«¿Qué necesita la Iglesia? La iglesia necesita el Espíritu Santo. La Iglesia necesita el Espíritu, el Espíritu Santo, animador y santificador de la Iglesia, su respiro divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su manantial interior de luz y fuerza, su sostén y consolación, su manantial de carisma, y cantos, y paz y consuelo, su garantía y preludio de vida beata y eterna» (Pablo VI).
«Intentamos retener una certeza: ¿Cuál? Cristo dice a cada uno: «Te amo con un amor que no se acabará jamás. Nunca te dejaré. Por el Espíritu Santo estaré siempre contigo» (Hermano Roger).
«¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe? Ellos contestaron: Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que haya Espíritu Santo» (Hch 19,2).
1. El Espíritu hace maravillas
Lo que Juan de la Cruz se atreve a contarnos es para muchos de nosotros un paraje desconocido, increíble. Sin embargo, no lo debiera ser tanto porque todos hemos recibido en el bautismo la semilla y la promesa del fruto que ahora se nos describe.
«Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar, porque si consideramos que es Dios y que se las hace como Dios y con infinito amor y bondad no nos parecerá fuera de razón» (Prólogo de la Llama). Porque «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37).
El auténtico profeta no se preocupa tanto de hacer cosas, sino de describir el paisaje del Espíritu, que es «don en sus dones espléndido»; se esfuerza, sobre todo, en dar testimonio del amor, en contarnos qué pasa cuando el amor de Dios brota a borbotones en el corazón. Juan de la Cruz aporta a la antropología las mejores descripciones del hombre nuevo visto por dentro. En la Llama canta el asombro ante los resultados de lo que fue un esbozo. A nosotros, acostumbrados a caminar al corto paso que hemos elegido, sin apenas avanzar, nos viene bien encontrarnos con esa bellísima panorámica, que invita a volar como las águilas.
El Espíritu viene como «lenguas de fuego» (Hch 2,3) y san Pablo anima a los creyentes a ser hogueras de luz que brillen en el mundo (cf Flp 2,15-16). De esta hoguera es testigo Juan de la Cruz. La hoguera es el Espíritu, a quien describe como llama de amor viva en el corazón.
2. La tierna herida
3. En el más profundo centro
Sigue el texto en la Ficha 2