ESCUELA DE ORACIÓN: Juan 11,1-45
Invocación al Espíritu
Desde la cercanía a los que sufren por cualquier causa, cantamos al Espíritu, cantamos a la vida, cantamos el proyecto liberador de Dios. Lo hacemos como desafío del Espíritu a toda muerte. Nos dejamos seducir por el Espíritu de vida.
Motivación
La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica (Sal 29). Jesús es la palabra que se oye dentro. Su Palabra escuchada, creída y vivida, resucita (parábola de los huesos secos). Resucítame.
1. A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
Este evangelio cierra el libro de los signos. Este signo es el más evocador de todos: vida para la herida de la muerte.
Es una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre el camino de fe en la resurrección. Este signo lleva a la muerte de Jesús.
Lectura desde Santa Teresa: Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada (C 11,4).
2. Proclamación de la Palabra: Juan 11,1-45
“En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.”
3. Fecundidad de la Palabra
“Señor, el que amas está enfermo”. Estamos ante un relato lleno de significado. Aquí comienza el camino de fe de Marta y María, el nuestro, que terminará en la confesión de fe en Jesús vivo. Las hermanas, exponiéndole la situación del enfermo, llaman a Jesús para que venga. Los tres hermanos eran amigos íntimos de Jesús (Jesús los amaba, agapao: amor que se hace donación de sí). Los hermanos simbolizan a la comunidad, que necesita la presencia de Jesús. La palabra enfermo aparece cinco veces. La historia acontece en Betania, apenas a tres kilómetros de Jerusalén.
“Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios”. Enfermedad para la gloria de Dios (expresión repetida en este Evangelio). Para manifestar de qué manera Dios es el que es, el que está presente en medio de su pueblo. En el sepulcro de Lázaro estamos ante un icono de gran belleza donde se pintan la vida y la muerte, frente a frente. Los diálogos preceden al signo. La muerte física no puede destruir al hombre creado a imagen y semejanza de Dios.
Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Jesús espera a que la muerte quede rotundamente confirmada; según los rabinos se necesitaban tres días para ello. La ve como un sueño del que se puede despertar. No evita la muerte, sino que quiere que esta no tenga la última palabra. Marta, la mujer hacendosa, que domina la situación, que habla mucho, sale al encuentro de Jesús y le reprocha que haya llegado tarde. María, por su parte, se había quedado sentada en casa, sumida en el dolor, ajena a lo que pasa fuera. Habla poco, pero hace lo fundamental. Tiene que ser llamada: El maestro está ahí y te llama. Las dos necesitan purificar su fe. No hay curación más imposible que la del enfermo que ignora su mal. El pueblo consuela a las hermanas, ve el amor de Jesús a los tres, también critica: ¿Y a qué viene Jesús? ¿Qué puede hacer ya por ellas? La muerte física no le preocupa a Jesús, la afronta con serenidad, la ve como el encuentro profundo con el Dios de los vivos. La muerte sin esperanza es una muerte que nace del alejamiento de Dios.
Jesús le dice: “Tu hermano resucitará”. Marta piensa en un tiempo futuro, pero no comprende que ese tiempo ya ha comenzado. No consigue conectar su fe con Jesús. ¿Seguimos con la fe de Marta que Jesús declara insuficiente? ¿Seguimos esperando que Dios nos devuelva la vida biológica, la que apreciamos y deseamos? Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la vida trascendente que él mismo posee y de la que puede disponer.
“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. El presente (soy) frente al futuro (ya sé que resucitará al final: creencia judía). No somos el yo que desaparecerá, sino la vida del Padre que nunca muere. No hay que esperar a la muerte para conseguir vida. Jesús refleja el rostro del Padre, el dador de vida. ¿Por qué hemos deformado tanto la imagen de Dios? Lo suyo sí que es vida. «Quien dice: Primero se muere y después se resucita, se engaña. Si no se resucita mientras se está aún en vida, tras morir, no se resucita ya (Evangelio de Felipe, 90). Es lo que han vivido los místicos: Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios que vive en mí, si no es el perderte a ti, para merecer ganarle? Llegamos al punto más alto de este recorrido catequético. Jesús no señala la resurrección como un evento sino como una persona, él mismo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que cree en mí, no morirá jamás.
“¿Crees esto?” A pesar del conflicto, el tema de creer en Jesús es el centro del relato. Marta hace una confesión de fe de altísimo nivel: Sí Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Ve que en Jesús está la obra del Padre. La muerte no tiene dominio sobre él. Su destino es la plenitud de vida. Frente al hecho ineludible de la muerte, una confianza radical en Cristo resucitado. ¿Crees esto?
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Cuando los pobres lloran, Jesús se emociona y llora. Jesús no abandona a los amigos, solloza por el amigo. Con Jesús, nadie está perdido. Característica de las comunidades: Mirad cómo se aman. El Señor, a todos los que están muertos en razón de la ley humana y en razón de sus mismos pecados, no los abandona, aunque estén cuatro días en la tumba.
“Quitad la losa”. Pasos hacia la vida. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia, que remueva la piedra; la involucra en el signo. Lo que interesa es el misterio de la muerte y de la vida que tiene su fuente en la misma persona de Jesús. Se trata de lo que los hombres buscan, y de lo que Dios ofrece. El Resucitado ha entrado en una plenitud de vida sin muerte; ya no muere más. Es lo que da.
“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre”. ¡Qué hermosa oración de Jesús! Muestra cómo es su relación con el Padre: de confianza absoluta y de unidad perfecta con él. Mientras nuestros ojos están en la tumba, los ojos de Jesús están en el Padre. No pide; la acción de gracias lo envuelve todo. Tiene un corazón de maestro: quiere ayudar a creer.
“Lázaro, sal afuera”. “Desatadlo y dejadlo andar”. Jesús llama a la vida. Esta palabra creadora la escucha todo bautizado, llamado con poder a salir de la muerte, sal afuera de las zonas muertas del corazón, entra en la vida. Veamos la vida, salgamos de los lutos inhumanos. El ser humano necesita salir, liberarse de las ataduras. Los que lo han atado tienen que desatarlo y tienen que desatarse del miedo a la muerte que paraliza. Paradoja: El que regala la vida a Lázaro, está en camino hacia la muerte, se juega su vida. Unos, viendo el signo, creen. Otros acuden a delatar a Jesús. Actitud: Juntos andemos, Señor. En las situaciones sombrías de nuestra existencia no estamos solos. Hay una presencia de amor en la que existimos, nos movemos y actuamos. Cuando nos abrimos a esa presencia y nos dejamos seducir por ella -es lo que significa la fe- somos capaces de vencer la muerte. Y el Espíritu suscita en nosotros esa fe o confianza en que, ocurra lo que ocurra, nuestro destino es la vida.
4.- Respuesta a la Palabra
¿Qué es vida y qué es muerte para Jesús?
¿Quién eres tú: lo que desaparecerá o la vida que nunca muere?
¿Cuál es tu actitud ante la enfermedad y la muerte?
5.- Orar la Palabra
Abre las puertas al Señor. Enamórate de Jesús. Realiza gestos de solidaridad con los que más sufren la soledad en estos días. Como soy tan enferma,hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada sin valer nada (Vida, 13, 7).
Pedro Tomás Navajas, ocd