Invocación al Espíritu
Canto: Espíritu Santo, ven, ven.
Enséñame a vivir como Jesús.
Motivación. Para disponer el corazón.
La Palabra de Dios es siempre la misma, pero el Espíritu la hace entender y la presenta de forma diferente, según las personas que tengo delante. La sorpresa del Espíritu es continua porque hace que las cosas viejas sean nuevas y originales (Raniero Cantalamessa).
No se puede vivir sin utopías ni locura. Pero ¿resulta posible vivir sin una pizca de sabiduría, sin un poco de dulzura, sin algo de ternura, sin el ardor de una eterna profecía? (Adolphe Gesché). Este dijo a su familia: Mi pasión fue Dios. Yo no tengo otra palabra para decirlo.
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
Relato de los primeros discípulos de Jesús, del momento en que estos conocieron por primera vez a Jesús. A partir de aquí comenzó una relación de amistad, un encuentro. El relato es un modelo de llamada y seguimiento.
El pasaje se desarrolla a la orilla del Río Jordán donde se encontraba Juan Bautista dando su testimonio del Mesías ante los judíos, los sacerdotes de Jerusalén y los fariseos.
Este texto es una radiografía de todo seguimiento de Jesús.
1. Proclamación de la Palabra: Juan 1,35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
2. Fecundidad de la Palabra
Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: ‘Este es el Cordero de Dios’. Destacamos: Itinerario (al día siguiente) de los discípulos hacia Jesús; refleja nuestro camino de seguimiento. Nos detenemos en Juan, que está con sus discípulos. No busca protagonismo ni tiene afán de proselitismo, fija la mirada en Jesús (mira dentro), invita a sus discípulos a que lo sigan, aunque se quede solo; centra su atención y la de los discípulos en el Cordero, da testimonio de Jesús. Este es el Cordero recuerda al cordero sin defecto que se ofrecía en la Pascua (Éxodo 12,1s), o también al cordero que se sacrificaba para expiar el pecado (Levíticos 4-5). Jesús pasaba, entre tanta gente, pero alguien percibió su presencia y puso a sus discípulos en ese camino: Este es. Juan, preparador del camino, se hace seguidor de Jesús. Dios ocupa su centro. No utiliza el miedo para hablar de Dios. La fe es una propuesta de libertad.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús está en movimiento, se revela como Dios encarnado, en salida. Dos discípulos se sienten llamados, mirados, como expresión de un acto de amor. Yéndolos mirando… vestidos los dejó de hermosura. Se nos ofrece un bellísimo camino espiritual, concretado en los verbos oyeron, siguieron, vieron, se quedaron. Oír y seguir: dos modos de describir al verdadero discípulo. Todos somos invitados a vivir esta aventura de seguimiento. Importancia de la escucha para el seguimiento. ¿Escucho o sólo me escucho? Si sólo me escucho, no oigo cuando me llaman ni llamo.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: ‘¿Qué buscáis?’ Es Jesús quien toma la iniciativa, dice sus primeras palabras. Intercambio intenso de miradas (mira que te mira). Pregunta esencial de Jesús y diálogo profundo con sus discípulos acerca de lo que buscan, de lo que desean; cuál es su anhelo más profundo. Jesús remite siempre al ser humano, cuenta con él, lo ama. Se trata de contactos profundos. ¿Cuál es el motor de mi vida? Se volvió, es decir, Jesús, rostro del Padre vuelto hacia nosotros, encarnado, deja su condición de antes y asume otra, como nos ama tanto se hace a nuestra medida.
Ellos le contestaron: ‘Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?’ Él les dijo: ‘Venid y veréis’. La respuesta de los discípulos es una pregunta sencilla y profunda: ¿dónde vives? Con ella indican que quieren estar con Jesús, conocerle mejor; buscan otro lugar más tranquilo. Quieren escuchar a este nuevo maestro, como ellos lo definen, que predica algo nuevo. Les interesa poner en conexión el proyecto de vida de Jesús con sus anhelos profundos. Jesús les invita a venir y ver, a ponerse en camino. No se puede estar quieto cuando uno se encuentra con Jesús. De este encuentro nacerá la necesidad de contar a otros lo que les ha pasado.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. El encuentro requiere decisión y encuentro personal, una relación personal: permanecer con Jesús. Jesús hace participes de sus movimientos a los que lo siguen: fueron… vieron… se quedaron con él aquel día. No cuentan lo que hicieron ni de qué hablaron, ni dónde; era la hora décima, la de la plenitud, la hora que se recuerda siempre porque cambió toda su vida, la hora que recrea y enamora. Es una experiencia bellísima de los primeros dos discípulos que se quedaron con Jesús, que desean estar a solas con él. No necesitan más: sólo les basta Jesús. El seguimiento de Jesús no es voluntarismo, es un don, que proviene de escuchar a Jesús, contemplar dónde vive e iniciar con él una experiencia de amor: advertencia amorosa. Al pasar tiempo con Jesús se descubre su verdadero rostro y se afirma la realidad de lo que somos. Allí me dio su pecho, y yo le di de hecho a mí sin dejar cosa, allí le prometí de ser su esposa.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús. Cuando las experiencias son profundas no se quedan en uno, se comparten con los demás. El hallazgo, la luz, es para todos. El otro quizás era Juan, que se conserva en el anonimato. Mientras que los fariseos, sacerdotes y levitas se fueron sin respuesta, los discípulos de Juan conocen a Jesús y lo identifican con el que están buscando en el corazón.
Encuentra primero a su hermano Simón y le dice: ‘Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)’. Andrés busca a su hermano, le comunica su hallazgo, comparte con él la experiencia única que ha tenido: hemos encontrado al Mesías, el ungido, el consagrado, el Cristo. Y lo lleva a Jesús. El relato revela progresivamente la identidad de Jesús: Cordero, Maestro, Mesías, y como consecuencia la nuestra. Los discípulos reconocen a Jesús gradualmente y más en profundidad. Se enrolan en el señorío de Jesús, el amigo verdadero.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)’. El texto termina con una aclaración de Jesús acerca de la identidad de Simón que será llamado Cefas. Algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce a Jesús. El cambio de nombre es una expresión de amor por parte de Jesús, que se queda mirando. El silencio, o atención amorosa, de Pedro es elocuente.
2. Respuesta a la Palabra. Meditación
¿Qué ecos tiene en tu vida este relato?
3. Orar la Palabra
Canto: Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis. Lo vieron y se quedaron con él. Todo el día se quedaron con él. (Rafael María León, ocd)
Aquí estoy, Jesús. He escuchado tu voz en el secreto de mi corazón.
Aquí estoy, Jesús, me he encontrado contigo.
Aquí estoy, Jesús, para caminar contigo, con otros, en sínodo.
4. Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.
Tú pescador de otros mares, ansia eterna de almas que esperan,
amigo bueno que así me llamas. Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca…
Pedro Tomás Navajas, ocd