Lectio divina: DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 1,1-4; 4,14-21

Sin el Espíritu el corazón se queda sin batería (Papa Francisco).

Ven, Espíritu, regálanos la fuerza del Evangelio, convierte nuestros corazones, sana nuestras heridas, transforma nuestras relaciones humanas según la lógica del amor.

Motivación. Para disponer el corazón.

El santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues ‘desconocer la Escritura es desconocer a Cristo’… Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues ‘a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’ (Dei Verbum 25).

Domingo de la Palabra. Un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo.

Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable (Papa Francisco).

A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Contexto. Nos va a acompañar este año el Evangelio de Lucas. Su pretensión es acercarnos a la persona fascinante de Jesús y a su enseñanza, para que experimentemos su salvación y formemos su comunidad. Tenemos delante dos fragmentos independientes, que son como guías de lectura del evangelio entero: el prólogo y el programa de Jesús, ungido por el Espíritu. El prólogo supone la existencia de evangelios anteriores (la llamada fuente Q, Marcos).  

1. Proclamación de la Palabra: Lucas 1,1-4; 4,14-21 (Procesión con la Palabra. Canto: Habla, Señor).

2. Fecundidad de la Palabra

Ilustre Teófilo. ¿Quién es este misterioso personaje, amante de Dios, catecúmeno ilustre (¿quizás la comunidad?), que da pie a un ejemplo de formación en la fe? Lucas, imitando el estilo de los historiadores de su tiempo, declara qué es lo que se ha propuesto contar (lo que Jesús hizo y enseñó), de quién lo aprendió (testigos oculares y servidores de la Palabra), cómo lo escribe (después de investigarlo todo diligentemente), qué fin pretende con ello (dar solidez a las enseñanzas recibidas). Para Lucas, Jesús no es una idea, un mito o un símbolo revestido de historia, sino un personaje enraizado en nuestra historia, centro y razón de nuestro existir. Detrás de este escrito está la comunidad de Lucas, los servidores de la Palabra -testigos pascuales que han entendido a Jesús-. Lucas va a contar el camino recorrido para que los oyentes se conviertan en testigos y se forme la fe de los creyentes.  

Con la fuerza del Espíritu. Jesús entra en acción. Movido, ungido, por el Espiritu, Cristo=ungido, cristianos=ungidos. Los cristianos siguen la llamada, del Espíritu; son empujados por el viento del Espíritu, ungidos por su fuerza, alcanzados por su secreto.

Volvió a Galilea. Después de una ausencia de años (estancia en el desierto), vuelve a Galilea, a su orígenes, de otra manera. ¿Qué le ha pasado? Su fama se extiende, enseña en las sinagogas. Lleva dentro la fuerza del Espíritu.

Nazaret. Entra en Nazaret, donde todos lo conocen desde pequeño. Viene con un secreto dentro, que le hace fuerte. Se lo quiere contar a sus vecinos en la sinagoga donde se lee la Palabra. La escena está llena de movimiento del Espíritu: Fue, entró (la sinagoga es el lugar frecuentado), se puso en pie, encontró el pasaje, se sentó (posición del que enseña), comenzó a decirles. En Nazaret nace la buena nueva (de ahí el volved a Galilea de la pascua, al primer amor). Algo se está inaugurando. 

Rollo del profeta Isaías: Jesús lee su identidad y su misión en la Palabra de Dios, en concreto en Isaías. Jesús lee la Palabra en la sinagoga y ve al Espíritu en ella (no podemos llamarnos cristianos y vivir sin ese Espíritu de Jesús). Este texto se conoce como manifiesto de Nazaret. Jesús selecciona el texto y lo lee. Contiene los grandes temas de su evangelio, los más queridos: unción del Espíritu, liberación, gozo mesiánico, proclamación del año de gracia (año jubilar en que se cancelaban las deudas y se ponía en libertad a los esclavos), Lee una Buena Noticia (suprime la parte vengativa, amenazadora, del texto contra los paganos). Jesús se siente enviado a cuatro grupos de personas: los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Son los que más dentro lleva en su corazón, los que más le preocupan (¿es esta la gran preocupación de la Iglesia?) La opción por dar a los pobres una Buena Noticia es la opción del Espíritu. Con Jesús otra mirada a la realidad es posible. Hay una comunión estrechísima entre Jesús, el Padre y el Espíritu; de aquí proviene la autoridad, la credibilidad y el compromiso de Jesús con los necesitados de la tierra. La misión, presente en uno de los oráculos proféticos que alimentaban la esperanza del pueblo judío y la inauguración del Reino de Dios, transforma la realidad.  

La sinagoga tenía los ojos clavados en él. Se crea un silencio expectante. La comunidad tiene los ojos fijos en Jesús. El encuentro con la gracia puede terminar en admiración y seguimiento, o en rechazo y fracaso. Los de Nazaret quieren un Mesías nacionalista, no un Mesías que sea liberación y gracia para todos.

Hoy. En esta homilía, brevísima, hay novedad. Jesús no dice sino que esa Palabra se cumple hoy. Lo revolucionario está en que Jesús hace suyo el mensaje, no lo comenta sino que lo actualiza, lo encarna. El hoy es palabra determinante en Lucas: es el eterno presente de la gracia del amor. El hoy inaugura un tiempo de salvación. La finalidad del evangelista es que los oyentes se den cuenta de que están viviendo un tiempo de gracia. A pesar de las reacciones, Jesús, con el secreto que lleva dentro, desafiando la hostilidad, reemprende el camino; sigue movido por el Espíritu. El hoy de Cristo somos los cristianos. La Palabra cobra vida en Jesús y en aquellos que la escuchan. No estamos leyendo relatos del pasado. Podemos confiar en la Palabra y apoyarnos en ella para que se convierta en nuestro camino de vida.

4. Respuesta a la Palabra

¿Qué importancia das al Espíritu Santo en tu vida?
¿Cuál es tu secreto? ¿Cuál es tu proyecto?
¿Cómo entiendes la vocación común a ser pueblo de Dios?
¿Captan los que sufren lo que dice la Iglesia como buena nueva?

5.- Orar la Palabra

Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lucas 11,28).

Sigamos íntegramente la llamada a observar la forma Evangelii sin comentarios acomodaticios, sine glosa (Francisco de Asís).

6.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.

Hagamos espacio a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente (Papa Francisco).

Pedro Tomás Navajas, ocd

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