Secundino Castro
Transfigura al mundo y al hombre
«Por la Palabra de Yahveh fueron hechos los cielos, por el Espíritu de sus labios todos sus encantos» (Sal 33,6).Moisés había deseado que Israel entero profetizara. Por eso exclamó: » Quién me diera que todo el pueblo de Yahve profetizara porque Yahve les daba su espíritu’ (Núm 11,29).Y los profetas habían soñado con la efusión universal del Espíritu (Is 32,15) cuando la estepa se trocaría en oasis . Por su parte, «Pablo siempre que se pone a hablar de la nueva existencia, casi siempre empieza hablando del Espíritu» (Eichholz).
La presencia mística de Cristo, que inunda al ser entero del cristiano,la realiza el Espíritu (Rm 5,5; 8,14-16; Ef 3,16). En él el Padre nos manifiesta los secretos de su corazón, cálido y misterioso hogar (Unamuno), su realidad más íntima( 1Cor 2,10-15).Nos revela su secreto más preciado, su Hijo( 1Cor 2, 12). Deposita en nosotros su evangelio( Rm 8,2.9ss),yugo llevadero y carga ligera (Mt 11,30). De este modo surge en nuestro interior un río de agua viva (Jn 7,37-39),la vida nueva, la del E spíritu ( Rm 8; Gál 5,16-26), que nos hace sentirnos y ser hijos (R m 8,14-17); y templos vivos del Padre (R m 8,11; 1Co r 6,19). De este modo nos hace gustarla nueva creación (1 Cor 3,10-17; Ef 2,14-22). Él nos susurra en lo más profundo del corazón palabras inenarrables, que suben a nuestros labios en rumor de plegaria (R m 8,26), y nos enardece el ser entero con el grito porla consumación (R m 8,22). El Espíritu traspasa la historia, se interioriza en el hombre y de nuevo torna a la historia, a la que incita a vibrar .Resucitará al cristiano como hizo con Cristo (Rm 8,10-11) .Entonces el ser humano, sin dejar de ser carne, se transfigurará en Espíritu (1 Cor 15,45-49). Y nuestros rostros descubiertos brillarán y se trasformarán en luminarias de Jesús (2 Cor 4,6).
Se remansa en María
Lucas nos revelará el misterio que va a surgir de María como fruto de la Ruaj (Espíritu) de Yahvé, que cual nube fecunda envuelve a Miryam (Lc 1,35), como antes lo hiciera con el pueblo de Israel (Ex 13,22; 19,16). Mateo es más reservado, se limita a decir que su concepción es fruto del Espíritu Santo (Mt 1,20). La efusión del Espíritu, que va a tener lugar con Jesús (Jn 3,34; 7,37-39), comienza con ella. Creo que es posible afirmar, sin distorsionar los textos, que en la figura de María se percibe la concentración del Antiguo Israel, fuente de la que ahora va a brotar la salvación. También María recibirá el Espíritu el día de Pentecostés (Hch 1,14; 2,1-14). Por eso, cuando al final del Apocalipsis se hable de la unión entre el ‘Espíritu y la Novia’ (22,17), expresión que, sin duda, se refiere a la Iglesia y al Espíritu Santo, es impensable no hacer memoria de María, contemplada en los evangelios de la infancia también como novia, joven, virgen (la parthenos), la idolatrada del Espíritu.
Anega a la Iglesia
Al Espíritu le corresponde dar cohesión a los miembros de la Iglesia ( 1Cor 3,16; 12,13; Ef 2,22; 4,2-3) .Es el hontanar de los carismas y la fuente de toda clase de gracias ( 1Cor 12,7) . Es la raíz de las virtudes teologales ( 1Cor 13,13).Nos embriaga de sabiduría (1 Cor 2,10-16) ; y de amor ( Rm 5,5) ; nos reviste de intrepidez ( Flp 1,19) ; nos desborda en esperanza ( Rm 15,13) ; y nos sumerge en plegaria ( Rm 8,26) . Pone su morada en nuestro corazón ( 1Ts 5,19; Ef 4,30; Rm 8,9) y n os impregna de unción ( 2Cor 1,21; 1Jn 2,20.27) .
Juan ha insistido particularmente en la unción (1Jn 2,20.27) . Esta palabra hace relación sobre todo a la experiencia que se canaliza por las virtudes teologales. A través de ellas la revelación empapa al discípulo.E l agape le hace comprenderse como existencia, cuya esencia más radical es darse. Finalmente, se entiende transcendido, todo su ser clama por ir más allá de sí mismo.De este modo el hombre aparece como abismo y hondura, que remite a Dios. Así unge el Espíritu a los suyos.El Espíritu configura a la Iglesia.La relación entre el Espíritu y la Iglesia, como la del Espíritu y Cristo, no es de tipo externo o de sola ‘asistencia’, sino de relación esencial y vital. De tal manera que la constituye . » La Iglesia -afirma san Ambrosio- ha sido construida por el Espíritu Santo». Y León XIII enseñará que el Espíritu es su alma.
Artífice de nuestra finura moral
Nos reviste de caridad exquisita y de paz profunda. Nos encumbra a lo bello y nos regala la experiencia de lo sublime. Llena de luz nuestro entender, genera lo sobrenatural en nuestra carne, nos infunde la armonía del mundo, produce en nosotros ansias de consumación, amansa con arras el corazón, y nos despierta en cada hombre a un hermano. Su presencia se hace viva en todo nuestro ser; se le percibe al verbalizar la palabra, y al mirar a María (no se olvide que en hebreo espíritu lleva género femenino). ‘Tales eran las (mociones) de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, -dice Juan de la Cruz- la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo’ (3S, 2,10). Quizás el místico se hace aquí eco de algunas opiniones según las cuales el rostro del Santo Espíritu brilla en el de María. Por eso no podemos fijar nuestros ojos en ella, hecha llama viva también, sin que se nos descontrolen las emociones y se acelere el corazón.
EL Espíritu se deja sentir como acompañante en la fatiga del camino, como aura que acaricia, «silbo de los aires amorosos», y viento impetuoso que doblega. Como agua que empapa, como lluvia que refresca. Horno que arde, llama fulgurante, que consume sin pena. Música callada y soledad sonora en la amorosa cena. Esparce su aroma en el aire de la almena, y nos invita al prado de verduras, a la interior bodega, a las subidas cavernas de la Piedra, y al olvido entre las azucenas (cf. Juan de la Cruz).