El mensaje de la parábola de Lc 18,9-14 nos dice que la oración cristiana tiene que estar animada por la actitud evangélica de la humildad, el realismo espiritual de los que tienen ante Dios un alma pobre, de los que son «pobres en el espíritu».
La enseñanza va contra el orgullo de quien se cree «justo» ante Dios, y se presenta soberbio frente a los demás.
El AT condena esa actitud (Sal 24,3; Dt 9, 4-6; Job 14, 3-4) e insiste en la humildad de corazón (cf. Mq 6, 8; Sof 2, 3; 3,11-13). El Nuevo Testamento, san Pablo, juzga esa presunción de creerse justo ante Dios como una pretensión de autosuficiencia religiosa y una negación práctica de la verdad de que Cristo es el redentor universal (cf. Gal 2, 21; Rom 3, 9.23-24; Tito 3, 5…) y la pobreza radical del hombre al que Dios ofrece misericordiosamente la salvación (cf. Ef 2,1.5; Col 2,13).
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