Lectio divina. 6º Domingo del T.O. Marcos 1, 40-45

El Espíritu sopla donde quiere  (Jn 3,8). El Espíritu, la ruaj, el aliento y poder creador levanta nuestro espíritu a su altura. Quien nace de la ruaj es una creación del Espíritu. ¡Ven, Espíritu Santo!

1.- Motivación

«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos» (san Efrén).

2.- A la espera de la Palabra

Marcos pretende que sus comunidades capten la novedad de Jesús: la frescura del anuncio del Evangelio y la cercanía del Reinado de Dios que vence el mal y restaura al ser humano y su entorno.

Marcos resalta con fuerza el poder extraordinario de Jesús sobre la enfermedad y el mal. Se acercaban a Jesús, en los descampados, los que habían sido expulsados de los pueblos. Este aspecto tiene especial concreción en este tiempo de pandemia.

3.- Proclamación de la Palabra: Marcos 1, 40-45

«En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero: queda limpio”. La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”.

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes».

4.- Fecundidad de la Palabra

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso. El acercamiento de un leproso a Jesús es provocador, estaba totalmente prohibido. El leproso es una persona impura; la lepra es vista como una consecuencia del pecado. La ley les obliga a separarse de la familia, de su casa (cincuenta pasos). La gente se aleja de los leprosos. Solo pueden andar con otros como ellos. Acercase a ellos y tocarlos es hacerse partícipe de su pecado. Los leprosos van tocando una campanilla y gritan: impuro, impuro. Impuro quiere decir excluido, marginado por leyes sin corazón. De no ser querido, el leproso pasa a no quererse y a pensar que tampoco Dios lo quiere. Este leproso es un valiente, acercándose a Jesús se enfrenta a las normas. Forma parte de los que buscan a Jesús. No cuenta con ayuda (como la hemorroísa en 5,27 o el ciego Bartimeo en 10,47).

Suplicándole de rodillas: -«Si quieres, puedes limpiarme.» El leproso, que ha oído hablar de Jesús, sale de su marginación: se acerca, se arrodilla reconociendo profundamente su realidad de hombre impuro, y suplica: Si quieres, puedes limpiarme. La lepra mancha la piel, el leproso necesita limpieza. Esta única frase, de delicadeza extraordinaria, es una maravillosa síntesis de fe, confianza y abandono en las manos de Jesús. Si quieres… puedes. Reconoce el poder de Jesús y a la vez se abandona confiadamente. El leproso, con su propuesta, no impone, solo propone, se abre a la esperanza. Esta frase se ha convertido para muchos en jaculatoria dicha desde el corazón.

Compadecido, extendió la mano y lo tocó. Así pinta Marcos el retrato de Jesús sanador, acogedor de la miseria humana. Jesús no lo rechaza, rompe los esquemas, reacciona conmovido (algunas traducciones hablan de encolerizado, entristecido y dolido por el mal; otras hablan de compadecido, como expresión de un amor que se pone en movimiento y supera el asco y el miedo al contagio). El evangelio de Marcos nos permite conocer algunas de las emociones hondas de Jesús (Mc 6,34, cuando ve al pueblo como ovejas sin pastor; 8,2, cuando ve al pueblo hambriento; 9,22, cuando un padre atribulado suplica). Jesús tiene hacia el leproso un gesto de cercanía: extiende la mano y lo toca, algo inusitado, le responde y lo envía a la comunidad. Lo primero que sana es el acercamiento. Jesús, con su gesto, rompe un círculo infernal de rechazo. Jesús lo purifica tocándolo (a diferencia de Elías en 2Reyes 5,11, que cura al leproso sin mirar ni tocar).

Diciendo: «Quiero: queda limpio.» A Jesús le importa lo que el leproso le ha dicho. Tanto las palabras del leproso como la respuesta de Jesús son concisas. N hay que hablar mucho para orar. La respuesta de Jesús retoma las dos partes de las palabras del leproso: Quiero – si quieres; queda limpio – puedes limpiarme. Para Jesús, la frase del leproso ha sido suficiente para medir su fe y su confianza y no le pregunta si cree.

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Jesús no quedó impuro por tocar y hablar al leproso, sino que fue el leproso el que quedó limpio. La fuerza de un círculo infernal de rechazo es vencida por la debilidad del Evangelio. Jesús dice no a una religión que margina, dice sí a un corazón que ama. Todo sucede con prisa, inmediatamente tiene que pasar de la muerte a la vida. La curación de la lepra era equiparable a la resurrección de un muerto; solo Dios podía realizarla. La curación es Dios mismo, que viene a nosotros con un amor sin límites.

Él lo despidió, encargándole severamente: —«No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Jesús lo despide, no se adueña de la persona curada. Lo envía no a su aislamiento anterior sino al corazón de la vida comunitaria, a la liturgia, a la vida social de la que había quedado excluido. Le hace dos recomendaciones, una que tiene que ver con el secreto mesiánico, la otra con el cumplimiento de la ley. Severamente, con energía. La fama puede poner en peligro su ministerio.

Pero, cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho. El que ha sido curado no hace caso del mandato de Jesús. Un proscrito anuncia el Evangelio y lo hace bien alto. El verbo griego utilizado es kêrýssein (de ahí, kerigma), con el que el cristianismo primitivo expresa el anuncio del Evangelio. El leproso vuelve a su comunidad con un canto en los labios. Dios recibe gloria del leproso. Ha sentido el abrazo tierno de Dios. ¿Por qué no se calla? Cuando se experimenta la salvación no se puede poner freno a la lengua. ¿Podía quedarse en silencio un hombre que de repente se encuentra tan beneficiado? El que era leproso se convierte en un signo de la humanidad nueva y resucitada; predica y difunde el hecho, como el geraseno de 5,20, o los fenicios tras la curación del tartamudo sordo de 7, 36).

De modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes. El Jesús sanador en Marcos no es uno que termina en la cumbre de un éxito personal sino el que se pone en el lugar del leproso compartiendo su destino. Paradójicamente, Jesús, que saca a un hombre de su aislamiento, termina siendo un aislado. Se han cambiado los papeles. Es un nuevo ámbito, fuera de la ciudad, anuncia Jesús el reino, en presencia de sus discípulos.

5.- Respuesta a la Palabra

  • ¿Qué resonancias tiene este texto evangélico en nuestra vida?
  • ¿Qué imagen de Dios tenemos?
  • ¿Cómo reacciona nuestra comunidad cristiana ante los marginados (ante los afectados por la pandemia)?
  • ¿Cómo nos afectan los sentimientos de Jesús?
  • ¿Nos sentimos llamados al anuncio del Evangelio?

6.- Orar la Palabra

Repetimos al ritmo de la respiración: Si quieres… puedes limpiarme.

7.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Ser testigos.

A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos, y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna, al tiempo que les besaba la mano. Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. De tal manera le echaba atrás el ver los leprosos, que, como él dijo, no solo no quería verlos, sino que evitaba hasta el acercarse al lazareto. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos.  Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía.

Pedro Tomás Navajas, ocd.

Documento: 13 Ficha de la Lectio divina: Marcos 1, 40-45

 

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