Buscamos un tiempo para orar. Comenzamos con la señal de la cruz meditando de manera muy especial en la tercera persona de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA
En el día de la celebración de la venida del Espíritu Santo, abrimos la Biblia, leemos estos pasajes del evangelio de san Juan y dejamos que resuenen en nosotros:
- “No os dejaré huérfanos.” (Jn 14,18)
- “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy el paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. (Jn 16, 7)
- “Sopló ante ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.” (Jn 20, 22)
A los católicos no nos han educado en relación al Espíritu. Sabemos muy poco de él; olvidamos con facilidad que el Espíritu Santo es el que da testimonio permanente en la Iglesia. Es el que nos introduce en el misterio y el que lo interioriza en nosotros. Es el encargado de continuar la tarea de Cristo en nosotros, en la Iglesia.
Por el Espíritu tuvimos el primer contacto con Dios: en la creación del hombre aparece el Espíritu en el soplo de vida que Dios insufló a Adán (Gn 2,7). El Espíritu Santo es la gran promesa del Antiguo Testamento que se ha realizado en nosotros en el bautismo:
“Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos.” (Ez 36, 26-27)
“Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Dios.” (Is 11, 1-2)
En la tarea de la salvación, el Hijo y el Espíritu son inseparables. El Espíritu penetró en María junto con el Verbo. Pero el Espíritu no se hizo hombre. Su existencia queda oculta, revela al Hijo y revela el designio del Padre. Su función no es revelarse a sí mismo, sino revelar al Hijo. Posee una existencia Kenótica, humilde, cuya misión es revelar al Padre y entregarnos al Hijo.
Pentecostés, por tanto, es el fin último de la economía de la salvación. Es el día del nacimiento de la Iglesia: “creo en el Espíritu Santo que está y actúa en la Iglesia”. Según la Ortodoxia, el Padre actúa por medio de sus dos manos: el Hijo, que se encarnó en un momento histórico, y el Espíritu, cuya función consiste en hacer que todo llegue a la comunión con Dios, en santificar y perfeccionar la creación. Ambos actúan conjuntamente, pero no realizan idénticas acciones.
Ignacio IV Hazin, patriarca ortodoxo de la iglesia grego-ortodoxa de Siria, en el Consejo Ecuménico de las iglesias en 1968, lo explicaba así:
El Espíritu Santo es la Novedad,
es la presencia de Dios-con-nosotros.
Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos,
Cristo se queda en el pasado,
el Evangelio, en letra muerta,
la Iglesia no pasa de simple organización,
la autoridad se convierte en dominio,
la misión, en propaganda,
el culto, en evocación,
y el quehacer de los cristianos,
en una moral de esclavos.
Con el Espíritu, Dios vive en cada corazón,
Cristo, desde el hoy, nos abre el futuro,
el Evangelio potencia la nueva vida,
la Iglesia expresa la comunión trinitaria,
la autoridad es un servicio liberador,
la misión, un Pentecostés prolongado,
la liturgia, memorial y anticipación,
el quehacer de los cristianos,
un ejercicio de libertad y liberación.
Intentamos preparar nuestro corazón para su venida. Para ello nos abrimos al don del Espíritu y a todos sus dones: las gracias o manifestaciones del Espíritu que recibimos (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios); carismas o gracias del Espíritu Santo orientados al bien común de la Iglesia, de los hombres y de las necesidades del mundo (profecía, don de lenguas, don de interpretarlas, curación, conocimiento de los misterios…) y frutos: las virtudes humanas que podemos ejercer y perfeccionar gracias a la presencia del Espíritu en nuestra vida (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio de sí mismo -Ga 5, 22-23-).
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
[Ven, oh Santo Espíritu y de tu amor enciende la llama. Ven, Espíritu de amor. Ven, Espíritu de amor.]
PETICIONES DE SUS DONES
Después de haber invocado al Espíritu Santo, nos atrevemos a pedirle cada uno de sus dones no sin antes recordar lo que cada uno de ellos representa:
Nos infunde el temor a ofender a Dios; temor filial: el alma se preocupa de no disgustar a Dios como Padre nuestro, de no ofenderlo en nada.
Te lo pedimos, Señor
EL DON DE LA FORTALEZA.
La respuesta de Dios a la debilidad del hombre es el don de fortaleza. Podemos vivir apoyados en nosotros mismos o apoyados sobre roca (Mt 7, 20). Dios se manifiesta cuando somos débiles y es entonces cuando acogemos el don de fortaleza como le dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad” (2 Co 12, 9). El don de fortaleza son las acciones del Espíritu Santo que te ungen con su poder y amor.
Te lo pedimos, Señor.
EL DON DE PIEDAD.
Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos haciendo nuestro corazón participe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo.
La experiencia de la propia pobreza existencial y del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma suscita en nosotros la necesidad de recurrir al Padre, como hizo el hijo pródigo de la parábola (Lc 15, 11-32), para obtener gracia, ayuda y perdón. El don de la piedad nos enriquece con sentimientos de profunda confianza para con Dios experimentándolo como Padre providente y bueno.
Además, el don de la piedad extingue en el corazón la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia y de perdón.
Te lo pedimos, Señor
EL DON DE LA CIENCIA.
Es el don de la ciencia de Dios, no de la ciencia del mundo. Consiste en ver las cosas como las ve Dios. La creación es un don gratuito de Dios, es la expresión de su ser reflejado en todas las cosas, pero toda la maravilla de la creación quedó herida de muerte y de finitud por el pecado y gime con dolores de parto (Rm 8, 22). A través del don de la ciencia, sabemos que la creación entera fue tocada y renovada por la gracia de Jesucristo resucitado.
Asimismo, este don nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador; nos ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como afirma Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.
Te lo pedimos, Señor
EL DON DE LA INTELIGENCIA.
Si el don de la ciencia consiste en ver las cosas como las ve Dios, liberadas de la herida del pecado y revestidas de la luz de la resurrección de Jesucristo, el don de la inteligencia aún es más maravilloso porque es una luz que concede el Espíritu, no ya para ver la obra de Dios, sino para verle a él mismo, para entrar en su intimidad. Con el don de la inteligencia, la Escritura se convierte en palabra viva, el pan y el vino se convierte en el Cuerpo y Sangre del Señor y el hermano, en templo de Dios.
Es una gracia para comprender la Palabra de Dios, profundizar y aceptarlas verdades reveladas.
Te lo pedimos, Señor
EL DON DEL CONSEJO.
Nos ayuda a discernir los caminos y las opciones de nuestra vida. Toda nuestra vida está llena de decisiones; no solo de las grandes y transcendentales que determinan nuestra vocación, sino también de las pequeñas decisiones de cada día. Vivir es elegir. Este don nos posibilita descubrir la voluntad de Dios y actuar en cada momento conforme a ella; lo que Jesús nos enseñó en el Padrenuestro: “Padre, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. El don del consejo guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer.
El don de consejo nos da también la posibilidad de ayudarnos unos a otros a descubrir la voluntad o plan de Dios o en nuestras vidas porque el cristiano ha de ir hacia el Padre unido a sus hermanos.
Te lo pedimos, Señor.
EL DON DE LA SABIDURÍA.
Es el don que da plenitud a todos los demás dones. El don de la sabiduría es el mismo corazón de Dios. La esencia, lo íntimo de Dios es que Dios es amor por ello el don de la sabiduría es el amor de Dios. Este don nos hace sabroso a Dios y a todas las cosas. Juan Pablo II lo explicaba así:
El primero y mayor de todos los doneses la sabiduría, la cual es luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: «Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza» (Sb 7, 7-8). Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. Santo Tomás habla precisamente de «un cierto sabor de Dios» (Summa Theol. II-II, q.45, a. 2, ad. 1)… Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios.
Te lo pedimos, Señor. -.-
Las imágenes del Espíritu (Ruah) son fluidas: soplo, viento, llama, zarza ardiendo, paloma…: “El viento sopla donde quiere y oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a donde va. Lo mismo sucede con el que ha nacido del Espíritu.” (Jn 3,8)
¿CÓMO SER DÓCILES AL ESPÍRITU SANTO?
¿Nos dejamos guiar por el Espíritu Santo? ¿Somos dóciles al Espíritu como lo fue María (“Hágase en mí tu voluntad”) o nos empeñamos en vivir sin aire, en no ver a Dios, en la tercera persona de la Santísima Trinidad, como la presencia de Dios-Aliento? Todos tenemos necesidad de aliento en nuestra vida…
Cinco pautas para ser dóciles al Espíritu Santo y abrirnos a su presencia:
- Recordar que no estamos solos; el Espíritu Santo nos acompaña.
- Invocarlo antes de cualquier proyecto que realicemos.
- Dejarnos sostener y consolar por él en las dificultades.
- Pedirle ayuda para poner en práctica el evangelio.
- Esforzarnos por llevar una vida de oración constante.
¡Ven Espíritu Santo, descanso de nuestro esfuerzo!
CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Recibe, ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones: mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza y el amor de mi corazón. Yo me abandono sin reservas a tus divinas operaciones y quiero ser siempre dócil a tus santas inspiraciones. ¡Oh Espíritu Santo!, transfórmame, con María y en María, en Cristo Jesús para gloria del Padre y salvación del mundo. Amén.
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Pentecostés es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. ¡Ojalá que este año cobre un sentido especial en todos nosotros y tomemos conciencia de que donde él está brota la vida, huyen los miedos y aflora la esperanza como experimentó Santa Teresa!:
Vínome un arrobamiento tan súbito que casi me sacó de mí… Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios… ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra. (Vida. 24, 5-7)
Julia López Lasala
Especialista en Espiritualidad Bíblica
Fuentes:
- Víctor Codina Los caminos del Oriente cristiano. Iniciación a la teología oriental. Santander. Sal Terrae.1997. S.S.
- María Jesús Casares, Los dones del Espíritu Santo, VOZdePAPEL, 2017.
- Catecismo de la Iglesia Católica (números 799- 801; 1830-1832), Asociación de Editores del Catecismo,1992.
- S.S. Juan Pablo II, Regina Caeli, 9- IV- 1989.
- S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 23-IV-89.