- UNA LLAMA PARA LOS QUE BUSCAN EN LA NOCHE
- LA FIESTA DEL ESPÍRITU
- CUANDO DIOS LO ES TODO
- CAMINANDO CON LA ALEGRÍA DE DIOS
- LA DANZA DE LA VIDA
- EL GOZO DE DIOS ES DARNOS EL REINO
- SIN DIOS, TODO ES DEMASIADO POCO
- «TU LUZ, SEÑOR, NOS HACE VER LA LUZ» (Sal 35,10)
- LA CARICIA ES EL LENGUAJE DE DIOS
- «¡CUÁN DELICADAMENTE ME ENAMORAS!»
Estas fichas, en torno a La Llama de san Juan de Juan dela Cruz, tienen su origen en una experiencia concreta: una escuela de oración tenida en diez sesiones en la casa dela Iglesia de Burgos, en la que participaron unas treinta personas.
Conscientes de la gran audiencia que tiene hoy san Juan dela Cruz, los que formamos el equipo del CIPE creímos conveniente acercar este canto del Espíritu, tal como resonó en el alma y en la voz poética del santo carmelita, a las personas que siguen haciéndose preguntas acerca de Dios y desean adentrarse en nuevos, por lo de poco recorridos, caminos de espiritualidad.
Todos supimos, desde el principio, que recorrer despacio las pistas de luz de La Llama era adentrarnos en los caminos del Espíritu, porque el Espíritu es el principal protagonista de La Llama, tantas veces llamada fiesta del Espíritu.
Encuentro tras encuentro, fue creciendo en todos el gozo ante los relatos del Espíritu, descubriendo que «no existe la santidad sin el Espíritu Santo» (San Basilio), sin las lenguas de fuego y el viento huracanado.
En todo momento intentamos relacionar cada uno de los temas con la vida de cada día, cosa que nos resultó fácil, porque Juan de la Cruz, con su lenguaje simbólico, conecta con las inquietudes hondas que lleva cada uno sembradas, a veces dormidas, en el corazón. Como el perfume de la rosa llena de fragancia el ambiente, así Juan dela Cruzperfumó nuestra experiencia cristiana, día tras día.
Siguiendo las pisadas de Juan dela Cruz, descubrimos al Espíritu comprometido con nuestras vidas, alentándonos a ir más adentro en la espesura del amor, implicándonos en redes de comunión al servicio de la vida, empujándonos a sembrar en esta humanidad, que está a la espera, semillas de justicia y de verdad.
Si tuviéramos que resumir lo que el recorrido orante de La Llama suscitó en nosotros, lo haríamos en cuatro puntos:
-Nos ha ayudado a reconstruir nuestro universo interior, inspirado y sostenido por el Espíritu, que es señor y dador de vida, alimentado con la oración y orientado a la acción samaritana, de forma que sea suficientemente fuerte para resistir a las múltiples situaciones en las que conviene mantener la fidelidad al proyecto del Evangelio en vez de seguir o conformarse con la mentalidad corriente.
-El Espíritu se nos ha manifestado como maestro de lo imposible, como el que sobrepasa nuestros pronósticos y cálculos. Semejante al viento, que no sabes nunca ni de dónde viene ni adónde va (cf Jn 3,8), el Espíritu nos ha enseñado a «esperar contra toda esperanza» (Rom 4,18).
-Nos ha sorprendido una y otra vez con la novedad. Y hemos hecho nuestras aquellas palabras de una homilía en la Conferencia Ecuménica de Upsala: «El Espíritu Santo es la novedad que actúa en el mundo. El es la presencia de Dios con nosotros, junto a nuestro espíritu (Rom 8,16). Sin él, Dios está lejos. Cristo se encuentra en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad un despotismo, la misión una propaganda, el culto una evocación y el actuar cristiano una moral de esclavos. Pero en él, el cosmos se levanta y gime en el alumbramiento del Reino, el hombre lucha contra la carne, Cristo resucitado está ahí, el evangelio es poder de vida, la iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad un servicio liberador, la misión un Pentecostés, la liturgia un memorial y anticipación, la actuación humana es deificada. Por él la Iglesia y el mundo gritan con todas sus fuerzas: Ven, Señor, Jesús».
– Nos ha enseñado el lenguaje de la comunión en la Iglesia, frente a todo corrillo de cuchicheo negativo. Todas las guerras, toda violencia de género, de raza o de religión, todo desprecio hacia los más débiles… entristecen al Espíritu. Allí donde se habla de mestizaje, de interdependencia, de interculturalidad, de multiculturalidad, de presencia de los pobres en el mundo, de ecologismo, de respeto y acogida de lo diferente… allí está el Espíritu, empujándonos a soñar los paisajes que todavía no existen, proponiéndonos otros modos de pensar y de actuar para que, por medio de la complementariedad de dones, podamos imaginar, desde las culturas, un futuro para la humanidad, donde los más pobres tengan sitio, tarea y palabra.
Nuestra última palabra es un gracias muy grande a Juan de la Cruz. Le costó declarar las Canciones, pero su esfuerzo mereció la pena. Las cuatro estrofas de La Llama siguen siendo una bocanada de aire fresco para todos los que quieren respirar al aire del Espíritu, siguen siendo un huerto regado en medio del estío del verano, siguen siendo una canción de muchas notas que forman una sinfonía de fraternidad. Su palabra bella y acertada, verdadera y llena de ternura, tiende puentes en nuestro siglo para que los más alejados oigan el sonido del agua y puedan cruzar a la otra orilla donde está Cristo, fonte que mana y corre, cena que recrea y enamora,música callada y soledad sonora.
Pedro Tomás Navajas y María Rosario Gil