El Adviento es la oportunidad de los profetas
En estos días se habla mucho de crisis en todos los ámbitos familiares, eclesiales y sociales. Y no es para menos. Se habla ya de más de tres millones de parados, incluidos los fijos discontinuos (una estrategia para ocultar parados reales) y de la posibilidad de que muchas familias se queden sin recursos suficientes para llegar a final de mes porque falta el trabajo y se acumulan las deudas. Guerra en Ucrania que afecta a los recursos energéticos de todos los europeos. Un panorama sobrecogedor.
La crisis, a modo de grandes nubarrones, se extiende sobre nuestras cabezas y genera en nosotros sentimientos de pesimismo y desconfianza. Pues en este contexto resuena con fuerza la Palabra del profeta: “Consolad a mi pueblo”
La vida humana está cargada de precariedad, de soledades estériles, de crisis amorosas, de sufrimientos inexplicables, de problemas económicos, de tensiones constantes en la convivencia. Vivir es ciertamente muy hermoso, pero nadie ha dicho que sea fácil. Con frecuencia nos encontramos con personas que vagan entre nosotros buscando algo, un pequeño sentido a su vida, un poco de cariño, ser escuchados, ser tenidos en cuenta y, sobre todo, ser amados. Ésta es la gran crisis que atraviesa nuestra sociedad como un taladro: una crisis de valores y de falta de sentido que nos ha hecho perder de vista el horizonte hacia el que camina nuestra sociedad y nuestra historia.
Pues aquí y ahora, nos dice el profeta que tenemos que consolar a nuestro pueblo. Que Dios desea el consuelo y la alegría de sus hijos y que cuenta con nosotros para que sea posible. Pero esto nos exige estar atentos a la Palabra y seguir el consejo que nos da el profeta: “Habladle al corazón”. Las palabras nos agobian porque hay exceso de ellas, palabras engañosas y huecas, manipuladoras e interesadas. Fijaos en las ofertas de Navidad. ¡Qué bien saben vender! Pero sólo las palabras que brotan del corazón, que son auténticas, que se dicen en primera persona pueden llegar a ser creíbles y a consolar. Estamos invitados en este adviento a ser testigos, como los profetas, de todo eso en lo que creemos firmemente. Testigos de la bondad de Dios que quiere abrirse paso en nuestras vidas.
Estamos convencidos, como dice la Palabra de que “la gloria de Dios se manifestará”. Ya se ha manifestado en su Hijo muy amado –Eso celebramos en Navidad y siempre- y esta seguridad de que Dios acompaña y sostiene nuestras vidas nos alienta en nuestras dificultades y son un motivo suficiente para seguir esperando, para apostar por el bien y para no dejarnos engañar de profetas agoreros de la desesperanza, que en tiempos de crisis se multiplican como setas.
La crisis económica nos afecta y nos hace daño, pero la crisis espiritual es demoledora, nos destroza, nos hunde, nos doblega. A esta crisis hemos de prestar especial atención. Si es verdad que estamos en una recesión no es menos cierto que hace tiempo que hemos entrado en una recesión espiritual que ya empieza a dar agrazones.
En algunos lugares ya se han retirado los crucifijos porque no conviene que nuestros niños se pregunten por el crucificado, no sea que lleguen a conocerle y le regalen el corazón y sean felices. La cruz del Valle de los Caídos (¡Perdón, de Cuelgamuros!) uno de los monumentos arquitectónicos más impresionantes de España se está poniendo en cuestión y hasta se ha hablado, cual talibanes del siglo XXI, de demolición. Sería algo imperdonable a todas luces. Algo así como si Francia demoliera el “Sacre Coeur” de Montmartre por sus connotaciones decimonónicas y su constitución laica.
Pero el Señor viene a nosotros, en la voz de los profetas, en la fidelidad de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Como dice la Palabra: “como un pastor lleva en los brazos los corderos” así nos lleva a nosotros y nos alimenta sin medida.
La Iglesia quiere ser en este tiempo signo de esperanza para la humanidad y apostar sin condiciones por el Niño hecho carne que viene en Navidad. Él es la esperanza más firme de esta vieja humanidad, si no la única. Él es el redentor, el liberador, el pastor que cuida con amor desmedido a su pueblo y ovejas de su rebaño. Por eso la Iglesia grita con Juan Bautista: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, rebajad sus colinas…”
Existe una posibilidad en nosotros y en el regazo de nuestro mundo para la serenidad y la felicidad del corazón –y todos lo sabemos- ¿por qué renunciar a ella con nuestras apuestas mediocres y ramplonas? ¿Por qué no subirnos a la esperanza? Éste es el reto que nos trae el Adviento. Éste es el reto de la Iglesia y de cada uno de los cristianos: aportar un poco de luz, de esperanza y de alegría en este valle de lágrimas que la crisis nos quiere vender.
¿Y por qué esta esperanza? “Porque viene el Señor con su fuerza, le acompaña su salario y su recompensa lo precede”
Podemos unirnos hoy a la voz poética de Juan Antonio Labordeta:
CANTO A LA LIBERTAD
Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga Libertad.
Hermano aquí mi mano
será tuya mi frente
y tu gesto de siempre
caerá sin levantar
huracanes de miedo
ante la libertad.
Haremos el camino
en un mismo trazado
uniendo nuestros hombros
para así levantar
a aquellos que cayeron
gritando Libertad.
Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga Libertad.
Para un pan que en los siglos
nunca fue repartido
entre todos aquellos
que hicieron lo posible
para empujar la historia
hacia la libertad.
Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga Libertad.
También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver
pero habrá que forzarla
para que pueda ser.
Que sea como un viento
que arranque los matojos
surgiendo la verdad
y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la libertad.
Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga Libertad.