos que recorrer el camino de Damasco, como Pablo de Tarso, a donde entró consciente de su ceguera, guiado por las manos de otros y conducido hasta Ananías para reencontrar junto a él la capacidad de verlo todo de una manera nueva (cf Hch 9,1-25). Hasta poder decir con Teresa de Jesús: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía II, En las manos de Dios). Al querer lo que Dios quiere, nuestra libertad y la de Dios se unen.

CAMPOS EN LOS QUE EDUCAR LA LIBERTAD

Un canto difícil. La libertad es un canto difícil. Muchos son los campos de nuestra vida que requieren educación. Teresa de Jesús se fija en dos o tres como ejemplo.

Educación de nuestra dimensión corporal. La relación oración-cuerpo tiene en nuestros días una relevancia particular. El cuerpo debe estar preparado para la oración. Quien ora es la persona en su unidad integral. Teresa de Jesús habla de liberarnos de un cuidado excesivo del cuerpo. «Somos algunas tan regaladas de nuestro natural… y tan amigas de nuestra salud, que es cosa para alabar a Dios la guerra que dan» (C 10,2). Teresa, que es enferma crónica, sabe lo que las enfermedades nos pueden atar. El verdadero riesgo consiste en crearse un centro de atención en el propio cuerpo. «Como soy tan enferma, hasta que no me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada» (V 13,7).

Liberarse de los miedos. El miedo revela dos cosas: estamos atados y no seguros. Estamos atados en la medida que tenemos miedo de perder la salud, los bienes –objetos o personas-, nuestra vida misma. No estamos seguros, porque nos sentimos incapaces de detener la amenaza que pende sobre lo que nos interesa. El miedo duerme en el fondo de nosotros mismos y utiliza nuestra vida desde dentro. El miedo nos esconde la vida verdadera y por eso es una forma de mentira. El abandono confiado en Dios nos ayuda a atravesar los miedos y a caminar en esperanza. «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí» (Jn 14,1). Teresa de Jesús habla de tragarse de una vez la muerte. «Dejaos toda en Dios, venga lo que viniere. ¿Qué va en que muramos? Y creed que esta determinación importa mucho más de lo que podemos creer» (C 11,5). «El miedo llamó a mi puerta; salió la fe a abrir y no había nadie» (Martin Luther King).

Liberarse de afrentas y agravios. ¡Cómo nos pueden enredar! No a todos podemos caer bien, ni todos nos van a tratar bien. Llevar en el corazón todo lo que nos han hecho de malo puede hacernos olvidar todo lo que Dios nos ha hecho de bueno, nos puede llevar a caer en el victimismo, que «es un tóxico que mata la perfección» (C 12,7). Solo desde la liberación podemos decir al Señor: «Aquí estoy» (Rom 12,1), o con palabras de Teresa de Jesús: «Aquí está mi vida, aquí está mi honra, y mi voluntad; vuestra soy, disponed de mí» (Vida 21,5).


Momento de Oración

Comienza abriendo tu vida a Dios: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Cuando orientas tu vida a Dios, ya gozas de su presencia.

Mira a Jesús. Visualiza en tu interior su imagen de caminante de la libertad, entregando su vida al Padre para bien de todos los perdidos de la tierra.

Pregúntate con calma de qué te tienes que liberar para poder ofrecerle al Señor tu vida. Pídele con sencillez a Jesús que te libere.

Libérame, Jesús, del miedo a la enfermedad. Libérame, Jesús, del miedo a la muerte. Libérame, Jesús, del miedo a ser tenido en menos. Libérame, Jesús, de las preocupaciones inútiles. Libérame, Jesús, de la envidia, de la maldad, del rencor.

Escucha este relato y hazlo tuyo:

Durante siete años no pude dar un paso. Cuando fui al gran médico, me preguntó: ¿Por qué llevas muletas? Y yo le dije: «Porque estoy tullido». «No es extraño», me dijo. «Prueba a caminar. Son esos trastos los que te impiden andar. ¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!» Riendo como un monstruo me quitó mis hermosas muletas, las rompió en mis espaldas y sin dejar de reír, las arrojó al fuego. Ahora estoy curado. Ando. Me curó una carcajada. Tan solo a veces, cuando veo palos camino algo peor por unas horas (Bertol Brecht).

Termina tu oración con una ofrenda a Dios, con tus manos abiertas al Dios del amor. Que tu libertad camine junto a la suya para hacer el bien a todos.

Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí.

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