El místico no ofrece respuestas, sino que revela la presencia de Alguien que nos acompaña
«Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va» (Romancero)
«Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oído del alma» (San Juan de la Cruz).
Una decisión admirable: «¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de Ti» (Santa Isabel de la Trinidad).
De la protesta a la propuesta: «El místico no ofrece respuestas, sino que revela la presencia de Alguien que nos acompaña en esta peregrinación que cada día nos recrea y nos renueva. Es un amigo de Dios que en su entorno sabe crear lugares de reposo y de compromiso fraterno. Intercesión y humildad son la base de esta mística» (José Rodier).
Una bocanada de aire fresco: «Veracidad y transparencia pide el mundo, tan sometido a la mentira y a la corrupción» (Pedro Casaldáliga).
1.- Oír la voz del Amado
La persona, alcanzada por Jesús (cf Flp 3,12), busca el silencio, tiene alerta el corazón, oye el amor, y responde con el lenguaje del callado amor, «que es el lenguaje que El más oye» (San Juan de la Cruz).
La Palabra, que es lo más grandioso de la creación, adquiere aquí otro tono, otra intimidad; produce un gran estremecimiento en el corazón. Jesús, en su palabra de amigo, entrega a la persona todo el amor de su misericordia (cf DV 12). En El aparece la absoluta gracia, la entera novedad, para la salvación de todos los seres humanos y del mundo entero. En la palabra del Hijo el Padre nos elige amorosamente (cf Ef 1,3-6) y manifiesta la sublimidad de la vocación y dignidad del ser humano.
La mirada de la persona se dirige hacia la hondura del misterio de amor que su Amado le revela. Tiene como modelo a los niños, a los discípulos, a los pobres, que abren su corazón a la Palabra. «María es la Virgen oyente, que acoge con fe la Palabra de Dios» (Marialis Cultus, 17).
La escucha de la voz del Amado acontece en medio del ajetreo de la vida. «Entre los pucheros, en los negocios, en las relaciones, en el dolor y el gozo de la vida se realiza la vocación más alta a la que está llamado cada bautizado: la unión con el Dios Trino» (Raúl Berzosa). Ahí surge, constante, el «nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda…» (Santa Teresa).
Sabiendo la alegría de Jesús ante los que «escuchan la Palabra y la cumplen» (Lc 11,28), la persona enamorada se dispone cada día a escuchar «lo que dice el Espíritu» (Ap 2,7). Podemos desarrollar esta disponibilidad en cuatro momentos:
- Momento de atención amorosa. Espera en silencio la llegada de la Palabra de su Amado. Tiene la puerta abierta y la lámpara encendida
- Momento de fertilidad. El objetivo de la Palabra no es la información ni el contenido moral, sino la nueva creación, «engalanada como una novia, ataviada para su Esposo» (Ap 21,2).
- Momento de responsabilidad. La persona entabla un coloquio de gracia con los demás, tiene ganas de contagiar a otros «las mercedes que Dios hace a quien le ama y le sirve» (Moradas V,3,1). Los enamorados, cual otros samaritanos, prestan atención a la humanidad ausente y abren caminos a Dios. «Me pongo en camino para buscarte un techo. Hay muchas casas deshabitadas en las que yo te introduciré como invitado de honor» (E. Hillesum).
- Momento de futuro. La Palabra permite contar la historia de otra manera, hace soñar una nueva civilización del amor, de la fraternidad, de la solidaridad, de la participación y de la paz. «Cuando no hay visiones el pueblo se relaja» (Prov 29,18).
2.- El símbolo del amor nupcial
Dios emplea las facetas del amor humano, especialmente el conyugal, para hacer de algún modo inteligible su misterio de amor a las personas. Dios aparece como un enamorado apasionado (Oseas). «Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas… ¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar» (Moradas V,4,3). Cómo no recordar aquí el Cantar de los Cantares, ese canto sublime al amor del hombre y de la mujer, como imagen y signo del amor de Dios a cada ser humano, ese canto de bodas que ensalza la belleza de la esposa y del esposo y la alegría del amor. Cómo no recordar las canciones del Esposo y la Esposa que compuso san Juan de la Cruz en la cárcel de Toledo: «Allí me dio su pecho, / allí me enseñó ciencia muy sabrosa, / y yo le di de hecho / a mí, sin dejar cosa; / allí le prometí de ser su Esposa».
¿Quién es el Esposo? «¿Quién es éste?», decían los discípulos asombrados ante las palabras de Jesús, que manda callar el ruido ensordecedor del oleaje (Mc 2,41). «Cómo acaricia la voz del Señor, cómo resuenan sus acentos», dice la esposa de los Cantares (Cant 2,14; 8,13). Las vistas son un proceso de fe y conocimiento, «para que más se satisfagan el uno del otro» (Moradas V,4,4) y se despierte en el alma un amor nuevo. «Es un ver el alma, por una manera secreta, quién es este Esposo que ha de tomar» (Moradas V,4,4).
Una visita que deja huella. «En mil años no podría entender lo que aquí entiende en brevísimo tiempo» (Moradas V,4,4). Esta visita del Esposo «la deja más digna de que se vengan a dar las manos» (M V,4,4). San Juan de la Cruz lo expresa así: «Ya bien puedes mirarme / después que me miraste / que gracia y hermosura en mí dejaste». «Cuando Dios ve al alma graciosa en sus ojos, mucho se mueve a hacerla más gracia, por cuanto en ella mora bien agradado… ¿Quién podrá decir hasta dónde llega lo que Dios engrandece un alma cuando da en agradarse de ella?» (San Juan de la Cruz). Lo dice Jesús: «Al que tiene se le dará» (Mt 13,12). «Los mejores y principales bienes de su casa acumula Dios en el que es más amigo suyo» (San Juan de la Cruz). De todo esto, queda el alma enamorada.
Una palabra de atención. ¿Cómo proteger la hermosura? Todo se puede perder. «La ciudad de Sión ha perdido toda su hermosura, Los que antes la honraban, la desprecian, viéndola desnuda, y ella entre gemidos se vuelve de espaldas. ¿Es ésta la ciudad más hermosa, la alegría de toda la tierra? Se ha vuelto pálido el oro, el oro más puro» (Lamentaciones 1,8; 2,15; 4,1). «He conocido personas muy encumbradas, y llegar a este estado y con la gran sutileza y ardid del demonio, tornarlas a ganar para sí» (Moradas V,4,6).
Al místico no lo acompaña un misterioso salvavidas o un seguro para el resto del camino. «Almas cristianas, a las que el Señor ha llegado a este términos, por El os pido que no os descuidéis» (Moradas V,4,5). Y recuerda Teresa a una doncella, Santa Úrsula, a Santo Domingo y San Francisco y «al padre Ignacio, el que fundó la compañía, que todos –está claro- recibieron mercedes semejantes de Dios», pero «se esforzaron a no perder por su culpa tan divino desposorio» (Moradas V,4,6).
3.- Pistas de luz para el camino
- «Hágase tu voluntad». La verdadera unión con Dios tiene que ver con «ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio» (Moradas V,3,1); se manifiesta cuando unimos nuestra voluntad a la de Dios. «¡Oh, qué unión esta para desear! Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra también» (Moradas V,3,3).
- Vivir alerta. Los dones no son garantía de fidelidad. El crecimiento espiritual ha introducido a los amigos de Dios en una etapa de madurez, pero la vida sigue siendo lucha y riesgo. Ojo con las virtudes fingidas y con confundir amor con sentimiento.
- El eco insospechado del lenguaje de la ternura. «Rilke pasaba siempre junto a una mujer a la que arrojaba una moneda en el sombrero. La mendiga permanecía totalmente impasible, como si careciese de alma. Un buen día, le regaló una rosa. Y en ese momento su rostro floreció. El vio por primera vez que ella tenía sentimientos. La mujer sonrió, luego se marchó y durante ocho días dejó de mendigar porque le habían dado algo más valioso que el dinero».
- Una página preciosa. El amor es el lenguaje que todo el mundo entiende. «Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio.
Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello.
Esta es la verdadera unión con su voluntad, y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es, que si hay humildad, antes tendrá pena de verse loar. Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla (Moradas V,3,11).
Momento de Oración
Espero en silencio, con la puerta abierta,
tu palabra, Amado mío.