3º Domingo de Cuaresma

Invocación al Espíritu

De noche iremos, de noche. Que para encontrar la fuente solo la sed nos alumbra, solo la sed nos alumbra.

Motivación

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna. Nos hacen “discípulos- misioneros” (Aparecida).

1. A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Contexto

Estamos ante uno de los textos más bellos del evangelio de Juan.

Este evangelio es muy distinto de los sinópticos. En Juan todo son símbolos; a través de los que se comunica quién es Jesús.

Es una catequesis, que invita al seguimiento de Jesús. Todos los símbolos de Juan tienen un doble nivel, literal y profundo: la mujer, el pozo, la sed, el agua, los maridos, el alimento… todo remite a otra realidad, más allá de lo inmediato.

Jesús pasa por Samaría, territorio de herejes, hostil, para los judíos.

El texto plantea muchos desafíos: Ecumenismo, no dar rodeos ante los que son marginados, aprender a pedir y a dar vida verdadera.

2. Proclamación de la palabra: Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:

«Dame de beber»…

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».

3. Fecundidad de la Palabra

Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Pozos para beber, no fuentes de adorno. Jesús, sentado, ocupa el lugar del pozo de Jacob, a la espera, en un lugar hostil; está fatigado del camino, necesitado de agua. “Con su fuerza nos creó, con su debilidad nos buscó” (San Agustín). Él es el manantial que ocupa el puesto de la ley, el templo y la tradición.

Llega al mediodía con su cántaro la mujer de Samaría, sin nombre; representa al pueblo que sacia su sed en la tradición (pozo). El escenario sugiere un encuentro de amor (Jacob se enamora de Raquel junto al pozo, Jesús junto a la fuente del corazón- canción).

Entre los judíos y los samaritanos la enemistad era muy profunda, trataban de evitar todo contacto. El peor insulto que se podía hacer a un judío era llamarlo “samaritano”. Jesús llega, le dirige la palabra a la mujer sin miedo (un maestro no podía hablar con una mujer sola sin la presencia del marido). Le pide con gran respeto, con lo que desbarata la superioridad de los judíos. Se niega a reconocer la división causada por rivalidades religiosas (método pastoral, sin imponer). La misericordia es más grande que el prejuicio.

Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». Jesús inicia el diálogo. El relato se sitúa intencionadamente en clave de oferta: pedir para dar, preguntar para responder, sentir sed para ofrecerse como agua viva. La mujer no ha conocido que existe un don gratuito de Dios, pero si lo conociera… si supiera quién le pide de beber… Ha tenido cinco maridos (cinco libros, cinco ciudades, cinco ermitas). Samaría se ha entregado a otros maridos-señores-dioses (ba´alim), amores de paso, que la han dejado desengañada, con más sed; necesita recuperar a su verdadero esposo (Dios). Jesús la ayuda a descubrir la sed profunda que lleva en el corazón. Encontrar agua en el desierto es un milagro increíble; eso es Dios para nuestra vida, eso es el evangelio. El texto se refiere al bautismo; allí bebemos el agua de Jesús, no solo nos bañamos.

El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed. La samaritana representa la insatisfacción más radical del hombre (sed de amar y ser amados), que ninguna criatura puede satisfacer. El agua-Espíritu, que promete Jesús, no está estancada, se convierte en manantial interior que continuamente da vida. El que bebe de Jesús es fuente. Quien bebe no vuelve a tener más sed. El agua que da Jesús es el encuentro definitivo con el Dios verdadero.

Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. La mujer queda tocada por el encuentro, descubre algo nuevo que viene de Dios y lo pide. Quedan a un lado historias pasadas, normas antiguas que enfrentan a los pueblos. Descubre a Dios como Padre. No comprende bien cómo puede realizarse, pero se abre al don que le promete Jesús, porque responde a su anhelo más hondo. Su vida es mucho más hermosa con Jesús.

Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad. Jesús ofrece un cambio radical; propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. Jesús mismo será el lugar de encuentro con Dios. El interés de Jesús es que la mujer se relaciones de una manera totalmente nueva con Dios. Cuando la vida está tiritando en nuestro mundo hay que volver a la verdad, sin dejarnos envolver en nuestras propias mentiras. El hombre recibe vida en su raíz misma, en lo profundo de su ser, no por acomodarse a normas externas. El agua del Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo. Ahí brota la adoración.

«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». El «yo soy» característico de Juan se repite en los tres grandes símbolos: yo soy agua, yo soy luz, yo soy vida. El reconocimiento de Jesús es el centro del relato. Los samaritanos de Sicar son evangelizados por una mujer, santa Fontina, que deja el cántaro y marcha a anunciar a Jesús. Pero no se conforman con esa fe recibida; hacen suya la fe cuando ellos mismos conocen a Jesús y lo oyen. A la conversión, o sea al progresivo descubrimiento de la identidad de Jesús (como judío (v.9), más grande que Jacob (v.12), profeta (v.19), Mesías (vv. 26.29) y Salvador del mundo (v.42), le sigue el anuncio misionero. Cada encuentro con Jesús cambia la vida.

4. Respuesta a la Palabra.

¿Qué puedes dar a Jesús?

¿A quiénes excluyo de mis relaciones?

¿De qué tienes sed? ¿Con qué alimentas tu vida?

¿Qué “cántaro” sientes que debes dejar atrás?

¿Crees que Jesús es el salvador del mundo? ¿Lo anuncias?

5. Respuesta a la Palabra. Orar la Palabra

Imagina que Jesús dialoga contigo, como lo hizo con la samaritana.

Llámale: Agua mía.

Ora el salmo: Mi alma tiene sed de Dios, como tierra reseca, agostada, sin agua.

Canta: Dame de beber, dame de tu agua y no tendré más sed.

Contempla: Cuadro de la Samaritana de la casa de Teresa de Jesús.

6. Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.

En la profunda crisis de fe que estamos sumergidos no podemos limitamos a hablar de morales ni de lo que hay que hacer ni dedicamos a enjuiciar y decir lo que pensamos, sino lo que nos ama y cómo nos ama Jesús.

Documentación:  LECTIO DIVINA. III DOMINGO DE CUARESMA: Juan 4, 5-42

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