El lenguaje de las obras

La oración es el manantial que embellece la vida

«Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).

Un consejo realista:«No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida… interior y exteriormente, ofrezcamos al Señor el sacrificio que pudiéremos, que Su Majestad le juntará con el que hizo en la cruz por nosotras al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, aunque sean pequeñas las obras» (Moradas VII,4,15).

La lucidez de una que sabe de qué va esto:«De devociones a bobas nos libre Dios» (Vida 13,16).

La tarea del día a día. «Es preciso crear en nuestra vida un espacio para el Señor, con el fin de que pueda transformar nuestra vida en su Vida… Mi primera hora de la mañana le pertenece al Señor. Hoy quiero ocuparme de las obras que el Señor quiere encomendarme y El me dará fuerza para realizarlas… Una profunda paz inundará mi corazón, y mi alma se vaciará de todo aquello que pretendía perturbarla… será ella colmada de santa alegría, de valentía y de fortaleza» (Edith Stein).

1. Humildes en la cumbre

La humildad es compañía necesaria para todo el camino. Con la humildad entendemos mejor los dones que Dios nos ha dado y nos brota la alabanza. «Porque todo este edificio es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» (Moradas VII,4,8).

La humildad nos enseña que nuestro tesoro lo llevamos en vasijas de barro. Todo está tocado por la fragilidad. No hay que dejar de tener cuidado (cf Moradas VII,4,3). La humildad nos enseña a convivir con nuestra debilidad.

La humildad nos enseña a abrir las manos y el corazón para recibir y a abrir los labios para decir , que es el lenguaje del amor. «¡Qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de honra, y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor tan particularmente! Porque si ella está mucho con El, poco se debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene» (Moradas VII,4,6).

2. El para qué de la oración

La oración forja personas nuevas, contemplativas, libres y liberadoras, entregadas al servicio, que viven desde el Espíritu, sanadas, renovadas interiormente e integradas en toda su realidad humana y espiritual. «Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2Cor 3,18).

La oración es el manantial que embellece la vida. Todo el plan de Jesús es de salvación y tiene como finalidad que seamos hijos en El, hermanos todos sentados en la mesa del Padre. «Dios nos eligió (este es el gran don, la gran verdad de nuestra vida), destinándonos a que reprodujéramos los rasgos de su Hijo» (Rom 8,29). Esta es la finalidad de la santidad. «Donde hay un cristiano, hay humanidad nueva; lo viejo ha pasado, existe algo nuevo» (2Cor 5,17).

Antes que nosotros ha habido muchos que han hecho el camino. Mirar su vida nos enseña a no desconcertarnos ante la cruz. «Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos; iremos lo que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos apóstoles» (Moradas VII,4,5).

Con una gran claridad y firmeza santa Teresa de Jesús afirma esto: «Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras» (Moradas VII,4,6). Obras de amor y de entrega por el bien de los demás. «Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras?»(Moradas VII,4,8; Vida 26,3).

De la oración nacen energías de compasión y servicio. Todo lo que Dios nos ha dado y nos ha embellecido «¿es para que se echen a dormir? ¡No, no, no!» (Moradas VII,10). Sin virtudes, sin amor a los demás, sin entrega, la oración no es nada, y nos quedamos enanos (cf M VII,4,8).

Hay que empezar por los que están cerca. «Diréis que esto no es convertir, porque todas son buenas. ¿Quién os mete en eso? Mientras fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los prójimos» (Moradas VII,4,15).

3. Los frutos de la tierra buena (cf Mc 4,8.20)

  • Testigos de lo nuevo. Nada de fuegos de artificio. Con Dios haremos proezas, El pisoteará a nuestros enemigos. Cuando hemos visto algo grande lo contamos. No somos pregoneros de doctrinas sino de vida, testigos que proclaman que el estilo de vivir que proclaman las bienaventuranzas es posible. «Venid y veréis» (Jn 1,19). Vidas con proyecto de evangelio, que testifican las maravillas que hace Dios en quien le abre el corazón y deja ser Dios en él.
  • Apertura y acogida de todo lo bueno. «Olvido de sí», así presenta santa Teresa el primero de los frutos.«Toda está empleada en procurar la (gloria) de Dios, que parece que las palabras que le dijo Su Majestad hicieron efecto de obra, que fue que mirase por sus cosas, que él miraría por las suyas… Parece ya no es ni querría ser en nada nada» (M VII,3,2). El saber que da el Espíritu, basado en la cruz de Jesús, resulta ser una locura para los que no tienen más horizonte que la vida de este mundo (cf 1Cor 2,14), «porque donde no se sabe a Dios, no se sabe nada» (San Juan dela Cruz).
  • Un deseo de identificarse con Cristo. «Deseo de padecer», dice Teresa de Jesús (cf M VII,3,4). Cristo es la vida de la persona. «¿Qué queréis, Señor, que haga? De muchas maneras os enseñará allí con qué le agradéis» (Moradas 7,3,9).
  • Amor a los enemigos (cf Moradas VII,3,5). Se ha secado en el alma la fuente de los odios y ha brotado esplendente la fuente del amor. El parecido de hijos con el Padre se realiza amando al prójimo, como lo hizo Jesús (cf Ef 4,25-32).
  • Deseo de vivir para ayudar a los demás. Como nuevos samaritanos llegan junto a los caídos que están a la orilla del camino; al verlos, se les despierta la compasión; se acercan y curan las heridas con el cariño de la ternura; llaman a otros para unir fuerzas para el bien. «No desean por entonces verse en la gloria: su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» (Moradas VII,3,6). Se sienten poseídos por el Todo y cimentados en su amor, un amor dinámico y operante que los capacita para dar más y más. La fuente no se cansa de dar. «El que anda en amor ni cansa ni se cansa» (San Juan dela Cruz).
  • Libres para volar al aire del Espíritu. La alabanza les brota desde lo hondo como una llama que se levanta o como una fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf Jn 4,14). La persona recibe la vida en su misma raíz. Ahí se hace persona creativa y comunica vida.

4. Advertencias finales

Dios es la fuente de la vida. Todo es gracia, regalo, don (Rom 1,16-17). Hay moradas en las que no podemos entrar por nuestras fuerzas. Saberlo y aceptarlo podemos también vivirlo con humor. La entrada es puro don de El; no es cuestión de forzar las cosas, ni de creer que tenemos derecho. Es cuestión, más bien, de estar abiertos a la iniciativa de su amor. Lo más importante en la vida es regalo. Con el Dios de la vida no caben contratos. Dios no es un amo con el que establezco una contraposición de servicios, sino que es el que da la posibilidad de vivir agraciadamente. «Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario diciendo: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del calor» (Mt 20,11-12; Lc 15,28-30).

Caminar con amplitud, con suavidad. Encontrar el arte del Espíritu para la suavidad. La alegría brota de una experiencia gratuita de salvación y aporta una mirada de amplitud y libertad a la vida. En la vida de cada persona hay muchas moradas, disponibles a la maravillosa acción de Dios. No es bueno encerrar la vida en esquemas. El humor es todo aquello que no es rígido. El humor es libre y lo respiran aquellos que dejan llevar por el Espíritu de Dios. Cada situación de la vida es una morada, pequeña o grande, susceptible de empequeñecimiento o de dilatación. «Aunque no se trata de más de siete moradas, en cada una de éstas hay muchas: en lo bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintos y cosas tan deleitosas, que desearéis deshaceros en alabanzas del gran Dios, que lo crió a su imagen y semejanza» (Epílogo, 3).

El servicio no aleja de Dios. «Aunque mucho estéis fuera por su mandato, siempre cuando tornareis, os tendrá la puerta abierta» (Epílogo, 2). Y os habituaréis al gozo: «Una vez mostradas a gozar de este castillo, en todas las cosas hallaréis descanso, aunque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, y que no nos lo puede quitar nadie» (Epílogo, 2).

Una mirada a los otros. Cada uno puede otear las moradas de los otros; también ellos tienen moradas en el alma y moradas en la vida. De ese modo ponemos en marcha la espiritualidad de la comunión, que es «una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado» (Juan Pablo II).


Momento de Oración

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