Lectio divina: DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

Juan 2,1-12

Invocación al Espíritu

Acércate a nuestro límite, Tú que eres ilimitado.
Acoge nuestros deseos, Tú que lo puedes todo.
Alégranos con tu risa, cuando somos incapaces de sonreír.
Agrándanos con tu amor, cuando somos mezquinos.
Aliméntanos con tu vida, cuando sintamos hambre y sed de vida.
Ven, Espíritu Santo, haznos vivir por dentro la vida de Dios.

Motivación. Para disponer el corazón.

La devoción a la Palabra de Dios no es solo una de muchas devociones, hermosa pero algo opcional. Pertenece al corazón y a la identidad misma de la vida cristiana. La Palabra tiene en sí el poder para transformar las vidas (GE 156).

El santo Cura de Ars solía decir: Un corazón de madre es un abismo de bondad: ¿Qué tendrá que ser, pues, el corazón de María?

A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Contexto.

En el evangelio de Juan, del capítulo 2 al 11, hay siete signos maravillosos que Jesús realizó (de ahí que se le llame el libro de las señales: el agua convertida en vino; la sanación del hijo de un funcionario; la curación del paralítico de la piscina; la multiplicación de los panes; el camino sobre el mar; la sanación del ciego de nacimiento; y la resurrección de Lázaro. Los signos son una narración para despertar la fe; invitan a mirar más allá de lo que vemos. El texto tiene muchos sinsentidos: Jesús y su madre llegan por caminos distintos a la boda; falta el vino, lo que es inaudito; Jesús y su madre mantienen un diálogo decisivo, cuando solo son invitados; las tinajas están vacías.

1. Proclamación de la Palabra: Juan 2,1-12

2. Fecundidad de la Palabra

Tres días después. 

Tenemos delante un texto de alta teología: desconcertante y, a la vez, novedoso. La expresión tres días después es más teológica que narrativa, recuerda la resurrección al tercer día. Estamos en el día sexto, día de la creación del hombre a imagen y semejanza de Jesús. El evangelista nos está diciendo que vamos a asistir a una nueva creación de la humanidad, a la intervención definitiva de Dios en la historia.

Había una boda en Caná de Galilea. 

La relación de Dios con su pueblo se expresa a menudo como una boda (Isaías 62,1-5; Oseas). Para este evangelio, Caná ocupa un lugar muy significativo, es el pórtico de los signos que van a servir para manifestar las bodas de Cristo y la Iglesia. La boda representa la religión judía. No aparecen curiosidades sobre la boda. El objetivo del evangelista es manifestar la gloria de Jesús. Dios se revela desde la vida misma.

La madre de Jesús estaba allí. 

La madre de Jesús, que no tiene nombre y representa a la comunidad, está en la boda, como estará también junto a la cruz. Está con los ojos atentos, abiertos a la sorpresa que Dios tiene preparada. Con ella en medio, la fiesta no decae, sino que llega a plenitud. En esta boda apenas se habla de los novios. En realidad, María (la comunidad) y Jesús son los novios.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: No tienen vino.

 La madre de Jesús se da cuenta de lo que falta, advierte una carencia y favorece el encuentro con Jesús, que es el vino nuevo. Es intermediaria. No acude al mayordomo ni al novio, acude y orienta a Jesús, el novio que aporta la plenitud de la salvación. Con su palabra da pie a que se inauguren los tiempos nuevos.  

Jesús le dice: Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora. 

Jesús entra en escena. En Caná comienza lo que culminará en la pascua. Mujer, así se dirige Jesús a su madre y a otras mujeres: Samaritana, Magdalena. Los lazos de la nueva familia son más fuertes que los de la sangre. La hora apunta al calvario y a la resurrección de Jesús: el plan del Padre. María no entiende la respuesta como negativa, sino como un aplazamiento. ¿Merece la pena prestar atención a lo que no tiene vida?

Su madre dice a los servidores: Haced lo que él os diga.

Aunque Jesús es el centro del relato, María aparece como la seguidora de Jesús, modelo de la comunidad, la que ha hecho de su vida un hágase según tu palabra. Estas bellas palabras son la última gran orden del AT (palabras del pueblo en el Sinaí: Haremos cuanto dice el Señor, Ex 19,8). Una mujer, María, ayuda a pasar de lo viejo a lo nuevo, invita a mirar y a escuchar a Jesús, a optar por él. La ley de Moisés deja paso a la gracia y a la verdad de Jesús.

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.

Hay una lectura crítica del judaísmo, presente a lo largo del evangelio de Juan. Seis vasijas de piedra vacías, número imperfecto, incapaces de dar vida, representan las tablas de la Ley, el corazón de piedra (Ezequiel). 

Jesús les dice: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.

Jesús no ha venido a abolir sino a dar plenitud lo antiguo. El agua es la palabra de Dios, símbolo del bautismo en el Espíritu. Los servidores se ponen al servicio de lo nuevo. Jesús cambia el agua de la purificación en vino de gran calidad. Adelanta su hora para dar vida, De una religión nueva surgirá una comunidad nueva.

Entonces les dice: Sacad ahora y llevadlo al mayordomo. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía.

De forma silenciosa, escondida, el agua se convierte en vino. Muchos no saben qué ha pasado. Algunos sí lo saben. La vida rezuma por todos los poros. ¡Jesús es el autor de un signo tan prodigioso! En él está la vida. Con él todo cambia. Ya no podemos vivir como antes. La tierra estéril queda inundada de frutos.

Entonces llama al esposo y le dice: Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.

El mayordomo, el AT, reconoce públicamente que el Nuevo es mejor. Donde había agua ahora está el vino nuevo de la fiesta. Los nuevos tiempos comienzan con Jesús: el vino nuevo. Caná apunta hacia la hora de la cruz, del Misterio Pascual y de la Eucaristía, donde brota el buen vino del costado abierto y misericordioso de Jesús.   

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Se respira alegría en torno a Jesús. Crece la fe porque crece la alegría. La gloria de Jesús es que el hombre viva y tenga vida en abundancia para compartir. La fe aprecia la novedad y descubre los tiempos nuevos. Cuando crece la fe de los discípulos, ahí está María.

4. Respuesta a la Palabra

¿Qué está sucediendo con nuestra manera de vivir la fe en Jesús? ¿Transmite vida y alegría?
¿Qué es una vida cristiana sin enamoramiento?
¿Te sientes invitado a la boda?
En tu vida, ¿qué lugar ocupa María? ¿Cómo te diriges a ella?

5.- Orar la Palabra

Ora: Haznos, Señor, sensibles y atentos como María a las necesidades de los demás. Devuelve a los cristianos envejecidos y cansados de nuestro tiempo la vitalidad y la alegría que irradia tu presencia y tu acción en la boda de Caná.

6.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.

¿A qué me compromete esta palabra? ¿Cómo podemos poner en práctica la invitación que nos hace María: Haced lo que él os diga?

Pedro Tomás Navajas, ocd

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