ESCUELA DE ORACIÓN: Lucas 18,9-14
Invocación al Espíritu
Ven, Espíritu de Vida. Padre amoroso del pobre. Danos un corazón humilde y sincero, abierto a tu Misericordia y al amor de los otros.
Motivación. Para disponer el corazón.
“Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí aprenderemos la verdadera humildad” (1M 2,11).
“Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en Verdad” (6M 10,7), “delante de la suma Verdad” (V 40,3).
Andar en verdad son dos pasos que acompasan la danza de la vida cristiana: el primero es reconocer los dones recibidos de Dios, el segundo es aceptar las propias limitaciones.
“Si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar” (V 10,4).
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
La parábola del fariseo y del publicano está ubicada en la tercera parte del Evangelio, en el viaje de Jesús a Jerusalén. Durante esta larga travesía Jesús intenta modelar, mediante su Palabra, la figura del verdadero discípulo. Al final de este itinerario, el tema que trata es el de la oración. Con dos parábolas nos enseña “cuándo” y “cómo” hemos de orar. Cuál debe ser nuestra actitud orante.
1. Proclamación de la Palabra: Lucas 18,9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar.
Uno era fariseo; el otro, publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
2. Fecundidad de la Palabra
Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: Lucas nos presenta una parábola muy peculiar. Dos tipos humanos: un fariseo y un publicano, cada uno con su forma de orar, sirven de ejemplo para transmitir una enseñanza religiosa, válida para cualquier tiempo y lugar.
La enseñanza de la parábola es fundamental. Para que la oración SEA VERDADERA delante de Dios, tiene que brotar de la actitud evangélica elemental: la humildad, el realismo espiritual de los que tienen ante Dios un alma pobre, de los que son «pobres en el espíritu». «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos». La humildad es la actitud humana que hace posible experimentar la misericordia de Dios.
Dos verbos indican los destinatarios de esta parábola: “confiaban en sí mismos” por considerarse justos y “despreciaban a los demás”. Confiar en uno mismo es presumir de los propios logros, es creer que uno ya lo tiene todo conseguido. Despreciar es consecuencia de la autosatisfacción vanidosa. Delata la dureza de un corazón sin misericordia.
Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. Se describen dos tipos de hombre ante la oración: un fariseo sin disposición interior y un publicano cuya disposición interior refleja acogida de la Buena Noticia. Van al Templo a orar. Presentan su plegaria en el mismo ámbito de la presencia divina, en el lugar más sagrado del judaísmo.
Fariseo. Hombre piadoso, muy religioso, fiel cumplidor de la Ley.
Publicano. Cobrador de impuestos de la potencia ocupante. Se enriquecía con el dinero que usurpaba. Experimentaba el odio de todos y percibía la distancia que lo separaba de la bondad de Dios.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. La actitud de su plegaria se caracteriza por su autosuficiencia: hace notar las faltas de los demás y destaca las obras de piedad externa que él mismo realiza. Esta «oración» resalta la falsedad y el absurdo de la actitud religiosa ante Dios; no hay nadie en ella: ni Dios, ni nosotros, ni los demás. Es puro vacío. Solo hay apariencia e hipocresía fina. El fariseo presume delante de Dios, no da gracias a Dios. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? (1 Cor 4, 7). Contrasta con la actitud de pobre y de agradecimiento, que expresa María en el canto del Magníficat (Lc 1, 46-55)
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. El publicano se sabe pecador, el más pobre de todos los hombres. Y la verdad que su conciencia le revela en su interior, él la reconoce delante de Dios, con la auténtica voz del corazón. El publicano ora consciente de que está hablando con Dios, es decir, con Aquel que «ve el corazón del hombre» (1 Sant 17, 6) y que, además de conocer la maldad de su corazón, es también el Misericordioso. Al presentarse ante el Dios misericordioso, él lo invoca en cuanto tal, elevando hacia él un alma pobre. Su oración está fundada en la verdad, pues la pobreza del hombre es el objeto específico de la misericordia de Dios.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Dios acoge favorablemente la oración del publicano, mientras que no responde a la oración del fariseo. La oración del publicano es una verdadera oración, en tanto que la del fariseo no ha sido en absoluto oración. El publicano había subido al templo convencido de su “injusticia” y decidido a confesarse «injusto» delante de Dios. Ahora baja «justificado», portando en su interior un valor que lo proclama «justo» a los ojos de Dios. Su misma oración ha sido ya un abrirse a la misericordia divina, que por su propio dinamismo interior estaba esperando la ocasión para derramarse sobre él. La Buena Noticia actúa según una lógica que nada tiene que ver con las leyes humanas del comportamiento social: Dios humilla a los que se enaltecen y enaltece a los que se humillan ante El. Dios niega al presuntuoso los dones salvíficos de la Buena Noticia y derrama con abundancia esos dones sobre los humildes «El que quiera ser primero, que se haga último de todos y servidor de todos» (Mc 9,35; Lc 9,48).
La Buena Noticia es una manifestación de la misericordia de Dios. Dios se revela en Cristo Jesús como el Misericordioso. La cita programática con la que, según san Lucas, explicó Jesús en Nazaret la lógica mesiánica de su propio misterio: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos; a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; Is 61, 1-2). El Evangelio mesiánico de Jesús ofrecido a los pobres es un misterio de la misericordia de Dios. Estos «pobres» a los que se llama «cautivos» y «ciegos» y «oprimidos» son todos los hombres sin excepción. La parábola del fariseo y el publicano es una enseñanza sobre la oración basada en la lógica de la Buena Noticia. El pobre pide con el lenguaje de la fe: Que tu Misericordia sea mi salvación.
3.- Respuesta a la Palabra. Meditación
¿Qué imagen tengo de Dios: juez, padre, abuelo permisivo?
¿He hecho experiencia del Dios de la misericordia?
¿Me preocupo de entender a los demás y no de juzgarles?
¿Cómo es mi oración: súplica, acción de gracias, petición?
4.- Orar la Palabra
“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación”.
5.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.