El discípulo pide al Padre que le perdone sus pecados y que lo auxilie en la hora de la tentación y contra las asechanzas del Tentador. Que el Padre no permita que nos separemos de Él; que nos conceda responder a la llamada de su reino en todos los momentos de nuestra vida, para que la imagen de Cristo que El ha impreso en nosotros no se borre sino que llegue a alcanzar la perfección a la que está destinada.
«Perdona nuestras ofensas…»
«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo).
«Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende» (Lucas).
Esta petición contiene dos elementos principales: el perdón de nuestras «deudas – pecados» por parte del Padre, y la relación existente entre el perdón que pedimos a Dios y el perdón que nosotros otorgamos realmente a los demás.
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