LECTIO DIVINA: Juan 12, 20-33

Invocación al Espíritu

Ven, Espíritu. Enséñanos, en las tormentas de la vida, a ceder a Dios el timón de nuestra barca.

 Motivación. Para disponer el corazón.

María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19). En cada circunstancia de la vida, José supo pronunciar su fiat, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní” (Papa Francisco, Patris Corde3).

A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Al texto le precede el relato de la resurrección de Lázaro (11,1-44)), la unción de María a Jesús para el día de mi sepultura (12,1-8)el episodio de los Ramos (12,12-19). Muchos de los judíos iban y creían en Jesús… El mundo se va tras él. Esto exaspera a los judíos y traman matarlo (11,45-54; 12,9-11). Los judíos, para Juan, dan muerte. En este contexto tiene lugar el texto de hoy: unos peregrinos vienen a celebrar la Pascua y piden: Queremos ver a Jesús. En un contexto más amplio, actual, vivimos momentos de crisis, en los que hay personas que dan su vida.

1. Fecundidad de la Palabra

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Fiesta de Pascua, la más importante para los judíos. Unos griegos, paganos, simpatizantes del judaísmo, a los que se les permite participar en las fiestas judías, quieren ver a Jesús (como el ¿dónde vives?, de 1,38). Contraste: los judíos quieren matar a Jesús, los paganos quieren verlo (simbolizan la llegada de gentiles a la comunidad). Han oído hablar de Jesús, ahora dan un paso más: quieren verlo. Para ello, buscan mediadores, le rogaban: Andrés y Felipe (de Betsaida, junto a la Decápolis); los dos tienen nombres griegos. En medio del gentío, acuden a decírselo a Jesús. Detalle precioso: belleza de las mediaciones, hablar de otros a Jesús. Sentirse Iglesia, no aislados. A Jesús, que no está aguardando otra cosa, sino que le miremos, se llega y se le vive en comunidad.

Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Jesús nos desvela su misterio: una vida que se entrega por todos en la cruz. Parte fundamental del texto. Decisión de Jesús, tiene claro lo que va a hacer, los hechos no le apisonan. Teología de la hora (referencias anteriores: aún no ha llegado mi hora (2,4) y procuraban prenderlo, pero aún no había llegado su hora (7,30 y 8,20). En la cruz, asumida como entrega, está la glorificación. La hora de la muerte es la hora de la gloria, de la verdad, la hora del amor hasta el extremo; la hora de Dios. Jesús, sobre la cruz, no reivindica otra gloria más que la gloria del amor (sólo el amor da valor a la vida). Así quiere que lo miremos, en esa soledad de amor herido, que embellece al mundo y reconcilia a la humanidad. El título que se da Jesús: Hijo del hombre (Daniel), significa que un hombre va a llevar a cabo el proyecto de Dios.

En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Imagen sencilla y sugestiva, insólita maravilla. Jesús en persona es el grano de trigo caído en tierra. Va a la muerte, hasta las últimas consecuencias de su compromiso. No le roban la vida, sino que la da con libertad absoluta. Su muerte es regalo de sí mismo al mundo. En su resurrección se manifiesta la plenitud de lo que se empezó a manifestar en su vida terrena. De ahí que la muerte no sea una pérdida sino una ganancia (mucho fruto). El grano de trigo se da sin guardarse nada para sí.

El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. Jesús, por medio de paradojas (amarse-aborrecerse, perderse-guardarse), que sólo se pueden asumir desde la fe, hace una reflexión acerca de la vida. No tiene sentido una vida sin sentido. Amar de esta manera duele, perder para ganar exige fortaleza. Cuando uno se ama a sí mismo, se pierde. Entendida así la muerte, da alegría y esperanza porque es nacimiento para la vida (vere dies natalis, día del verdadero nacimiento, como lo sentían y celebraban los primeros cristianos). El que se ama a sí mismo no evoluciona hacia la realidad definitiva (vida eterna). El que se aborrece a sí mismo y se entrega hace del atardecer de su vida el comienzo de la mañana.

El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Servir y seguir: dos realidades del discípulo. El Padre está con Jesús (lo honrará), está con el que se da. Estar con Jesús, donde él está por nosotros. El Padre se alegra de ver en otros el rostro de Jesús, el estilo de amar y dar la vida de Jesús (mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él). El cielo comienza en la tierra. Servir a los demás, desde Jesús, conduce a un final feliz.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». Este es el modo que tiene Juan de narrar Getsemaní. Jesús sufre porque es humano, pero sigue confiando en el Padre (pero si por esto he venido), aunque su rostro esté escondido (agitación, sufrimiento, obediencia…) y no coincida con nuestras imágenes de Dios. Juan no ve en la cruz un fracaso, ve una victoria sobre la muerte. El éxito (aplauso), entendido al modo humano, está lejos de Dios. Una inmensa plegaria comunitaria se eleva al cielo. En Juan no hay relato de la transfiguración, pero aquí Jesús glorifica al Padre (padre nuestro) y el Padre glorifica al Hijo y esa gloria brillará en la cruz. En la oscuridad el ojo va hacia la luz.

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. La gloria es para nosotros, para fortalecer la fe (transfiguración). ¿Cómo interpretar la voz de Dios en los acontecimientos? Esta voz no es un trueno, sino suave susurro de amor en la interioridad. El señorío de Jesús expulsa al príncipe de este mundo. Dar gloria a Dios es disponernos a participar en ella.

Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. Para ver a Jesús hay que mirarlo crucificado; ahí están la entrega y el amor. Jesús ha muerto para introducirnos en la plenitud de su misma vida. Cuando todo parece que termina, todo comienza; el amor no fracasa nunca. Todos son atraídos por el amor, también los griegos: dinámica universal, misionera. La glorificación invita y mueve a la evangelización. Jesús vincula la contemplación con la acción (atraer a todos), con dar fruto. Este criterio de universalidad abre las puertas del grupo.

2. Respuesta a la Palabra. Meditación

¿Queremos ver a Jesús? Buscando mis amores, iré… Andando enamorada me hice perdidiza y fui ganada (Juan de la Cruz).
¿Qué ofrecemos a los que quieren conocer a Jesús? El Evangelio; el Crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera.
¿Cómo entendemos y afrontamos la muerte?

3. Orar la Palabra

Queremos verte, Jesús.

4. Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.

Esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento para contentar a quien amamos (Teresa de Jesús).

Pedro Tomás Navajas, ocd

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