En la noche de Teresita, Dios prepara respuestas para los problemas nuevos. Se adelanta a los tiempos porque el ateísmo no era todavía un fenómeno de masas en su tiempo. Creía Teresita que los que no tenían fe hablaban en contra de sus pensamientos, cuando negaban la existencia del cielo, porque «el pensamiento del cielo me hacía totalmente feliz» (C 5v). Pero, de pronto, se le concede experimentar el mundo de las almas sin fe al verse ella misma inmersa en él: «El Señor permitió que mi alma fuera invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no fuera en adelante sino motivo de lucha y de tormento» (C 5v).
Teresita pasa de rogar por los pecadores -ésta había sido su orientación vocacional de toda la vida- a sentirse pecadora. Más de año y medio le duró la prueba, hasta su muerte.
Esta prueba le va a permitir acoger en su vida la experiencia de los sufrimientos y angustias de los hermanos y hermanas, aceptar la prueba de los incrédulos, sentarse a la mesa de los pecadores, y entender esto no de una forma romántica, que cae bien incluso el decirlo, sino de una forma real: comer con ellos el pan del vacío y la oscuridad. Y desde ahí orar por los que son suyos, porque el Padre se los ha dado: los pecadores, los ateos, los que no encuentran la luz. «Vuestra hija os pide perdón por sus hermanos, acepta comer todo el tiempo que quieras el pan de dolor» (C 6r).
Como Jesús, también Teresita entrega la vida por los demás. Vive lo mismo que Jesús en el Huerto: el peso del pecado del mundo sobre sus hombros. Se realiza su gran sueño sacerdotal -en su casa siempre habían deseado tener un hermano sacerdote-. Penetra junto al Señor en el interior mismo de la redención del mundo. Es la aventura de todas las almas a las que Cristo permite participar en el misterio de su agonía nocturna, para hacerlas capaces de una comunión más honda con toda la humanidad. Por eso, no es de extrañar que hoy, pecadores, alejados, gente sencilla digan cuando se encuentran con Teresita: “Esta es de los nuestros». La capacidad de comunión y de comprensión, de gracia que no de juicio, proviene de la participación en la pasión de Cristo.
No le resulta fácil explicar a Teresita lo que le pasa. Tampoco quiere manosear su noche. De hecho, muchas hermanas ni se enteran de lo que está pasando en el corazón de esta joven. Sólo ven su sonrisa, su permanente sonrisa, pero no saben de dónde viene. Sin embargo, algo dice, aunque teme estar como blasfemando: «Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla; nunca he contemplado el aspecto alegre de la naturaleza» (C 5v). Describe su situación como «espesas tinieblas», «oscuro túnel», «muro».
A la priora le dice: «Sueñas con la luz, con una patria embalsamada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas estas maravillas; crees que un día saldrás de las brumas que te rodean. Y escuchas una voz que te dice: Adelante, adelante, alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda aún, la noche de la nada» (C 6v). Su hermana Inés nos relata otra confidencia de Teresita: «Ayer por la noche, me sentí invadida por una verdadera angustia y mis tinieblas aumentaron. No sé qué voz maldita me decía: ¿Estás segura de que Dios te ama? ¿Ha venido a decírtelo? (UC, p572).
El término «combate» define bien su reacción ante la tentación. Sabe lo que es hacer frente: «Soy como el centinela que observa al enemigo desde la torrecilla más alta de un fuerte castillo» (C 23r). Sabe lo que es huir: «Cuando mi enemigo viene a provocarme, me porto valientemente. Sabiendo que es una cobardía batirse en duelo, doy la espalda a mi adversario, sin mirarle siquiera a la cara (C 7r). Sabe, sobre todo, acercarse a Jesús: «Corro hacia Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre para confesar que hay un cielo» (C 7r). Y sabe también abandonarse en Dios: «Nunca me apoyo en mis propios pensamientos; conozco lo débil que soy» (UC 20.5.1). “Creo que he hecho más actos de fe en un año, que durante toda mi vida» (C 7r). Y lo que hace, de un modo fiel son las obras de la fe. Canto lo que quiero crecer. Querer amar ya es amar.
Ve la fe amenazada. Ve amenazado el bien que más aprecia: su confianza en el Amor misericordioso, el centro de su caminito. Teresita se ha ofrecido «como víctima de holocausto al Amor misericordioso de Dios» (A 84r), y ha recibido la prueba de la aceptación divina en la «herida de amor» (UC 7.7.2). Y he aquí que esta reciprocidad de amor total parece que cesa de golpe. Dios se retira en el silencio de su doble noche. Teresita comprende que al abandono aparente de Dios debe responder con su entrega total, un abandono, no menos total, a las manos de Dios: «Dios quiere que me abandone como un niño que no se preocupa de lo que harán de él» (UC 15.6.1).
Teresita todo lo vive con humor y con paz. La paz no le abandona en ningún momento (la paz es una de las señales que pone san Juan de la Cruz como propias de este momento de noche). «Mi alma, a pesar de sus tinieblas, está en una paz admirable». (UC 24.9.10). Las hermanas olvidan que tiene una enfermedad terminal, y van donde ella a pedirle consejos, molestándola con preguntas o deseosas de recibir consuelos. Y ella sigue hablando de ser «pelotita» de Jesús, «juguete» de Jesús; y no son infantilismos. Tiene dentro la noche de la fe. Vive la noche de Jesús ofreciéndose a ser juguete de Jesús.
Despegándose de su familia carnal -forman en el Carmelo una especie de clan familiar- dedica el último manuscrito a María de Gonzaga. Es como el símbolo de una maternidad universal, fraguada en la noche.
Cerramos los ojos y te descubrimos en la noche.
En la noche te juntas con nosotros.
No se termina tu luz, ni se acallan tus músicas.
Hasta de noche nos instruyes.
Nuestra noche, vivida contigo, es misionera.
Pedro Tomás Navajas, ocd