Señor Jesús, luz que brillas en las tinieblas, tú que amaste de todo corazón los mandatos del Padre, tú que, incluso en medio de las angustias de la pasión, conservaste tu corazón firme, seguro y sin temor y viste derrotados a tus enemigos, la muerte y el pecado, danos parte de tus bendiciones: haz de nosotros luz del mundo y sal de la tierra, concédenos un corazón seguro y sin temor y haz que en el último día, por haber amado de corazón tus mandatos, podamos alzar la frente con dignidad.
1 ¡Aleluya!
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
2 Su linaje será poderoso en la tierra, l
a descendencia del justo será bendita.
3 En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
4 En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
5 Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
6 El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.
7 No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
8 Su corazón está seguro, sin temor,
hasta ver derrotados a sus enemigos.
9 Reparte limosna a los pobres,
su caridad es constante, sin falta
y alzará la frente con dignidad.
10 El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.
1. EL SECRETO DE LA FELICIDAD
El ser humano de todos los tiempos siempre es un buscador de la felicidad; por tanto, no todo le da igual. Valora aquello que conduce al bienestar en sentido amplio, para sí y para todos. Eso no significa que siempre esté dispuesto a poner en práctica los medios que conducen a ese fin y que no caiga en flagrantes contradicciones e incoherencias. Así, por ejemplo, quiere la salud y, a la vez, la deteriora constantemente; busca la paz y fabrica armas; le duele que haya millones de personas muertas de hambre, pero acumula riquezas, dejando a una gran parte de seres humanos a la intemperie; busca el gozo, pero se margina de Dios, que es la fuente de las alegrías más plenas.
¿Dónde se encuentra escondido ese tesoro? Este salmo, usado por Israel para celebrar la renovación de la alianza, manifiesta, de forma didáctica, que el secreto de la felicidad está en la comunión amistosa con Dios y en la generosidad con los más necesitados. Jesús lo resumirá también en esto, cuando diga que la fuente de la alegría es el amor a Dios y al prójimo (cf Mc 12,29.31). Por otra parte, las resonancias de este salmo, en el evangelio del Reino predicado por Jesús, son muy abundantes.
2. LA AMISTAD CON DIOS
El salmista, cual si fuera un pregonero en medio de la plaza del pueblo, comunica que la buena relación con Dios es causa de armonía interior y exterior y abre en la conciencia un profundo manantial de paz. Es más, la bendición con que Dios bendice a la persona buena, alcanza también a la prosperidad, según la visión bíblica de la retribución, de sus bienes, de su familia, de sus tareas.
Comienza con un Aleluya que marca el tono de gozo que acompaña todo el salmo. Y sigue la bienaventuranza: «Dichoso…». La principal ventaja de la opción por Dios es el gozo que se sigue de amar a Dios y de poner en Él la confianza. El gozo, anunciado por Jesús en las bienaventuranzas, prometido en la última cena y comunicado en su resurrección, radica en la convicción de ser amados por el Padre.
En este salmo, al igual que en otros muchos pasajes de la Biblia, aparece el temor del Señor. A nosotros nos resulta difícil entender esto del temor. ¿Cómo podemos temer a Dios? ¿En qué consiste el temor? El temor de Dios no es pariente del miedo, no es un modo de aterrar a los hijos; no es tampoco la angustia ante el castigo que puede sobrevenir; al revés, genera confianza y fortaleza para vivir la vida. El salmo anterior a éste termina precisamente con esta joya: «Primicia de la sabiduría es el temor del Señor» (Sal 110,10).
¿En qué consisten las ventajas de la persona que se ha entregado de todo corazón a Dios y que cumple con fidelidad sus mandamientos? ¿Qué saca uno con ser amigo de Dios? ¿Cuál es el retrato de la persona bendecida por Dios? Ante todo, el de una persona feliz, que abunda en riquezas, que mantiene su serenidad por dentro y por fuera ante el acontecer de la vida, que no titubea a la hora de recorrer su camino, que alza la frente con dignidad, que es coherente con su fe contra cualquier alternativa de éxito ilusorio obtenido mediante la injusticia y la inmoralidad.
¿Es verdad esto? ¿Se da esto en la vida o más bien se experimenta lo contrario? A veces los hechos parecen desdecir lo que aquí pregona el salmista. ¡Cómo no recordar aquí un pasaje fuerte de la Biblia, como es el libro de Job! De nuevo tenemos que mirar a Jesús, el hombre bueno, para encontrar la respuesta. Al ver su vida nos podemos reafirmar en lo que anuncia el salmo, a la vez que corregimos visiones simplistas y milagreras de la vida. Y lo que vemos en Jesús: sus riquezas compartidas, su lucidez a la hora de plantearse cómo vivir, su firmeza en llevar a cabo el proyecto del Padre, su fidelidad a pesar de la noche oscura…, eso mismo lo vemos en hombres y mujeres que han seguido sus pisadas. Hablando de riqueza, así se expresa san Juan de la Cruz: «Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son mío, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti».
3. LA TAREA DE LA FRATERNIDAD
Junto a la opción por Dios está también la opción por las personas. Se trata de una opción nada teórica, sino comprometida con la persona en sus necesidades concretas. La experiencia del don de Dios lleva consigo una tarea de solidaridad fraterna. Cuando un judío oye estas dos palabras «clemente y compasivo» se las aplica a Dios. Al decirlas aquí como referidas a la persona, se está diciendo que la persona se ha puesto en la senda del corazón de Dios y que ha bebido en esa fuente la ternura y la compasión a fondo perdido. «Sed santos porque yo soy santo» (Lev 19,2), que se puede también traducir: «Sed compasivos porque yo soy compasivo».
El salmo proclama la bienaventuranza de quien da, de quien no utiliza sus bienes y dones para sí mismo, de quien ejercita a diario la compasión. Al amigo de Dios, bendecido con un torrente de gracia (cf Ef 1,8), nada se le queda entre las manos, es amigo de dar y sabe también recibir en un admirable intercambio de bienes. Quien vive así, goza de la amistad con Dios, «que ama a quien da con alegría» (2Cor 9,7) y se convierte en una luz y en una esperanza en medio de este mundo, especialmente para los más desfavorecidos. «Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía» (Is 58,10).
El justo, acogiendo la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas abundantes. Los versos: «Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta y alzará la frente con dignidad» expresa la admirable generosidad, constante y gratuita, de los amigos de Dios. «Quien goza dando y no siembra con mezquindad, para no recoger del mismo modo, sino que comparte sin tristeza, sin hacer distinciones y sin dolor; esto es auténticamente hacer el bien» (Clemente Alejandrino).
La memoria del justo será perpetua. Ningún justo nos dejó, como Jesús, una tarea a realizar en memoria suya. Después del lavatorio de los pies, dice Jesús al grupo de sus amigos: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19). ¿Quién arrancará la memoria de Jesús de su Iglesia? Sus amigos son la memoria y la prolongación Jesús en la historia, hasta dejar la antorcha en manos de la próxima generación y ser admitidos en la memoria de Dios.
El dinero, la riqueza, ¿son de por sí injustos?, ¿pueden servir para el bien? Este es el comentario que hace Clemente Alejandrino: «Jesús declara injusta por naturaleza cualquier posesión que uno conserva para sí mismo como bien propio y no la pone al servicio de los necesitados; pero declara también que partiendo de esta injusticia se puede realizar una obra justa y saludable, ayudando a alguno de los pequeños que tienen una morada eterna junto al Padre (cf. Mt 10,42; 18,10)».
En contraste, típico de la literatura sapiencial, junto al retrato de la persona que actúa con justicia, generosidad y compasión, está el retrato de la persona injusta, sobre la que se cargan las tintas de lo negativo. Vive en la envidia y en la amargura, porque no puede soportar el triunfo y la alegría de las personas honradas. El rechinar los dientes que, de ordinario, es un gesto agresivo, de burla o amenaza, se vuelve aquí inofensivo; su estilo de vida no tiene futuro porque no abre futuro a los que no lo tienen.