Experiencia de Dios en la enfermedad grave. «Dios, en verdad, es el único que sabe de la vida en plenitud. Una comparación: el sol lo único que produce es luz; si hay sombra, no viene del sol, sino de algo que se interpone. Así con Dios: lo único que produce es vida; todo lo que frena o debilita la vida viene de otro lado, de nuestra propia debilidad, de nuestro propio pecado, de nuestra propia limitación. Y Dios lo que hace es confirmar nuestra debilidad para siempre con su fuerza resucitadora… La enfermedad me ha hecho más humano» (Carlos Bravo, tras una operación de un tumor cerebral).
«¡Oh día, levántate…! los átomos danzan, las almas, arrebatadas de éxtasis, danzan, la bóveda celeste, danza» (Jala-od-din Rumi, poeta sufí).
1. El canto inaplazable
Que a vida eterna sabe
La Trinidad lleva a cabo las grandes obras de renovación en nuestra vida. La Trinidad es el mejor alfarero que trabaja nuestro barro. A nosotros nos toca aprender a recibir, prepararnos para recibir: este es el secreto. «Me recibo más que me hago» (T. de Chardin).
En nuestro lenguaje coloquial, decimos a menudo de algunas experiencias: «Esto es vida». ¿Qué entendemos con esto? Juan de la Cruz utiliza también lenguajes parecidos. Pero, ¿a qué se refiere cuando habla «de un cierto sabor de vida eterna, que se gusta en este toque de Dios»? (LB 2,21). Este sabor tiene que ver, sobre todo, con la experiencia de la vida («la gloria de Dios es que el hombre viva»), con la experiencia de ser amados y de poder amar.
Muchos santos y santas han llegado a esta experiencia. Ellos y ellas son el hermoso paisaje que Dios dibuja en la tierra. En ellos se ha hecho visible «la fortaleza, ternura y amor, hermosura, gracia y bondad de Dios» (LB 2,21). Juan de la Cruz se encuentra con la dificultad de decir con palabras esta experiencia de vida. «No hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios» (LB 2,21). Porque una cosa es entenderlo para sí y sentirlo y gozarlo, y otra el poder declararlo a los demás. Y aún así lo dice con estos versos «que se levantan y se sostienen sobre arcos de emoción» (Donázar)
A esta novedad de vida se refiere el Apocalipsis, cuando dice: «Al vencedor le daré un maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe» (Ap 2,17). El color blanco es signo de victoria y de gloria. La piedrecita es señal del reino que Dios ha preparado para todos, especialmente para los que peor lo pasan en el mundo.
Dios es para todos: «Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí» (Oración de alma enamorada). Todos podemos participar de su gloria. Y este gozo en lo más interior del ser humano se asoma en su dimensión corporal. Todo el ser humano goza, también «los miembros y huesos y médulas… el gozo se siente hasta en los últimos artejos de pies y manos» (LB 2,22). Esto explica la danza incontenible, que engrandece a Dios (cf Lc 1,46-47).
2. La noche en par de los levantes de la aurora
3. Aires de fiesta
Sigue el texto en la Ficha 5