A Jeremías le tocó vivir la caída de su pueblo en la ruina, el exilio a Babilonia 587. Llamado, como profeta, a ser la conciencia viva de su pueblo, será ignorado y rechazado. Hombre tímido, tiene que afrontar la oposición de las autoridades; sensible y vulnerable, vive con desesperación una misión imposible; profundamente bueno y abierto a los demás, se ve marginado como un solitario y un excéntrico. Ferviente yahwista, sufre por la corrupción moral de su pueblo; le disgusta tener que anunciar siempre desastres y ser considerado como un traidor que se pasa al enemigo. Poeta, místico y desbordante de ternura, se convierte a pesar suyo en «hombre de pleitos y contiendas por todo el mundo» (15,10).
Las «confesiones» de Jeremías, reflejo de su oración
Textos importantes en los que Jeremías dialoga directamente con su Dios: Jr 11,18-2,6; 15,10-21; 17,12-18; 18,12-23; 20,7-18.
Jeremías sabe que es amigo de Dios: «Señor, acuérdate y ocúpate de mí, mira que soporto injurias por tu causa» (15,10.15). No callará el mensaje que se le ha confiado: «Cuando recibía tus palabras, las devoraba; tu palabra era mi gozo y la alegría de mi corazón» (15,16). Y sin embargo, la palabra de Dios ha sido para él «escarnio y burla constantes» (20,8).
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