El único texto del Nuevo Testamento que nos presenta a María orando es el de Hch 1,14: «Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, perseveraban unánimes en la oración«. El Magníficat que la Virgen dirige a Dios en presencia de Isabel (Lc 1,46-55) es su gran oración y la única explícita que conocemos. También su petición en Caná (Jn 2,3). La oración de María está hecha de silencio, de disponibilidad total a la voluntad de Dios que le pide su colaboración. Leyéndola en profundidad a la luz de Lc 11,27s (Mc 3,20s; Mt 12,46-50; y Lc 8,21), Jesús exalta, no la maternidad física de su madre, sino «más bien» la maternidad espiritual de «los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». Esa maternidad Lucas la describe como la actitud característica de María que, ante el misterio del Hijo, que no acaba de entender, «lo conservaba y lo meditaba todo en su corazón» (Lc 2,19; cf 2,33.51).
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