EL ALMIZCLERO
La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio», escribió Saint-Exupéry. Pero la tendencia a huir de nosotros mismos es muy fuerte. Cuesta descender al fondo de nuestro ser y escuchar, en silencio, la voz interior. Puede resultarnos demasiado comprometedor y preferimos la agitación, el ruido y la velocidad. Pero, para encontrarse a uno mismo -y a Dios-, hay que saber descender al fondo del propio corazón.
Las madres hindúes, para hacer comprender a sus hijos esta realidad, les cuentan la leyenda del almizclero, ese animal rumiante parecido al cabrito que lleva bajo su vientre una bolsa que segrega la sustancia odorífera y perfumada denominada almizcle.
«Una vez, hace muchos años, el almizclero, obsesionado por el olor del almizcle, atraviesa las selvas persiguiendo ese perfume. Renuncia a la alimentación, a la bebida, al sueño. No sabe de donde viene el perfume, pero se siente obligado a seguirlo a través de ríos, selvas, colinas, hasta que al fin, cansado y hambriento, resbala desde la cima de una montaña y rueda, mortalmente herido. Su último acto antes de morir es tener compasión de sí mismo y se desgarra el pecho. En ese momento, su saco de almizcle se rompe y expande el perfume. El animal huele, trata de respirar profundamente, pero es demasiado tarde.
Oh, hijo mío, no busques fuera el perfume de Dios, puedes perecer en la selva de la vida. Desciende al fondo de tu corazón y ahí encontrarás a Dios.»