Cuando Dios lo es todo

La llama del Espíritu alumbra el propio conocimiento

«Padre, quiero que también ellos estén conmigo donde yo estoy» (Jn 17,24). «Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber).

«También vosotros estáis limpios, aunque no todos» (Jn 13,10). «Si se deshollinan bien los volcanes arden suave y regularmente, sin erupciones» (El Principito).

«¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón?» (De la Liturgia de las Horas). El Espíritu es el aposentador de Dios en la interioridad. «Perdóname el dolor, alguna vez. Es que quiero sacar de ti tu mejor tú» (Pedro Salinas).

1. La decisión es tuya

Pues ya no eres esquiva

Juan de la Cruz, desde la experiencia amorosa que está viviendo en la llama del Espíritu, recuerda un momento del camino, que puede venirnos muy bien a nosotros. ¿Qué pasa cuando la persona mira de frente su situación de pecado y deja de buscar explicaciones sin fin a su triste situación, eternizándose en discursos justificadores? ¿Qué pasa cuando ya no busca culpables de lo que le pasa y deja de dar vueltas a la noria buscando solo sobrevivir? ¿Qué pasa cuando se atreve a afrontar los miedos que paralizan todo cambio? ¿Estará ya todo hecho? No; explicar las causas no es resolver los problemas; razonar no es reaccionar.

Para ponernos en situación de cambio, para andar en verdad, necesitamos la energía y el soplo del Espíritu, necesitamos la acción de la Llama en nuestro corazón. El Espíritu actúa para que nazcamos de nuevo y podamos ir a tierras no sabidas por caminos no sabidos, se hace presente para que aprendamos a amar. Esto es doloroso, porque no estamos preparados para el encuentro, no estamos limpios, no sabemos lo que es amar. «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!» (Lc 12,49).

La llama del Espíritu alumbra el propio conocimiento de la persona y ésta experimenta la tiniebla en su entendimiento, la sequedad en su corazón, la claridad de su miseria en su memoria (cf LB 1,20), por eso esta Llama aquí «no es suave sino penosa, no es deleitable sino seca» (LB 1,19). «Está Dios medicinando y curando al alma en sus muchas enfermedades para darle salud» (LB 1,21).

«La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,5). La ternura entrañable del Padre ha podido con nuestra sequedad y dureza. La amplitud del corazón amoroso de Jesús ha dilatado nuestro estrecho corazón y lo ha preparado para amar. La dulzura del Espíritu ha puesto músicas en nuestro espíritu entristecido. Y ahora la persona puede orar así: «Ya no me eres oscura como antes, pues eres la divina luz de mi entendimiento, que te puedo ya mirar; y no solamente no haces desfallecer mi flaqueza, mas antes eres la fortaleza de mi voluntad con que te puedo amar y gozar, estando toda convertida en amor divino; y ya no eres pesadumbre y aprieto para la sustancia de mi alma, mas antes eres la gloria y deleites y anchura de ella» (LB 1,26).

2. La fuerza del deseo

3. Peregrinos de Dios en la vida de cada día

Sigue el texto en la Ficha 3

Ficha 3. CUANDO DIOS LO ES TODO

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