«Bendito el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea» (Sal 143,1).
«Pruébanos, tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos» (Moradas 3,1,9).
«Entrad, entrad, en lo interior; pasad delante de vuestras obrillas» (Moradas 3,1,6).
Una pregunta: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1). Pregunta que hace el peregrino que viene de lejos, con sed de Dios, deseoso de gozar de la cercanía y benevolencia de Dios.
Un icono de hoy y de siempre: Muchos hombres y mujeres que luchan por ser fieles al don de la interioridad habitada.
Un recurso permanente: La ayuda de los demás. La lucidez para hacer un buen planteamiento de la vida requiere la ayuda de muchos. «No sé cómo encarecer la importancia de los amigos» (Santa Teresa).
1. ¿Cómo labrar un tan precioso edificio?» (Moradas 2,7)
Todo el que pretende algo grande en la vida no puede descartar la lucha. Habitar nuestra interioridad requiere esfuerzo, sobre todo en los comienzos. «Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida» (Ap 2,7).
Las dificultades que tenemos que afrontar no solo están fuera, sino que provienen de hábitos personales malsanos como la pereza, y están sobre todo en nuestro interior. Dentro de nosotros hay un creyente al que hemos de escuchar, pero también llevamos en el sótano a un incrédulo, que se rebela siempre, se resiste, acumula objeciones a la radicalidad del encuentro con Dios.
El camino de la apropiación de las verdades profundas de la fe es bastante largo. El asentimiento real es fruto de un itinerario de crecimiento que atraviesa por pruebas diversas. Hasta poder hacer nuestras, un día, las palabras de Job: «Antes te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42,5).
Reconocer los obstáculos que se interponen en el camino hacia una experiencia profunda de Dios, del misterio de su amor en nuestro corazón, es una gracia que tenemos que pedir a Dios. No queremos darnos cuenta de que nuestra vida está ligada a estructuras de pecado, que no dejan que Dios haga en nosotros maravillas. «No podemos entrar en el cielo sin entrar en nosotros: es desatino» (Moradas 2,11). Confesar el pecado limpia la vida.
Algunas pistas para el camino:
- Plantear batalla. No somos los primeros ni seremos los últimos en tener trabajos. Ha habido hermanos que han vencido el miedo cantando.«Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom 8,31). «Todo Israel lanzó a pleno pulmón el grito de guerra, y la tierra retembló. Al oír los filisteos el estruendo se preguntaban qué significaba y quedaron muertos de miedo» (1Sam 4,5-7).
- Ir a por todas. El camino no dura si no lo comenzamos con determinación y alegría, si no conocemos la propuesta tan bella de nuestra interioridad habitada por el Misterio de la Trinidad.«Dios es amigo de ánimas animosas» (Camino 23,4).
- Mirar a Jesús que, aun en estas circunstancias, no deja de llamarnos para que nos acerquemos a El y busquemos su compañía. . Lo que pasó Jesús en su camino hacia la cruz es presencia alentadora de los que buscan «hacer su voluntad conformar con la de Dios» (Moradas 2,8).
- Caminar con suavidad. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). No pretendamos ir más de prisa que la gracia; nadie se hace santo en un día. «No os desaniméis si alguna vez cayereis para dejar de procurar ir adelante» (Moradas 2,9).
2. Fidelidad al amor
Hemos dado algunos pasos en el camino de la oración. No es poco, pero «¿está ya todo hecho?» (M 3,1,8). Queda lo más importante: Dejarnos hacer, ir más allá de nuestra propia superficialidad. El amor se vive en pasiva (1Jn 4,10). Jesús, en el desierto, deja paso al asombro ante el amor que le ha oído al Padre (cf Mc 1,11). Abrirnos al amor es dar con las fuentes de la vida.
El amor nos llama a una nueva identidad, más allá de esas «madrigueras y nidos» (cf Lc 9,57-58), en las que uno se agazapa y encuentra seguridad, se siente a gusto y protegido. «No es necesario hacer grandes cosas: yo doy vuelta a la tortilla en la sartén por amor de Dios; cuando he terminado, si no tengo otra cosa que hacer, me postro en tierra y adoro a mi Dios de quien me ha venido la gracia de poderla hacer, después de lo cual me levanto más contento que un rey» (Lorenzo, un hermano carmelita).
A veces nuestras buenas obras nos tapan el camino para entrar más adentro en la presencia de Dios. Nos vemos más a nosotros que a Dios. «La tentación más sutil y peligrosa en las personas espirituales es la que se da bajo apariencia de bien: de ese modo el demonio engaña y oscurece el discernimiento» (San Ignacio de Loyola). El encuentro con la Trinidad en nuestra interioridad entraña un dinamismo que nos lleva a progresar hasta identificarnos con la libertad y el amor de Dios. Solo crea misterio un estilo de vida cuando solo se explica si Dios está en medio. «¡Qué grande tiene que ser el Cristo de Isabel, para que aun habiendo dejado tanto por El, esté tan contenta!» (Confidencia de los amigos de Isabel dela Trinidad).
Se trata de un nuevo aprendizaje. «He aprendido a amar desde que sé para qué vivo» (Edith Stein). Y para ello, ¡qué importante es encontrar alguien que nos ayude! «Felipe corrió hasta él y le dijo: ‘¿Entiendes lo que estás leyendo?’ El contestó: ‘¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?’» (Hch 8,30-31).
Santa Teresa recuerda al joven rico del que habla el Evangelio (cf Mt 19,16-22). Tenía una vida modélica entre las manos, esperaba el premio, y cuando el Señor le pidió que dejara todo eso y lo siguiera, le volvió la espalda y se fue triste. «Sólo quien no pide nada a cambio puede llegar a descubrir el tesoro de una paz sin fondo, si persevera, si se determina a ir por un camino en el que hay que aceptar perderse uno a sí mismo» (Teresa Berrueta).
Recuerda también a Pablo, camino de Damasco. El que había emprendido por propia iniciativa un viaje para detener en las sinagogas a cuantos seguidores del Camino de Jesús se le pusieran por delante, es el que entra en Damasco consciente de su ceguera, guiado por las manos de otros y conducido hasta Ananías para reencontrar, junto a él, la capacidad de verlo todo de una manera nueva (cf Hch 9,1-25). Lo de atrás quedaba olvidado y daba un paso hacia delante (cf Flp 3,12-13). Comenzaba así el camino dela Leyala Gracia, de lo que yo realizo con mi esfuerzo a lo que Dios hace en mí, de mis obras a situarme en manos del amor de Dios para dejarme querer por El.
3. El camino de la confianza
Cuando tomamos conciencia de lo frágil que es nuestro estilo de vida y que «tenemos los enemigos a la puerta» (Moradas 3,1,2), lo mejor es revivir la experiencia de luz, el respeto y la conciencia amorosa del papel que juega Dios en la vida. «¡Dichoso quien teme al Señor!» (Sal 111,1). Solo la confianza ilimitada en el Señor podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanentes. «Toca tú, Señor, el arpa de nuestro corazón y saca sonidos nuevos, nunca antes oídos».
En medio del ajetreo del día, guardamos aceite en la alcuza, llevamos en el corazón la experiencia del amor de Dios, esperamos en silencio la oportunidad de florecer. Podemos prestar atención a Dios durante unos momentos, dirigirle una palabra de amor o de agradecimiento, ofrecerle el trabajo y las alegrías, pedirle ayuda en las dificultades y en las inquietudes.
María nos muestra el camino de la confianza con claridad. La humildad, tan necesaria para todo el camino, consiste en aprender a recibir. «Hazte capacidad y yo me haré torrente» (Palabras de Jesús a Santa Catalina). Recibirnos de Dios es vivir de balde, dejar que él obre gratuitamente en nosotros y tome la iniciativa más allá de nuestros proyectos de generosidad. «Siempre oímos cuán buena es la oración, y no se nos declara más de lo que podemos nosotros; y de cosas que obra el Señor declárase poco» (Moradas 1,2,7).
El camino de la espiritualidad siempre lleva a la solidaridad. En la apertura al amor descubrimos un modo nuevo, solidario, de pensar lo humano, en el que el otro es parte mía (Carta de Pablo a Filemón, en la que le presenta a Onésimo).
Momento de Oración
- Siéntete bajo la mirada de Jesús.
- Déjate proteger por El.
- Míralo, escúchale, busca su rostro.
- Ten la seguridad de que te ama.«He aprendido a amar desde que sé para qué vivo» (Edith Stein).
- Diálogo con los testigos: «Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios es mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior» (Beata Isabel dela Trinidad).