Lectio divina: DOMINGO V DE CUARESMA

Juan 8,1-11

Invocación al Espíritu

Ilumínanos, Señor con tu Espíritu. Llévanos a contemplar con amor tu Evangelio para que podamos redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza.

Motivación. Para disponer el corazón.

Que la Palabra de Cristo habite en nosotros con toda su riqueza (Col 3,16).
Perder la conciencia del pecado comporta siempre también una cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de Dios (Benedicto XVI).
¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas?… Que sois un juez justo y no como los jueces del mundo, que -como son hijos de Adán y, en fin, todos varones- no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa (Santa Teresa).
La mirada se educa como se educa el oído. Hay que aprender a mirar para que los acontecimientos, los paisajes humanos, no nos sean indiferentes, sino significativos (Pedro Fraile Yécora).

A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Bellísimo pasaje, una joya, con sabor al evangelio de Lucas, que no pierde de vista la experiencia de la misericordia. Texto intruso en el evangelio de Juan, que no fue aceptado hasta el s. V. Algunos dicen que es de Lucas. ¿Tenían dificultades las comunidades para aceptarlo? Solo quien perdona puede ser perdonado por Dios. Está entre dos revelaciones de Jesús: ¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! (Jn 7,37), ¡Yo soy la luz del mundo! (Jn 8,12).

Proclamación de la Palabra: Juan 8,1-11

1. Fecundidad de la Palabra

Le traen una mujer sorprendida en adulterio. Estamos ante una pieza maestra de la vida. Jesús ha pasado la noche orando en el Monte de los Olivos, que es su casa. De mañana va al templo. Sentado, enseña. La gente se agolpa para escucharlo. Jesús resulta incómodo a las autoridades por lo que dice y hace: su cercanía a los pecadores. Se sirven de todos los medios para acusarlo y quitarlo de en medio. Utilizan a una mujer, que nada les importa, para condenar a Jesús. Los débiles siempre son culpables. ¿Pasa hoy lo mismo? ¿Se utiliza a las víctimas con fines mezquinos?

Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices? La mujer era declarada impura por ser mujer, origen de la muerte y causa de todos los males. ¿Hoy, también? Está entre Jesús y la gente. Una mujer sin nombre, sin identidad, como un objeto, como una cosa, sin derecho a hablar. Y unas palabras desde la Ley de Moisés que desafían a Jesús. Bajo la apariencia de fidelidad a las leyes de Dios, muchas personas están marginadas de la comunión y hasta de la comunidad. No aceptan las enseñanzas de Jesús, ridiculizan a la gente por el hecho de seguir a Jesús, pero con sarcasmo lo llaman maestro. Claramente es una encerrona peligrosa. Lo quieren provocar. Insisten en preguntarle. Se lo dicen para tener de qué acusarlo. Jesús se muestra dueño de la situación, escribe en tierra. La han mirado y la han convertido en una cosa. Jesús baja la mirada, no entra en esa dinámica. Su primera respuesta es el silencio. Trata los pecados con el silencio, inclinándose hacia donde está la mujer; lo que salva es la mirada (Simone Weil).  Su mensaje más fuerte es la misericordia.

El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. ¿Solamente los débiles son los culpables? ¿Será la lapidación la última palabra de Dios sobre esa mujer? Jesús les invita a mirar de otra manera.  Los desenmascara. La tensión se masca. Los nervios afloran. Jesús responde con un gesto y con una frase. Escribe en el suelo. ¿Qué sentido tiene? Los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos (Jr 17,13). El tirar la primera piedra era obligación o privilegio del testigo. Jesús guarda silencio, como camino hacia la gracia, con la que únicamente se pueden mirar los errores de los demás. La gracia no rechaza, no apedrea. Con sus palabras, les hace caer en cuenta de un tercer elemento que no han tenido en cuenta: ellos apuntaron el delito, lo confrontaron con la Ley, -y todo con arrogancia y una gran seguridad de sí mismos-; pero no han tenido en cuenta sus propios pecados. Jesús deja un nuevo espacio de reflexión. La condena se queda para los perfectos.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. ¡Qué sabiduría del Espíritu tiene Jesús! Muestra un tercer camino. Jesús es luz del mundo, hace aparecer lo que está escondido: el pecado y, más adentro, la gracia. También ellos necesitan misericordia para poder mirar como Dios mira. Ninguno de los presentes afirmó que no tuviera ninguna culpa ni arrojó la primera piedra. De la soledad del monte a la soledad con la mujer. Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo (3 Moradas 2,13).

Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús, que se ha dedicado hasta ahora a los acusadores, ahora se centra en la mujer, la mira de forma creativa, habla con ella. Jesús le hace dos preguntas. La mujer, considerada culpable y merecedora de la pena de muerte, está de pie ante Jesús, absuelta, redimida y dignificada. La mujer, rota, está ante Jesús, misericordia que levanta. Por primera vez la mujer asume un papel activo. La mujer reconoce a Jesús como Señor. Jesús rehace una vida perdida a base de ternura. ¡La luz de la misericordia ha irrumpido en la oscuridad de nuestra miseria! (Santiago Agrelo).

Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. Jesús no trivializa el pecado, basta mirar la cruz, pero todo pecado pide misericordia. Se dirige a la mujer como a un , no como a un objeto. Jesús hace dos afirmaciones: no la condena y la despide.La persona, para Dios, está antes que la norma. Frente a una religión que condena, Jesús es perdón sin reservas, ve en ella la belleza con que el Padre la creó. Lo viejo es matar a alguien. Jesús abre a la mujer un horizonte esperanzador, la empuja hacia lo nuevo: en adelante podrá hacer las cosas mejor de lo que las ha hecho. Esto debería ser ya una conquista absoluta de la humanidad y un compromiso para que la Iglesia no deje nunca solas a las víctimas. No aborrecisteis, Señor, cuando andabais en el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad (Santa Teresa).

2.- Respuesta a la Palabra. Meditación

¿He experimentado alguna vez cómo el perdón y la paciencia de alguien que me ama, me han levantado de la caída, del error, y ha sanado mis heridas interiores?
¿Cómo me comporto ante las faltas y debilidades de los otros? ¿Qué actitudes me pide Jesús que tenga?

3.- Orar la Palabra

Repite, como una jaculatoria, estas palabras de Jesús: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más.
Confía: El abismo de tu miseria atrae el abismo de su misericordia (Santa Isabel de la Trinidad).
Ora: Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos.

4.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones? ¿No hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz? (Pagola).

Pedro Tomás Navajas, ocd

Libros recomendados:

Post recomendados:

Viva el evangelio como nunca antes:

Recibe nuestras reseñas literarias:

Únete a nuestra comunidad literaria para recibir reseñas semanales de libros  de tu interés por e-mail. Es gratis y disfrutarás de precios más bajos y regalos en nuestras editoriales con tu cupon de socio.