Salmo 8: Una pregunta inquietante: ¿Quién soy?

¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

«Como un padre educa a su hijo, así Dios educa a su pueblo» (Dt 8). Parte esencial de esa educación es enseñarle a hablar para entenderse con Dios. Dios mismo le enseña el lenguaje: para que sepa quejarse, decir dónde le duele y qué necesita, para que sepa razonar su sonrisa y su gozo, para que pueda unirse a sus hermanos en canto al unísono, para que sepa, a solas ante Dios, derramar en palabras el desborde de su corazón» (Luis Alonso Schökel).

2 ¡Señor, dueño nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.

 

3 De la boca de los niños de pecho

has sacado una alabanza contra tus enemigos,

para reprimir al adversario y al rebelde.

 

4 Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas que has creado,

 

5 ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,

el ser humano, para darle poder?

 

6 Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y dignidad;

 

7 le diste el mando sobre las obras de tus manos,

todo lo sometiste bajo sus pies:

 

8 rebaños de ovejas y toros,

y hasta las bestias del campo,

 

9 las aves del cielo, los peces del mar,

que trazan sendas por el mar.

 

10 ¡Señor, dueño nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

1. UNA PREGUNTA ABIERTA: «¿QUÉ ES EL HOMBRE?»

Está situada en el centro del poema. Aporta lo más propio del salmo, su principal fuerza de atracción. «Quiénes somos?», pregunta básica para orar.

En búsqueda. El hombre es esa gran pregunta que se yergue sobre el horizonte plano de la tierra. Es el único animal que se sabe y no se sabe. El orante que pregunta está representando a toda la humanidad, a cualquier ser humano.

¿Dónde nacen las preguntas? De la belleza. Una pregunta provocada por la contemplación. Porque contempla pregunta. La admiración es madre del saber. El hombre es un contemplativo de la creación. De su mirada asombrada en una noche estrellada surge la pregunta sobre sí mismo. Los ojos levantados hacia el cielo se abajan convertidos en una pregunta llena de admiración.

2. LA GLORIA DE DIOS

A pesar de esto este salmo no es un himno al hombre sino a Dios a través del hombre. Precisamente la contemplación y la alabanza salvan al hombre de la arrogancia de desbancar a Dios. Contemplando y alabando aprende a calcular su tamaño y a ocupar su puesto privilegiado, aprende a ser él mismo y no otro.

«La tierra está llena de su gloria» (Is 6,3). La creación es toda ella una maravilla. Sin letras ni sonido de palabras, en la noche estrellada se ve y se oye el nombre de Dios. La creación habla de Dios porque todo es obra suya. «Mil gracias derramando pasó por esos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura» (Juan de la Cruz).

La imagen de «los dedos» revive la imagen artesana. La creación no es un acto de inteligencia ni de poder distante: es tarea artesana, menuda, cariñosa. Un pasar y repasar los dedos, como hace el alfarero con su vasija de barro, como hace el arpista que desliza sus dedos entre las cuerdas.

La grandeza de Dios es tan manifiesta que hasta los mismos niños y aun los que maman se dan cuenta de ella. Por el contrario, los autosuficientes no son capaces de percibir este clamor y quedan reducidos al silencio (cf. Mt 21,16). Toda una invitación a recorrer el camino del orgullo a la humildad, que es andar en verdad.

3. LA ACCIÓN DE DIOS

Seis verbos tienen a Dios por sujeto y al hombre por objeto. El protagonista de la oración es Dios. Los dos primeros dicen una relación personal de Dios con el hombre. Dios «se acuerda» y «se ocupa» del hombre. ¿Por qué, por el valor que tiene? Más bien, el valor que tiene es porque Dios se ocupa de él. ¿Qué es el hombre? Esa criatura de la que se ocupa personalmente Dios. ¡Extraño y maravilloso! Somos lo que Dios nos quiere. Esa es nuestra verdad y gloria.

Los cuatro verbos siguientes hablan del puesto asignado al hombre en el orden de los seres (su lugar), de la coronación de gloria y dignidad (su belleza), de que lo ha constituido jefe (su relación con los demás seres) y de que todo lo ha colocado como escabel de sus pies (su libertad).

4. ¿DONDE ESTA ESTE TIPO DE HOMBRE?

¿No exagera el salmo al hacer esta radiografía del hombre? ¿No vemocada día personas muy distantes de la condición divina, bastante próximas a las fieras, con muy poca dignidad y señorío? ¿No nos salpica a diario la violencia, la indignidad?

Este dominio que regala Dios a las manos frágiles del ser humano, para que conserve su armonía y su belleza, para que descubra sus secretos y desarrolle sus potencialidades, ¿no se convierte a menudo en un abuso, en una tiranía egoísta, en una devastación ambiental y en injusticias sociales clamorosas?

¿Dónde están esos ojos limpios que ven a Dios en sus obras? ¿Dónde está la boca infantil que disfruta alabando? «Soy una nota falsa del cántico del mundo» (Pemán).

5. CRISTO, EL HOMBRE PERFECTO

Todo lo que le falta al salmo de realismo se realiza en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. El idealismo del salmo se hace realidad en Jesús. De él se puede cantar el salmo sin corrección ni reservas. Cristo realiza el sentido del salmo en su encarnación y lleva a la plenitud a la humanidad como hombre adulto.

Conserva siempre la originalidad y espontaneidad infantil. En brazos de María se nos presenta como hijo de la humanidad, nacido de mujer (Gal 4,4), nuevo descubridor del mundo hecho por él y para él. Esta actitud de sencillez, de pasmo y de alabanza, la conserva toda la vida (cf Lc 10,21). En él no hay nada de rebelión ni hostilidad, porque acepta el designio del Padre: «Aquí estoy».

Al formar parte de la familia humana, nos enseña la filiación, que es como una infancia espiritual, la que nos hace ver con ojos nuevos y limpios la creación y nos capacita para el asombro. El cristiano, al recibir el espíritu de filiación, participa de la auténtica dignidad, supera la rebelión y se une al coro de la alabanza.

6. ¿QUE ES EL HOMBRE?

Un ser pequeño ante la creación («gusanito, oruguita» (Is 41,14), pero capaz de pensarla y comprenderla, capaz de asombro. Este salmo es un canto a la dignidad del ser humano. «El hombre se nos revela como el centro de este empresa. Se nos revela gigante, se nos revela divino, no en sí mismo, sino en su principio y en su destino. Honremos al hombre, a su dignidad, su espíritu, su vida». Con estas palabras, en julio de 1969, Pablo VI entregaba a los astronautas norteamericanos, a punto de partir hacia la luna, el texto del salmo 8.

Un recuerdo que Dios cuida. Una mirada de amor de Dios: «ha mirado la pequeñez de su sierva» (cf Lc 1,48). Una pequeñez, pero besada por Dios, llamada por Dios al diálogo, a la alianza, a una relación de amor. Algo grande debe ser el ser humano para que Dios se acuerde de él.

Un hijo de Dios en el Hijo, llamado a conocerse siempre en el don. Es el hermano menor y la imagen de Jesucristo, por quien el Padre se acuerda y se ocupa de él. «La santidad no está en tal o cual práctica piadosa; consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre» (Teresa de Lisieux). Jesús nos capacita para ser armonía, luz y paz en medio del mundo.

Un ser llamado a la libertad, a ejercer la soberanía sobre la creación no con el dominio sino con el amor. Para ello debe dominar las fieras de la tierra; pero más aún dominar la fiera que lleva dentro, para que la historia humana se humanice: «¿Es que tengo fieras dentro de mí? Sí, y muchas; llevas dentro una multitud de fieras. No lo tomes a ofensa. Fiera grande es la cólera cuando ladra en el corazón: ¿no es más feroz que cualquier mastín? El poder que nos han dado sobre los seres vivientes nos prepara para dominarnos nosotros» (Basilio de Cesarea).

Un cantor de la gloria de Dios. En el sábado, cuando la creación termina, y todo invita a cantar las maravillas de Dios en todo lo creado; y en el domingo, cuando Cristo inaugura la nueva creación, los «nuevos cielos y la tierra nueva», con la resurrección y con el dominio sobre la muerte.

Salmo 8

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