Santa Luisa de Marillac (1591-1660)

TALLER DE LECTURA ESPIRITUAL

I.- SEMBLANTE DE SU VIDA

Luisa de Marillac nació en París el 12 de agosto de 1.591. Su padre, Luis de Marillac, es miembro de una familia perteneciente a la pequeña y mediana nobleza de capa y espada. De su madre, nunca se supo nada. Esta ausencia, Luisa la manifestará diciendo que «la cruz le acompañó desde la cuna». Tuvo la suerte de recibir una sólida formación en el colegio de Dominicas de Poissy. Allí estuvo hasta la muerte de su padre, tenía entonces 13 años y la familia la colocó en un pensionado donde completa su formación en las tareas domésticas. Desea ser capuchina, pero ve frustrada su vocación. En 1613 contrae matrimonio con Antonio Legras y tiene un hijo que será para ella motivo de constante preocupación. La felicidad matrimonial dura muy poco. Hacia 1621, Antonio cae enfermo y Luisa vive unos años de profunda oscuridad y sufrimiento. Se siente culpable de la enfermedad de su marido. La luz de Pentecostés da paz a su alma. Cuando falleció su marido en 1625, Luisa entró en contacto con Vicente de Paul. A partir de este momento, comienza un nuevo camino de entrega a los más pobres. En 1633, fundó juntamente con él la Compañía de las Hijas de la Caridad. Su vida estuvo orientada a la formación y animación de las Hermanas en favor de los más abandonados. Toda su acción caritativa tiene su fuente en su trato con Dios y en su amor a Jesús Crucificado que descubre en los que sufren. Luisa de Marillac, mujer culta, andariega, audaz, creativa… buscadora infatigable de Dios y de los pobres, abrió caminos nuevos en el Apostolado Femenino del siglo XVII.

BIBLIOGRAFIA – SANTA LUISA DE MARILLAC, Correspondencia y Escritos, CEME, Santa María de Tormes (Salamanca). – BENITO MARTÍNEZ, Empeñada en un paraíso para los pobres, CEME, Santa María de Tormes (Salamanca). – N. GOBILLON, Vida de la señorita Legras, CEME, Santa María de Tormes (Salamanca).

II.- TEXTO: «LA LUZ DE PENTECOSTÉS»

En 1623, Luisa de Marillac, que tiene 32 años, vive un acontecimiento decisivo para su vida. Ante la enfermedad de su marido, Luisa entra en una prolongada y profunda noche oscura. Se siente culpable por no haber cumplido el voto deseo de entregarse a Dios. El día de Pentecostés reconoce la acción transformadora del Espíritu. Es la luz de Pentecostés que iluminó la densa oscuridad de su espíritu, haciéndole gozar de luz, paz, seguridad, gracia. Esta experiencia estará presente a lo largo de toda su vida y será «como una ley que Dios quiso poner en su corazón».

«En el año 1623, el día de santa Mónica Dios me otorgó la gracia de hacer voto de viudez si Dios llevaba a mi marido. El día de la Ascensión siguiente, caí en un gran abatimiento de espíritu por la duda que tenía de si debía dejar a mi marido como lo deseaba insistentemente, para reparar mi primer voto y tener más libertad para servir a Dios y al prójimo. Dudaba también si el apego que tenía a mi Director no me impediría tomar otro, ya que se había ausentado por mucho tiempo y temía estar obligada a ello. Y tenía también gran dolor con la duda de la inmortalidad del alma. Lo que me hizo estar desde la Ascensión a Pentecostés en una aflicción increíble. El día de Pentecostés, oyendo la Santa Misa o haciendo oración en la iglesia, en un instante, mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas. Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido, y que llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo. Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podría ser porque debía haber (movimiento de) idas y venidas. Se me aseguró también que debía permanecer en paz en cuanto a mi Director, y que Dios me daría otro, que me hizo ver (entonces), según me parece y yo sentí repugnancia en aceptar; sin embargo, consentí pareciéndome que no era todavía cuando debía hacerse este cambio. Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí en mi espíritu que era Dios quien me enseñaba todo lo que antecede y pues Dios existía, no debía dudar de lo demás» (E. 5 y 6).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN A la luz de este texto miramos nuestra vida:

  • ¿Qué situaciones me han provocado o me provocan oscuridad, miedo, angustia, inseguridad?
  • ¿Cómo me sitúo ante ellas? – ¿Trato de buscar en la oración la LUZ del Espíritu que ilumine mi realidad concreta? – ¿Tengo la experiencia de haber vivido la acción transformante del Espíritu?

MOMENTO DE ORACIÓN:

Comparte tu experiencia con manifestaciones de acción de gracias, súplicas, alabanzas, etc.

CANTO: Ilumíname, Señor, con tu Espíritu. Transfórmame, Señor, con tu Espíritu. Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón, Señor. (bis) Fortaléceme, Señor, con tu Espíritu. Consuélame, Señor, con tu Espíritu.

SÚPLICA: Señor, concédenos imitar tu vida, tu manera de obrar. Tú nos has dicho que estabas en la tierra para servir y no para ser servido. Enséñanos a practicar una gran mansedumbre con todos, a imitar tu gran bondad en la manera de acoger. Como tú, Señor, deseamos amar con ternura y respetar profundamente a todos aquellos con quienes nos encontremos; deseamos ser afables y bondadosos con los más desprovistos. Señor, enséñanos a conservar siempre un profundo aprecio por nuestro prójimo. Tu vida en la tierra, tu muerte y tu resurrección nos hablan de tu amor por todos. Amén. (Oración según los Escritos de Luisa de Marillac)

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