Salmo 132: El perfume de la fraternidad

Este salmo es un antídoto contra el desprestigio de la comunidad, contra el pesimismo de quien dice: «hagamos lo que hagamos, nada va a cambiar»; contra la desorientación de quienes no saben por dónde empezar. Frente a tanto cuadro sombrío, es de agradecer poder encontrarse con esta bocanada de aire fresco. Una comunidad, mirada con belleza, es palabra de Dios. «Solo porque Dios es comunión y porque, en Cristo, ofrece su misterio como campo de ser para los hombres, la palabra del Credo pueden ampliarse y afirmar: «Yo creo en la comunión de los santos», esto es, de los creyentes, de los hombres. El paso es claro y así lo ha formulado la primera carta de san Juan: «Si tenemos comunión con Dios… tendremos que estar en comunión unos con otros» (1Jn 1,6-7), realizaremos la existencia como vida compartida, nos amaremos y ayudaremos mutuamente, confiaremos los unos en los otros.

Solo la unión con lo santo es capaz de ofrecer un fundamento duradero, inextinguible a la unión entre las personas. Todas las restantes formas de unidad se mantienen en niveles periféricos y acaban derivando en soledad, desinterés, batalla mutua o inserción impersonal que no deja que seamos libres.

La hondura del Espíritu de Dios es comunión; comunión será el efecto del Espíritu en nosotros, el sentido de la Iglesia. Esta unidad de comunión en fe, que es propia de los creyentes, inaugura la persona nueva, una persona capaz de compartir la vida desde Cristo, asumiendo las diversidades (varón-mujer, griego-judío), e integrándolas en un campo más alto de enriquecimiento y donación, de gratuidad y de servicio» (Javier Pikaza).

1 Ved: qué dulzura, qué delicia,

convivir los hermanos unidos.

 

2 Es ungüento precioso en la cabeza,

que va bajando por la barba,

que baja por la barba de Aarón

hasta la franja de su ornamento.

 

3 Es rocío del Hermón que va bajando

sobre el monte Sión.

Porque allí manda el Señor la bendición:

la vida para siempre.

1. UNA INVITACIÓN A MIRAR EL GOZO

El salmista hace de reportero del gozo, invita a mirar una bienaventuranza, quiere compartir con su gente sus emociones más intensas. Es más, quiere que los que le escuchan disfruten, con él, de su asombro y que el gozo toque sus sentidos y les inunde el corazón. Su invitación al encuentro con Dios pasa por la mirada, por los sentidos, por el gozo compartido de muchos hermanos y hermanas en una fiesta.

El salmista escribe su propia vida, su experiencia, lo que ve, lo que goza. Quizás detrás esté también la sombra, el dolor, tantas experiencias cainitas de desencanto («homo homini lupus»), de destrucción. Su canto de gozo es un emocionado y valiente contraste a la guerra, siempre entre hermanos, a la división de los cristianos, siempre entre hermanos, a todo enfrentamiento en la vida de cada día, siempre entre hermanos.

Lo hace con muy pocas palabras, pero con una gran fuerza expresiva en las imágenes; para que algo sea significativo no necesita ser grande. Un poco de perfume basta para llenar de buen olor toda la casa, unas pocas palabras son capaces de envolver a los orantes en una atmósfera de gozo.

Su pensamiento lo desarrolla en tres partes: Una invitación a prestar atención a la alegría de los peregrinos reunidos en el templo, dos comparaciones preciosas, del ungüento y del rocío, para expresar el significado del encuentro, y una consideración teológica de la unión fraterna, como lugar donde Dios bendice con abundancia al pueblo.

2. LA ALEGRÍA DE LA COMUNIDAD REUNIDA

El salmo es un canto de peregrinos, y solo con aire de peregrinos, buscadores de símbolos y de la mística de la comunión, podemos acercarnos a su belleza. Porque en esta ocasión no es la ciudad ni el templo lo que hay que mirar; ahora, el signo del gozo es una comunidad reunida, con gentes de todas partes reunidas para la fiesta. La comunidad reunida es una parábola de la vida humana.

Los peregrinos ya están en Jerusalén, ya han entrado en la explanada del templo. ¡Cuánta fiesta! ¡Qué gozo tan grande se ve en los rostros y se escucha en las voces y en las risas! Hace poco eran desconocidos, pero el camino de la fe les ha hecho amigos, hermanos, creyentes en el mismo Dios. Ahora todos se saludan, se besan, comen y beben juntos. Detrás quedan los ambientes hostiles, el encuentro con rostros que apenas dicen nada; ya ni se acuerdan de las lágrimas amasadas con el barro tan humano de la discordia; han quedado lejos los momentos de sufrimiento, al tener que vivir la fe en medio de la soledad, del sufrimiento, de la burla. Ahora todos son hermanos. Tocan las promesas hechas al pueblo, anticipan lo que un día se dará en plenitud. Dios se hace presente en la fraternidad. El amar a Dios se explicita en el amarse mutuamente; el creer en Dios, en el creerse unos a los otros; esperar en Dios, implica, finalmente, ofrecerse mutuamente un campo de esperanza. «Es la gracia de Dios la que hace habitar unidos a los hermanos» (San Agustín). «Esta vida es un cielo si le puede haber en la tierra» (Santa Teresa).

Como una dulzura, como una delicia, así define el salmo lo que se vive en Jerusalén en un día de fiesta. Quien ha participado en encuentros de este tipo puede entender la mística del encuentro, la alegría inmensa que se percibe en el salmo y la belleza que deja en el corazón la unión de los hermanos. Es el mejor antídoto contra la soledad, la tristeza, la debilidad, la desesperanza.

El salmo es un canto a los que, animados por el Espíritu, convierten la pregunta «¿Dónde está tu hermano?» en proyecto de comunión. Es un canto a Jesús, que alentó un mundo nuevo de hermanos y hermanas, donde todos tuvieran sitio, palabra, tarea. La Iglesia tiende siempre al surgimiento de una comunión de hermanos-amigos que, escuchando la Palabra y recibiendo agradecidos el misterio, comparten mutuamente la palabra y se comunican juntos en la cena que recrea y enamora. «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8).

3. COMO PERFUME Y ROCÍO

El gozo no tiene perfil ni contornos precisos; es algo así como una atmósfera, como un ambiente. ¿Podrá el poeta darle a esto forma y palabra?

El aroma no tiene contorno preciso; te envuelve y te penetra; «la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12,3). Es un placer respirarlo hondamente. No solo lo siente el olfato, sino también los pulmones y todo el cuerpo. Pues así es una familia de hermanos unidos.

El salmo habla del perfume, hecho de mirra y cinamomo, de caña de olor y de acacia, que sirve para condimentar los alimentos, para dar agilidad al cuerpo, para consagrar al sacerdote y al rey al servicio del pueblo. Al poeta le interesa destacar que, a medida que el aceite perfumado resbala por la cabellera y la barba del sumo sacerdote hasta el cuello de los ornamentos sacerdotales, el aroma se extiende a todo el pueblo, que adquiere así conciencia de pueblo sacerdotal, ungido para la alegría. Así es la fraternidad: ungida, consagrada, aromática. ¿Y la franja de su ornamento? ¿Qué es? ¿Solo un adorno? ¿Cómo se explica un adorno en un poema tan avaro en palabras? El aceite se encuentra con la franja en la que están grabadas las iniciales de cada tribu. El orante tiene a su cargo una familia, cuando ora, la bendición de Dios desciende sobre todos los que lleva en el corazón. «Cristo, por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento… Somos el buen olor de Cristo» (2Cor 2,14-15).

La otra comparación habla del rocío. En los días calurosos, cuando el sudor seca y deshidrata, la humedad se condensa en forma de rocío y se experimenta una frescura repentina; los poros se abren para disfrutarlo. Pues así es una familia de hermanos unidos, así es el signo del amor en la existencia de las personas.

En la tierra reseca de Palestina, el rocío es señal de vida y garantía, a pesar de la falta de lluvia, de una buena cosecha. El rocío, así pensaban, desciende del monte sobre la explanada del templo. El monte Hermón, 2700 metros, alto y misterioso, cubierto de nieves, situado en la frontera nordeste de Palestina, es, hasta hoy, fuente de vida para toda la zona. Cuando se produce el deshielo, alimenta las fuentes del río Jordán, cuyas aguas descienden, regando la tierra, trayendo bendición y vida para el pueblo, para comer. El Hermón es símbolo de fertilidad. Un rocío celeste, traído desde una alta montaña: así ha de ser la fraternidad, así es la gracia que baja y llega a los que están más abajo, embelleciéndolos.

4. LA UNIÓN FRATERNA ES LUGAR DE BENDICIÓN

La bendición de Dios es muy concreta. Se manifiesta en la naturaleza, en el ungüento, en el rocío, en las lluvias, en las aguas del Jordán que riegan la tierra. Tiene que ver con la fertilidad de la tierra y con la vida del pueblo.

Se manifiesta también en la reunión de los peregrinos. Cuando el pueblo vive unido, la bendición de Dios desciende. «Donde hay amor, allí está Dios». El camino para alcanzar la bendición de Dios y la vida para siempre es la unión de todos en torno a la fe en Dios, celebrada y vivida en los días de encuentro y de fiesta. Cuando la comunidad se reúne, anticipa el futuro, en medio de una intensa alegría. «En estos conocerán que todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (Jn 13,35).

A la comunidad envía Dios su bendición, bendición que es vida, vida duradera. La vida es fragancia y frescor. El amor fraterno atrae bendiciones; es aroma que se difunde, rocío que impregna. La comunidad es un lugar desde donde Dios bendice a la humanidad.

Salmo 132

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