- Hacia la interioridad
- Tiempo de responsabilidad
- Camino hacia lo nuevo
- Al aire del Espíritu
- Como fruto, la justicia
- «La voz de mi amado!» (Cantares 2,8)
- «Rema mar adentro» (Lc 5,4)
- ¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro!
- «En tus labios se derrama la gracia» (sal 44)
- El lenguaje de las obras
- Padre nuestro
- Santificado sea tu nombre
- El pan nuestro
- El coloquio de la gracia
Nos fascina Jesús. Para los que formamos el equipo del CIPE Jesús lo es todo. Al realizar este curso no hemos hecho otra cosa que sacar lo que está vivo en el corazón y compartirlo con otros hermanos y hermanas en una mesa común. Es lo que ha enseñado en la Iglesia santa Teresa de Jesús, que confesaba emocionada: «Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien» (Vida 37,4).
El Espíritu, que mantiene vivo el recuerdo de Jesús en la Iglesia, ha acompañado y estimulado nuestros encuentros, invitándonos a entrar cada día más adentro en la espesura del amor de Cristo.
No tiene sentido una vida de oración que prescinda de la humanidad de Cristo. No tiene sentido la vida de oración, en cualquiera de sus etapas, sin la vinculación a la vida, a la muerte y resurrección de Jesús. Su estilo de vida en libertad, su pasión por el reino, su acercamiento a todos los perdidos, su intimidad con el Padre, su entrega crucificada por amor, su presencia resucitada de paz y perdón entre sus amigos… todo es necesario para la vida de oración. «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino» (Moradas VI,7,6). Jesús es para nosotros el insondable misterio del amor del Padre. En la plenitud de los tiempos, el Padre nos ha hecho vivir la vida del Hijo, en el aliento del Espíritu que nos hace gritar: Abbá.
«Yo he venido para que tengan vida en plenitud» (Jn 10,10). Hemos escogido este lema para el curso porque Jesús siempre está en contacto con la vida, a favor de la vida y, por tanto, en contra de la muerte. Le hemos visto cómo se acerca enamorado, para hablar al corazón, el lugar donde se puede instalar la vida o la muerte. Con sus toques de amor ha despertado las semillas de bondad escondidas en lo hondo de nuestra tierra. Con su ternura ha ahuyentado la oscuridad de todas las noches oscuras haciendo resplandecer los levantes de la aurora. Con su oído abierto ha escuchado y escucha los gemidos que se oyen en las orillas del mundo. No es de extrañar la expresión de santa Teresa: «¡Oh Vida de mi vida, y Sustento que me sustentas!»
¡La vida! Toda la historia de salvación es un servicio y un canto a la vida de todo ser humano, de la creación, de todo lo que existe. Por recordar un episodio, ciertamente hermoso, iremos al libro del Exodo. Allí encontramos a tres mujeres que se ponen de acuerdo para levantar y dignificar la vida. Un niño, muchos niños, están a punto de morir por los caprichos de los faraones de turno. Una mujer contemplativa mira la vida como algo tan bello, que le duele en el alma que se pierda; es la madre de Moisés. Otra mujer, la hija del Faraón, se compadece de la vida herida y la levanta del fango de la muerte. Otra mujer, apenas una niña, la hermana de Moisés es la mujer de la comunicación, que relaciona a unos con otros para que la vida de su hermanito salga adelante.
Uno a uno, cada uno de los temas, están relacionados con la vida. La interioridad es misterio de la presencia viva y radiante de la Trinidad en el hondón. La vida, especialmente la vida más deteriorada de millones de personas en todo el mundo, pide responsabilidad, respuestas, fuerzas unidas para hacer frente al mal. La vida siempre sabe a novedad, porque tiene su origen en la Trinidad, fuente de toda novedad. Vivir al aire del Espíritu, dejando que toque melodías nuevas en nuestra cítara, eso es la vida. La vida no se puede retener para unos pocos, la vida es para todos; ahí radica la justicia, cuando los dones de Dios no son de propiedad privada, sino para ponerlos en una mesa común. La voz de Jesús da la vida; «cómo acaricia su voz, cómo resuenan sus acentos». La vida no es un charquito donde se bebe a sorbos agua contaminada, es un mar en el que hay que remar, sin quedarse en la orilla. La vida es la Trinidad. La vida es Cristo. La vida se asoma en las obras de cada día. La vida es el pan nuestro, y el perdón nuestro, y la fortaleza nuestra para vencer el mal. La vida es el amén confiado de los hijos en los brazos del Abbá. La vida se hace coloquio de gracia en los brazos de María.
Esto es lo que hemos compartido desde el CIPE en la Casa de la Iglesia de Burgos con un grupo de hombres y mujeres, apasionados de Dios en esta hora, comerciantes en las perlas finas de la vida. La experiencia ha sido muy gozosa y muy bella. Por eso ahora la compartimos con más amigos de orar, con más amigos de la vida, con más amigos de Jesús.
Unas palabras de san Juan de la Cruz nos recuerdan que la vida de Cristo es inagotable, que «hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van en cada seno hallando nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá».
Ojalá que estas páginas os ayuden a vivir, a saborear y cantar la vida, la de cada día, la vida pequeñita y hermosa que Dios ha puesto al alcance de cada uno de sus hijos e hijas. Ojalá que tengáis la suerte de acercaros a Jesús, manantial inagotable de vida. Un saludo cordial de vuestros amigos:
Pedro Tomás Navajas y María Rosario Gil