“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22).
“Para que haya fuentes en el desierto tiene que haber pozos escondidos en la montaña” (Thomas Merton).
“Y adonde no hay amor, pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz).
Palabras iluminadoras de un testigo: “La primera llamada que recibimos suele ser a seguir a Jesús y a hacer cosas grandes y maravillosas por el Reino. Somos apreciados y admirados. La segunda llamada acontece más tarde, cuando nos damos cuenta de que no podemos hacer cosas grandes y heroicas por Jesús. Es un tiempo de renuncia, de humillación y de humildad. Nos sentimos inútiles; no somos valorados en nuestro ambiente. Si la primera llamada tuvo lugar en pleno mediodía, a la luz del sol, la segunda tiene lugar a menudo en la noche”
La propuesta lúcida de un poeta: “No eches de menos un destino más fácil, / tus pies sobre la tierra antes no hollada, / tus ojos frente a lo antes nunca visto” (Luis Cernuda).
El testimonio de un místico y poeta: “Pues ya si en el ejido / de hoy más no fuere ni vista ni hallada, / diréis que me he perdido; / que andando enamorada, / me hice perdidiza, y fui ganada” (San Juan de la Cruz).
1.- Un paso más en el camino
¿Por qué ir más adentro? Para abrazar, con María, la voluntad salvadora de Dios “creyendo y obedeciendo” (LG 63). Para caminar por las mismas huellas de Jesús, porque nos eligió para que fuésemos santos en su presencia por el amor(cf Ef 1,3-14). Jesús siempre ofrece posibilidades. Frente a él existe la gran posibilidad de ser creación nueva o de caer en un pecado mayor: quedarnos con nosotros. Frente al “no doy más de mí”, Dios sí da más de sí.
“A pesar de todo, encuentro que la vida no está desprovista de sentido, Dios mío; ¡no puedo remediarlo! Yo ya he sufrido mil muertes en mil campos de concentración. Todo me es conocido, ya no hay ninguna información que me angustie. De un modo u otro, ya lo sé todo. Y, sin embargo, encuentro esta vida hermosa y llena de sentido. En cada instante” (Etty Hillesum). Así le brota a esta mujer judía, asesinada en los campos de concentración, la experiencia mística.
Entramos en las moradas de la luz y del enamoramiento. Todos los fenómenos que experimenta la persona son crisol de amor. Dios invita a la persona a una fiesta de luz y amor. Está “ganoso de hacer mucho por nosotros” (Moradas VI,11,1); “no está deseando otra cosa, sino tener a quién dar” (Moradas VI,4,12). Quiere comunicarse y “se alegra de ser Dios para poder darse como Dios” (San Juan de la Cruz).
Son muchas las maneras que tiene el Señor de poner incienso en el fuego para que se extienda el buen olor y acontezca la comunión de amor para la que hemos sido creados. Cada quien tiene su propio camino: “Lleva el Señor a cada uno como ve es menester” (Moradas 6,8,10). Al mirar de cerca a cada hermano/a, quedamos admirados de los caminos de Dios. “Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia” (Santa Teresita).
2.- La actuación de Dios
La persona percibe la acción de Dios:
– Se comunica en lo íntimo. Todo lo que hace Dios acontece en la interior bodega del ser humano, en lo más profundo. Los deseos, la palabra, los gozos, la noche… acontecen en “lo muy interior del alma” (Moradas VI,2,1; VI,3,12; VI,6,10).
– Abarca la totalidad de la persona. Todo queda polarizado en Dios. Un gran silencio se produce en todas nuestras capacidades. Es como si nos “robara el alma para sí” (M VI,4,9). Dios nos lanza, más allá de cansancios y agotamientos, a alumbrar lo nuevo. La palabra del Señor permanece creadora, llamando a fe y a esperanza.
– Su acción es arrebatadora. Dios desata los manantiales “y con su ímpetu grande se levanta una ola tan poderosa que sube a lo alto esta navecita de nuestra alma” (Moradas VI, 5,3). Dios, manantial de la gracia, actúa con poder: “No hay oídos que se tapar para pensar sino en lo que se les dice” (Moradas VI,3,18). Es el Señor: “Quiere este gran Dios que conozcamos que es rey” (M VI,2,1). “Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor, ¿quién no se estremecerá?” (Amós 3,8).
– Su actuación es profundamente renovadora. Dios actúa “hablando y obrando” (Moradas VI, 3,5). Todo lo deja vestido de gracia y hermosura. “Inmediatamente se le secó la fuente de la hemorragia” (Mc 5,24-34).
– Certeza absoluta de que es Dios. No puede ignorarlo el alma, “claramente le parece que está con ella su Dios” (Moradas VI,2,3). Entiende claro que Cristo le habla, que Cristo anda a su lado; siente que está con ella su Esposo (cf Moradas VI,8,2; VI,8,3; VI,2,9).
3.- Los dones de Dios enamoran
La actuación de Dios deja un eco profundo en el ser humano:
– Todo su ser queda centrado en Dios, admirado de que en sus entrañas se haya depositado tanta misericordia. Más poderoso que el pecado es el misterio santo que se traen entre sí Dios y la persona.
– El movimiento hacia Dios lo agarra por entero y le imprime una velocidad difícilmente expresable. No hay más amor que el de Dios, “El solo es verdad” (Moradas VI,10,6). Es mentira “todo lo que no conduce a El”.
– Experimenta la libertad para el amor, lo que posibilita cada vez más la entrega. El paso de Dios deja al alma “harto despierta para amar y dormida para arrostrar a asirse a ninguna criatura” (Moradas VI,4,14).
– Las gracias místicas proyectan un potente rayo de luz sobre todo: Dios, mundo, hombre. La plenitud del amor experimentado es para desbordarla en la humanidad y así recrearla. El orante se convierte en una parábola del amor de Dios en las sendas de la historia, se presenta ante todo como posibilidad de profecía. El vuelo de espíritu deja en el “alma en especial tres cosas en subido grado: propio conocimiento y humildad…, tener en muy poco todas las cosas de la tierra” (Moradas VI,5,10).
– Cuanto más ve que recibe, más poderosamente se sabe el ser humano llamado a dar. Se convierte en amigo de dar, amigo de servir, amigo de empezar a levantar a los últimos. La pasividad engendra la más potente actividad. Todas las gracias son “para más desear a Dios” (M VI,2,1).
– Lo que hace por Dios le parece nonada. Pero no tiene miedo a su fragilidad, porque la indefectible fidelidad es del Señor. “¡Oh hermanas mías!, que no es nada lo que dejamos, ni es nada cuanto hacemos ni cuanto pudiéramos hacer por un Dios que así se quiere comunicar con un gusano” (Moradas VI,4,9). La experiencia de Teresa es estremecedora: “Estaba muy afligida delante de un crucifijo…, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El” (Moradas VI,5,6).
5.- “Hasta de noche me instruye internamente” (Sal 15)
¿Cómo seguir caminando en la noche y que no se frene nuestro paso hacia el misterio? La persona, cuando llega a estas alturas del camino, no entiende qué es lo que le pasa. Aparecen nubarrones en su vida. Desconoce cómo borda Dios la vida y por qué usa hilos tan oscuros y dolorosos. Pero, “todo el que aguarda sabe que la victoria es suya” (Antonio Machado).
La mano de Dios, al tocarnos, nos hiere. Habitados por sombras, la luz nos hace daño. La herida no nos lleva a la huida, sino a la soledad para estar con el Amado. “La propiedad del ciervo es subirse a los lugares altos y, cuando está herido, vase con gran prisa a buscar refrigerio a las aguas frías” (San Juan de la Cruz). Porque “la dolencia del amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura”.
Jesús termina su camino en la noche, como si se condensara en uno todo el poder del mal. ¿Por qué el crisol? ¿Por qué aparecen pruebas incomprensibles y a veces sin culpables visibles? Es la noche oscura, senda del amor crucificado, abierta a todos.
La noche se hace densa en el interior, aparece en las relaciones, se hace especialmente oscura en el trato con Dios. Se alejan la luz y la certeza de su amor. Esto es lo más duro, la ausencia mayor, el dolor más hondo. “¿Será mi amor a Dios una ilusión?” “Vienen unas sequedades que no parece jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de Su Majestad” (Moradas VI,1,8). Su entendimiento no es capaz de ver la verdad, la gracia está escondida… “¿Dónde está Dios?” (Sal 41,4).
¿Por qué no abandona?(cf Sal 73). ¿Por qué la persona no se echa para atrás? ¿Por qué Jesús no tuerce el camino cuando aparece la cruz en el horizonte? La experiencia de saberse amados es fundamental; el alma está enamorada, ha experimentado la gloria de la gracia y “está bien determinada a no tomar otro esposo” (Moradas VI,1,1). La fortaleza le viene del Señor, aunque no lo sienta. En el mundo hostil de la noche, ya han empezado los levantes de la aurora.
La crisis la afronta Jesús partiendo el pan con los suyos en una mesa común. La persona no solo no abandona el camino, sino que encuentra fuerzas para amar sin guardar raíces de amargura dentro. Y hasta surge el humor. Le dice Jesús a Teresa: “Así trato yo a mis amigos”. Ella le responde: “Por eso tienes tantos”.

MOMENTO DE ORACIÓN
En el mundo hostil de mis noches,
empiezan ya a clarear los levantes de tu aurora, Señor.