REPARTE TUS 7 DONES SEGÚN LA FE DE TUS SIERVOS
SEÑOR:
¡Por qué pedir tus «siete dones», si tu Espíritu es el único y verdadero Don, y si de Ti nos viene todo y todo cuanto nos viene es «don»?
Por que de algún modo tenemos que explicarnos cuando queremos pedirte una serie de hábitos, de disposiciones, de capacidades, de ayudas para tener siempre nuestras antenas orientadas hacia Ti.
Por que deseamos, no sólo captar tu voluntad, sino disponer de estímulos concretos para cumplirla en cada situación concreta.
Porque la acción de tu Espíritu en nosotros adopta distintas formas que ya Isaías (11, 1-3) describía como: Espíritu de sabiduría, de inteligencia, de ciencia, de consejo, de fortaleza, de piedad y de temor de Dios.
Porque el magisterio multisecular de nuestra Iglesia, así nos lo enseña.
DANOS EL «DON DE INTELIGENCIA»
Oh Espíritu de Dios! Sabemos que estás presente en todo ser humano, en toda criatura. Te sabemos el Omnipresente.
Pero te sabemos, al mismo tiempo, el «Dios escondido». Por eso y para eso te pedimos el «Don de Inteligencia»: Para que no nos falte el instinto de todo lo divino; para que te descubramos al trasluz de cada acontecimiento; para que cada criatura se nos convierta en huella de tu paso entre nosotros.
Mira, Señor, que cada vez parece que son más los estratos de nuestra cultura, las áreas de nuestro saber que se vuelven opacos a tu Presencia. No permitas que se nos atrofie el sentido de lo Tuyo.
Que Tu -¡Verdad de verdades!- seas la clave de todas las nuestras.
DANOS EL «DON DE CONSEJO»
¡Oh Espíritu de Jesús! No nos niegues tu «Don de Consejo» para distinguir entre valores y valores. Distinguir entre lo absoluto y lo relativo; lo perenne y lo caduco:lo urgente y lo aplazable; lo que importa en cada caso y lo que no.
Porque…¡qué difícil se nos hace a veces discernir entre importancias! Jerarquizar valores, elegir prioridades. ¡Cuántas veces olvidamos que lo pobre y lo sencillo se convierten en eslabón que nos lleva hasta lo absoluto y definitivo que eres Tú! ¡Y cuantas otras lo efímero nos enreda entre sus telas sin dejarnos escapar!
Danos el «Don de Consejo» para poder decir siempre palabras de bien a nuestros hermanos; para poder ser para ellos fieles correas de transmisión de tu voluntad.
Tu, ¡Espíritu Divino!, nos fuiste prometido por Jesús como el gran Abogado, el gran Consejero, el gran Sugeridor. Y como el gran Recordador de cuanto nos habías dicho. No nos niegues ni acalles esa tu voz que nos habla allá en lo hondo, y que es capaz de acallar todo el griterío de la calle.
DANOS EL «DON DE SABIDURIA»
Dánoslo, ¡oh Espíritu divino! como se lo diste a tus grandes amigos: Pablo, Agustín, Benito, Francisco, Domingo, Teresa, Juan de la Cruz y tantos otros como vivieron después o viven aún entre nosotros.
Concédenos con este «Don de Sabiduría», la capacidad del «mirar contemplativo»; este es: «Ayúdanos mirar con amor; a descubrirte en el silencio. Ayúdanos a mirar con amor, a ver las cosas como Tú las ves».Llegar a ver las cosas como Tú las ves: ¡he ahí la cumbre de todo auténtico saber!
Más aún: Que tu Sabiduría, Señor, nos haga sabroso el bien y gustosa la verdad, nos inocule la alegría y la mentira. Y nos haga capaces de transmitir a cuantos nos rodean este mismo sabor, este mismo gusto, esta misma alegría que pedimos para nosotros. Que podamos repetir con verdad las palabras de esa oración en que tus fieles te pedimos tantas veces «degustar lo que es recto», (¡recta supere!).
Que nada ni nadie nos desoriente en momentos culturales como los nuestros donde tan desdibujado está todo, donde tan mezcladas andan la verdad y la mentira.
DANOS TU «DON DE CIENCIA»
Dánoslo, ¡oh Espíritu de Jesús!, para comenzar teniendo clara conciencia de las cosas que ignoramos. Concédenos con este don la gracia de esa «conciencia del límite» que salva de toda arrogancia y que con tanta nitidez distingue al verdadero sabio de quien, de forma petulante, pretende saberlo todo.
Que tu «Don de Ciencia» nos abra los ojos para conocer y admirar el entramado de la vida y sociedad en que nos movemos. Para descubrir los «cambiantes signos de los tiempos» a los que alude el Concilio, y a los que debemos dar una respuesta si de verdad vamos en busca de una «nueva evangelización». Que gracias a este «don», sepamos mantener viva en nosotros la gozosa esperanza de que todo camine hacia el verdadero «progreso».
No permitas,¡Espíritu de Cristo!, que se extinga en nosotros la capacidad de admiración y apoyo hacia las conquistas logradas por nuestros hermanos, los hombres de la ciencia, la técnica, el arte y los deportes, o de la más humilde de las actividades humanas.
Que secundemos el sentimiento paulino de apoyar todo lo grande, todo lo noble, todo lo bello y todo lo bueno con vistas a que todo redunde en gloria tuya y todo colabore al bien de los que se han de salvar.
DANOS EL «DON DE PIEDAD»
Necesitamos, también, tu «Don de Piedad». Una piedad entendida por una parte como la que tuvo Jesús con los niños, con los pobres, con los enfermos, con los marginados, con los ignorantes como Pedro y Nicodemo y Zaqueo. Una piedad forjada a corazón abierto. Danos para ello un corazón sin puertas. Un corazón amplio y dilatado como las arenas del mar.
Que gracias a este «don» consigamos, también, una perfecta adecuación entre lo que de Ti sentimos en nuestro interior con nuestros comportamientos religiosos externos; para eso, para que el adjetivo de «piadoso» no pase a significar algo así como beato y, mucho menos, hipócrita.
Consérvanos el sentido y gusto por la santidad; que no caigamos en la tentación de poner su listón cada día más bajo, ni nos devore esa filosofía de la chapuza en lo relativo al amor. Que no sólo cumplamos tus preceptos y los de tu Iglesia, sino que lo hagamos gustosos y con medida colmada.
Alienta y aumenta en nosotros la esperanza de tus Promesas y el respeto de tus inescrutables designios. Y que en nuestras vidas nunca falte una actitud adoradora dirigida exclusivamente a Ti, ya que.. ¡sólo a tu Dios adorarás!
DANOS EL «DON DE FORTALEZA»
Provéenos de él, ¡Espíritu de Jesús! Lo necesitamos para que nuestra fe no vacile ante el ateísmo de los descreídos, ante tanta caricatura de creyentes como vemos a diario, ante la persecución por la justicia, ante la confesión de tu nombre, ante tu aparente silencio, ante el peso del vivir de cotidiano, ante el sufrimiento de los inocentes, ante el nuestro propio…
Danos, Señor, una brizna de tu fortaleza para llevar a cabo la tarea que nos has asignado en este mundo. Dánosla ahora; pero también más tarde: «Olvida los pecados de nuestra juventud», y «que en la vejez y en las canas, no nos abandones, Señor».
DANOS EL «DON DEL TEMOR DE DIOS»
Sí, sí: hemos dicho bien. Danos, ¡Espíritu Santo!, el «don de tu temor». De ese «temor que es el principio de la sabiduría». Un temor sin miedos. Más aún: Un temor capaz de librarme de todos los demás miedos.
Te pedimos, como Teresa de Jesús, «jamás perder el temor de perderte». Que el temor del mal, jamás prevalezca dentro de nosotros sobre nuestro amor al bien, a la verdad. Danos «temor y amor» como tantas y tantas veces te pedía tu hijo san Francisco de Borja.
Y por último te pedimos ¡el Don de dones! Ese verdadero y supremo «Don» que eres Tú, ¡Espíritu divino! Te necesitamos a Ti, porque todo lo demás ya nos dijiste que se nos daría por añadidura…