- Salmo 8: Una pregunta inquietante. ¿Quién soy?
- Salmo 14: Huéspedes de Dios
- Salmo 15: Un grito de alegría
- Salmo 22: El Señor es mi pastor
- Salmo 28: La voz del Señor
- Salmo 35: Un himno al amor de Dios
- Salmo 45: Dios con nosotros
- Salmo 46: ¡Pueblos de la tierra, bendecid a Dios!
- Salmo 56: La alegría de la luz
- Salmo 62: Tú eres mi Dios
- Salmo 66: Dios es para todos
- Salmo 86: La danza de los pueblos
- Salmo 97: El aplauso de la creación al Señor
- Salmo 111: Retrato de los amigos de Dios
- Salmo 125: La grandeza de Dios
- Salmo 129: Un grito al Dios de la misericordia
- Salmo 130: Caminos de sencillez y confianza
- Salmo 132: El perfume de la fraternidad
- Salmo 145: El camino de la confianza
- Salmo 150: Alabanza de gloria
Los dones de Dios nunca son de propiedad privada; los recibimos para la comunión, los ponemos en medio de la comunidad como presencias alentadoras para el camino. Este es el motivo hondo que ha guiado nuestro trabajo de preparar, semana a semana, un Salmo, para orar, con él, en grupo.
La tarea la hemos llevado a cabo desde el CIPE, un centro de iniciativas de pastoral de la espiritualidad. Y la hemos compartido con un grupo de hombres y mujeres, buscadores apasionados de Dios en esta hora, en la Casa de la Iglesia de Burgos. La experiencia ha sido muy gozosa y muy bella. Podemos decir, con verdad, lo que tantos testigos: Los Salmos nos han dado el lenguaje para poder entendernos con Dios. «¿Qué hay mejor que un salmo?… El salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe» (San Ambrosio).
Hemos comentado y orado veinte Salmos. Lo hemos hecho siguiendo este proceso: Breve introducción, lectura del Salmo, comentario detallado, diálogo con los participantes, PowerPoint, momento de oración.
Al cruzar sin prisa el paisaje de los Salmos, hemos descubierto que son algo más que una obra poética, que no es poco; hemos comprobado que son algo más que una sucesión de imágenes, algunas de ellas bellísimas; hemos encontrado que son la experiencia desbordante de Dios de un pueblo que aprendió a vivir con Dios las pequeñas historias de cada día. Aguas de muchos ríos, experiencia de mucha gente, pan amasado con muchos granos de trigo, al entrar en los Salmos hemos percibido el perfume de la gratuidad. Hombres y mujeres, de Israel, se han atrevido a decir en voz alta las cosas cotidianas, leídas con ojos de fe. ¡Gracias!
Cada Salmo ha sido para nosotros como un espejo de nuestras rebeldías, agonías y resurrecciones, en el que hemos visto nuestro rostro con más claridad. Los Salmos han recreado nuestra identidad de hombres y mujeres, que intentan perforar la realidad, en busca de pozos para la sed. Al encontrarnos con la belleza fascinante de cada salmo se han despertado en nosotros las memorias hondas, creyentes, que todos llevamos, como semillas, en lo hondo del corazón, creado a imagen y semejanza de Dios.
Los Salmos han poblado nuestro interior de símbolos de bondad, de confianza, de ternura, de misericordia. Y como si de una fuente se tratara, nos ha brotado la oración de súplica, el grito de dolor, las preguntas orantes, la alabanza más limpia, la adoración del callado amor. Cada Salmo, más que un libro, se nos ha mostrado como un ser vivo que habla, que sufre, canta, que se nos mete en las entrañas y nos ayuda a expresar ante Dios lo que llevamos dentro.
Lejos de ser fósiles, los Salmos nos han parecido actuales, capaces de superar nuestra mudez ante las maravillas de Dios. A su luz hemos leído y cantado nuestra propia vida. «¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas» (San Agustín).
Los Salmos nos han hecho más misioneros de las maravillas de Dios, Incluso podemos decir que, al orar cada Salmo, lo hemos recreado de nuevo, como si nosotros fuéramos los salmistas. Porque no sólo hemos intentado entender lo que en ellos había, sino encontrar lo que llevamos dentro, como niños que necesitan palabras, que vienen de fuera, para poder decirse. «Penetrados de los mismos sentimientos con que fue compuesto y cantado el Salmo, nosotros nos hacemos como autores del Salterio, lo engendramos del fondo de nuestro corazón como sentimientos naturales que forman parte de nuestro ser» (Abad Isaac).
Los Salmos han sido para nosotros una escuela en la que Dios, Padre y Madre, nos ha repetido con distintos tonos lo esencial para nosotros.
Los Salmos han recreado en nosotros caminos de solidaridad y de entrega. Hemos orado los Salmos con Jesús. El ha llevado a plenitud el Salmo. El es el mejor salmista de cada susurro orante. El y el Espíritu nos han enseñado a decir, confiadamente, Abbá, Padre, Madre. Os ofrecemos este camino por si os sirve. Somos humildes testigos de que quien come del fruto de estos árboles, plantados junto a la acequia, encontrará la alegría para seguir a Jesús en medio de la comunidad. «Quién está afligido encuentra en la lectura de los Salmos un gran consuelo, quien es tentado o perseguido saca de ellos la fuerza para resistir y recoge la protección del Señor que ya quiso proteger al salmista, quien está en pecado encuentra la alegría» (San Agustín).
Pedro Tomás Navajas – María Rosario Gil