SEMANA DE ESPIRITUALIDAD: SILENCIO

Acogida – Motivación  San José es maestro de oración, nos enseña a orar. Hombre de libertad interior. Vivió los acontecimientos de la historia en disponibilidad y abandono en Dios, que guiaba su vida. Centra su atención en el misterio de Jesús. Misterio del Amor que silenció su mente y ensanchó su corazón. Su silencio contemplativo nos impulsa a prestar atención amorosa a Dios, Presencia infinita de amor y de vida, y atención a los hermanos. Custodio de la Iglesia, cuida a los más pequeños, a los que están en las orillas de la sociedad.Nos muestra la importancia de atender la interioridad para caer en la cuenta de que vivimos habitados por un Amor mayor y mejor, que estamos llamados  a la plenitud, que, al adentrarnos en nuestro mundo interior, empezamos a centrar nuestras vidas en lo esencial: El amor a Dios y amor al prójimo.El servico brota del encuentro personal con el Dios que nos habita y vivifica. 

Canción: Silencio de amor. Jésed. Ministerio de Música

Momento de silencio

Tres diapositivas (Música instrumental Jésed: Aquieta mi corazón)

Nada hay tan grato y querido por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a él (San Máximo el Confesor). Hoy prestamos atención a la conversión al silencio.
Para vivir la atención amorosa necesitamos entrar en el silencio, que es también callado amor y que es lo que más le agrada a Dios.  

En el desierto de las Batuecas, que es un lugar donde se palpa el silencio como soledad sonora, al comenzar la oración de la mañana y de la tarde, recuerdan esta sentencia de san Juan de la Cruz: «Una palabra “habló” el Padre, que fue su Hijo, y esta “habla” siempre en eterno “silencio”, y en silencio ha de ser oída del alma» (Dichos 99). Oír a Jesús, palabra que el Padre habla en eterno silencio, y que en silencio ha de ser oída del alma.
Hoy vivimos en la sociedad del ruido, donde no resulta fácil dejar espacio para el silencio. Valorar el silencio, abrazar el silencio nos abre a Dios, a los otros, a la creación. Y nos hace más humildes.

Una de las tareas más urgentes que tenemos hoy como creyentes es la de aprender a valorar el silencio como un espacio y un tiempo de calidad. Ya hay personas que lo han descubierto y se sienten fascinadas por el silencio.

El silencio contemplativo, en sí mismo, tiene ya un valor. Los silencios fecundos tienen el poder de «nutrir» la vida humana. La respiración ayuda mucho.

Nos dejamos guiar por san Juan de la Cruz, que es uno de los mejores exponentes de la poesía del silencio. De esa poesía que, al mirar, admira y calla. Vamos a recorrer despacio una carta que escribió a las carmelitas de Beas. Es una filigrana, una vidriera que deja pasar la luz y la convierte en un arcoíris. La carta es del 22 de noviembre de 1587.  

A las carmelitas descalzas de Beas (Jaén) (Granada, 22 noviembre 1587)

Jesús-María sea en sus almas, hijas mías […]. El no haber escrito no ha sido falta de voluntad […], sino parecerme que harto está ya escrito para obrar lo que importa; y que lo que falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y obrar. Porque […] el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu […]. La persona […] no ha menester oír ni hablar más, sino obrarlo de veras con silencio y cuidado, en humildad y caridad […]; y no andar luego a buscar nuevas cosas, que no sirve sino de […] dejar el espíritu flaco y vacío […]. Para guardar al espíritu […] no hay mejor remedio que […] hacer y callar […], con uso e inclinación de soledad y olvido de toda criatura y de todos los acaecimientos, aunque se hunda el mundo, [y buscar] quietar su corazón con entrañas de amor […]; porque es imposible ir aprovechando, sino […] todo envuelto en silencio. El alma que presto advierte en hablar […], muy poco advertida está en Dios; porque, cuando lo está, luego con fuerza la tiran de dentro a callar y huir de cualquiera conversación […]. La mayor necesidad que tenemos es de callar a este gran Dios […], cuyo lenguaje, que él oye, solo es el callado amor.

¡Qué maravilla! Esta carta no tiene desperdicio. Ojalá escuchemos la música del silencio para que dancemos al ritmo de Dios. Se lo pedimos a nuestro padre y señor san José, como lo llamaba santa Teresa, el hombre que puso por obra el callar y obrar lo que había percibido en los sueños.

En el silencio contemplativo la tarea más fascinante y más urgente es la de no hacer nada. No tenemos que pretender nada. No tenemos que conquistar nada. No tenemos que lograr nada. La mera observación en silencio y en soledad son ya un camino profundamente terapéutico. Basta mirar con amor, con los mismos ojos de Dios, desde un profundo silencio. Basta estar atentos de veras y de corazón. “Estarse con advertencia amorosa, aunque le parezca que no hace nada” (2Subida 15,5). “Aunque ella no se siente caminar, mucho más camina que por su pie, porque la lleva Dios en sus brazos” (Llama 3,38)

El silencio es don, pero también tarea humana. Hacer las cosas «de corazón», de veras.

¡Que actúe en nosotros el Espíritu, que es huésped silencioso en nuestro corazón! Dios es el artista y nosotros somos el modelo. Lo único que ahora nos pide Dios es ponemos en silencio y escucha (cf. Llama 3,35), y dar vacaciones a los pensamientos. También en el campo de la oración, que no consiste en pensar mucho sino en amar mucho.

La raíz de toda la tradición bíblica es que «Dios habla». En este sentido, el silencio se ha de contemplar como hermano de la escucha. Piénsese en el famoso credo fundante del judaísmo, el «Shemá Israel» (Dt 6,4-9). En el Nuevo Testamento, Jesús es la Palabra que ha de ser escuchada: «Este es mi Hijo, escuchadle» (Mc 9,7)

O la no menos memorable escena en el monte Horeb con la presencia de un Dios al que se escucha en la «suave brisa» (cf. 1 Re 19,11-13): es el ejemplo más famoso de una «teofanía del silencio», aquella que san Juan de la Cruz leyó como «el silbo de los aires amorosos» (Cántico B 14,14).

El silencio, en la tradición espiritual, aparece también como todo un lujo. Un sabio maestro. Un pedagogo en el camino místico. San Juan de la Cruz hablará, en este sentido, de la necesidad de «guardar silencio» (Dichos 116) o de «quedar en silencio» (3Subida 2,2). Se trata de aprender a estar «callando para que hable Dios» (3Subida 4,4),

Uno de los poemas más hermosos de Pablo Neruda («Me gustas cuando callas»), el emisor humano podría dirigirse al receptor divino clamando: «Déjame que me calle con el silencio tuyo / Déjame que te hable también con tu silencio».

El silencio, vivido desde la ladera humana, tiene en la escucha, como hemos dicho, su experiencia polar. La escucha de Dios y su palabra. Para que esa escucha sea real, es clave la fidelidad y la constancia en todo momento del viaje místico. Pero especialmente ahora, al adentramos en los territorios de la experiencia contemplativa. Allí…

Para recibir la noticia amorosa el alma ha de estar en profundo silencio para tan profunda y delicada audición. Dios habla al corazón en el silencio.

BUSCA EL SILENCIO, TEN ALERTA EL CORAZÓN, CALLA Y CONTEMPLA. 

Oración final

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

Canto final:

         ID AMIGOS POR EL MUNDO. ANUNCIANDO EL AMOR
         MENSAJEROS DE LA VIDA DE LA PAZ Y EL PERDÓN
SED AMIGOS LOS TESTIGOS DE MI RESURRECCIÓN
         ID LLEVANDO MI PRESENCIA CON VOSOTROS ESTOY

Equipo CIPE

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