ESCUELA DE ORACIÓN: Lucas 23,35-43
Invocación al Espíritu
Ven Espíritu Santo, enséñanos a mirar a Jesús crucificado y a encontrar en él la salvación.
Motivación. Para disponer el corazón.
La Lectio es escucha y mirada. Mirad las palabras que dice aquella divina boca, que en la primera entenderéis el amor que os tiene (Santa Teresa).
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
Concluimos el año litúrgico. Nos ha acompañado Lucas, el evangelista de la ternura de Dios, de la misericordia, de la fuerza y alegría del Espíritu, de la evangelización de los pobres y marginados, de la mujer y de los paganos; y también el evangelista de María. Nos presenta en torno a la Cruz un diálogo impresionante. Sobre un montículo, a las afueras de Jerusalén, está Jesús crucificado. Desde allí, humillado, sufriente y encarnizado, reina al servicio de la vida del hombre por quien se había encarnado. Estamos ante una grandiosa escena de misericordia en el momento cumbre de la vida terrena de Jesús: allí se nos enseña de qué manera Jesús es Rey. Una lección para no olvidar.
1. Proclamación de la Palabra. Lucas 23,35-43
EN aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
2. Fecundidad de la Palabra
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». La salvación y el salvarse es uno de los conceptos claves de la obra de Lucas. El pueblo está mirando y escuchando, comotestigo de los últimos instantes del crucificado. En la coronación de un rey, sus cortesanos desfilaban solemnemente frente a su nuevo soberano para expresarle su reconocimiento de súbditos, exaltar sus virtudes y felicitarlo. Aquí nos encontramos con todo lo contrario. Aquí nadie se calla. Los primeros que lo vituperan son las autoridades. Cuando pende de una cruz, en la Calavera. se preguntan, mofándose, que, si él es el Mesías de Dios, el Elegido, el que garantiza la salvación a todo hombre, dé pruebas salvándose a sí mismo. ¿Para qué sirve un Cristo que no puede ni siquiera salvarse a sí mismo de la muerte? No aceptan el mesianismo del Siervo sufriente. Oramos: ¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! (Isabel de la Trinidad).
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Segundo grupo que se mofa: los soldados. Siguen las tentaciones: “Si eres Hijo de Dios…” La burla está compuesta de gestos y palabras y proviene de la inscripción que está sobre su cabeza. Le ofrecen vinagre, un preparado que servía como bebida energizante, apta para quien hacía grandes esfuerzos físicos. Se lo ofrecen para extenderle la agonía y prolongarle el sufrimiento. El “¡sálvate a ti mismo!” cobra más fuerza. Jesús se había presentado en Nazaret como el salvador de los pobres y oprimidos, ungido por el poder del Espíritu. No entienden a un rey que no se defienda.
Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Es un extraño rey, que toca leprosos, que lava los pies. La mayor paradoja: un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio como buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. Esta teología de la cruz, instrumento de crueldad para los esclavos, es clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del universo. Oramos: ¡Oh mi Cristo amado! Quisiera amarte hasta morir de amor (Isabel de la Trinidad).
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Es el tercero que lo denigra, un malhechor; “ha sido contado entre los malhechores” (Is 53,13). Estos criminales eran probablemente sediciosos fanáticos del partido Zelota, adversarios políticos del imperio romano, como Barrabás, que “había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato”. Los insultos a Jesús llegan a su punto más alto: los dice un criminal, que, desesperado, también lo afrenta. El tema de la “salvación” sigue presente como en los casos anteriores y, todavía más, se amplía: “sálvanos a nosotros”. El moribundo no comprende por qué Jesús no hace nada en este momento y blasfema contra la obra de Dios en Jesús. Oramos: Que yo sea para Cristo una humanidad, en la que Él pueda renovar todo su misterio (Isabel de la Trinidad).
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Cuando todo parece perdido, cuando duele la soledad de Jesús, de repente interviene el otro criminal que acompaña a Jesús en su condena para darle un giro importante a la comprensión del “reinado” de Jesús. Se dirige a su compañero y lo corrige: burlarse del crucificado en su situación humillante es no “temer a Dios”. Se confiesa. Ora. Está cerca de Jesús; dice que nada malo ha hecho.
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». La noche es rota por el grito de fe esperanzada de un pobre. Un ladrón se atreve a mirar a Jesús. En medio de tantas burlas, se levanta una invocación distinta, un grito orante: ¡Jesús!, así lo llama, con su nombre propio. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. No pide que lo libre de la muerte, sino que lo admita en su Reino. Ha visto el título de Jesús: Rey, y lo interpreta de otra manera. Lo habitual es que se reconozca la dignidad de Jesús después de algún milagro, pero nunca en circunstancias tan negativas. El ladrón pasa a ser apóstol. Lo suyo es un pregón pascual. Jesús es el verdadero salvador, ofrece al bandido todo lo que es y tiene. Oramos: “¡Oh mi Cristo amado! Quiero vivir sin apartarme nunca de tu inmensa luz” (Isabel de la Trinidad).
Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». ¡La frase no puede ser más bella! El Señor, que era acogedor de los pecadores, acoge a este criminal, que ha admitido su culpa y ha suplicado. Aquí se sintetizan todos los encuentros narrados en el Evangelio. Jesús es misericordioso hasta el extremo. La respuesta de Jesús es un solemne “amén”, yo te aseguro, a toda su obra de misericordia a lo largo del evangelio, el broche de oro de su misión salvífica. El “hoy” expresa la vida después de la muerte, es el tiempo de gracia, en el cual la salvación se hace realidad: La muerte de Jesús no es un fracaso, es el triunfo de la vida y de una manera de vivir amando hasta darlo todo. Ahora, ni Jesús ni el buen ladrón están solos; los dos, como mendigos de amor, entran juntos a recibir el abrazo del Padre. El “Paraíso” indica el “cielo”, la “comunión” definitiva con Dios; evoca la Nueva Creación, un nuevo Génesis que completa el día séptimo de la creación.
3.- Respuesta a la Palabra. Meditación
¿Por qué esta fiesta está ligada al acontecimiento de la Cruz?
¿Cómo puedo hacer mío el camino del buen ladrón?
¿Qué implica para mí esta proclamación si estoy viviendo una enfermedad, una situación difícil que estremece mi fe?
4.- Orar la Palabra
“Señor Jesús, que seas todo en la tierra como lo eres todo en el cielo. Que lo seas todo en todas las cosas. Vive y reina en nosotros en forma total y absoluta, para que podamos decir siempre: ¡Jesús es todo en todas las cosas! ¡Queremos, Señor Jesús, que vivas y reines sobre nosotros! Dios de poder y de misericordia, quebranta en nosotros cuanto a ti se opone. Y con la fuerza de tu brazo toma posesión de nuestros corazones y de nuestros cuerpos, para que empieces en ellos el Reino de tu amor. Amén” (San Juan Eudes)
5.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos
Dios reina desde el amor. A este Rey sí que vale la pena seguirlo.
Pedro Tomás Navajas, ocd.