El cristiano, al orar, expresa, expresándose a sí mismo, toda la riqueza de la gracia divina (Ef 1,7) que lo hace hijo de Dios, hermano de Jesucristo y heredero de la gloria celestial.
La oración del cristiano es el mismo evangelio vivido existencialmente en forma de oración, y el Evangelio de Dios coincide con el misterio revelado en Jesucristo, que es el centro de las Escrituras.
La Sagrada Escritura, al ofrecer a los creyentes «el conocimiento sublime de Jesucristo» (Fi13, 8), les ofrece la posibilidad de crecer como personas de oración.
La oración hunde sus raíces en la misma estructura de la Buena Noticia, como lo evidencian los cuatro evangelios.
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Presentación: La tierra que oró Jesús