Lectura orante del Evangelio: Juan 10,1-10
Para Él no somos masa ni multitud. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre listo para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su gracia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios delineada por los profetas: se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma (Papa Francisco).
El que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
Dos imágenes de Jesús nos pueden ayudar a orar en este momento: puerta y pastor. Nos hablan de algo vital para nosotros: libertad, confianza, acompañamiento. La resurrección de Jesús es puerta que lleva a la vida. El amor de Jesús no tiene límites, ¡él es nuestro amigo! ¿Cómo tener miedo a su amor? ¡Qué gozo tan grande saber que Jesús nos conoce y nos entiende! En este momento de oración le dejamos entrar; nadie nos cuida como él.
Entra, Jesús, por nuestra puerta y conoceremos tu amor.
Las ovejas atienden a su voz… Camina delante de ellas y las ovejas lo siguen.
En estas palabras está el núcleo de nuestra fe: seguimos al que nos ama, nos cuida, nos acompaña. Escuchamos su voz; nada tan fascinante como escuchar su voz cada día. Jesús, como buen pastor, sin imponerse, va delante señalándonos el camino; no caminamos en solitario, no estamos abandonados. Jesús nos llama por nuestro nombre. Entra en los hospitales, se hace presente en las cárceles, acompaña las soledades que hacen daño.
¡Qué alegría saber que caminas con nosotros!
Yo soy la puerta de las ovejas… Quien entre por mí se salvará… y encontrará pastos.
La puerta de Jesús está siempre abierta. Quien se atreve a entrar confiadamente ve cómo Jesús le lleva, con suavidad y delicadeza de amigo, a los pastos de la vida, a lo más auténtico y real de la vida humana. Jesús nos hace partícipes de su admirable victoria, pone alegría y paz en los adentros.
Tú eres nuestro pastor. Si un día la tristeza nos invita a seguirla, le diremos que tenemos un compromiso con tu alegría.
Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.
El buen pastor viene para dar en abundancia, no para quitar. No quita nada y lo da todo (Benedicto XVI). El Pastor verdadero no huye frente al peligro abandonando a su rebaño; da su vida para salvar porque ama con pasión, ama con un amor sin límites. La vida de Jesús es una revelación de resurrección y ánimo en las fatigas. Hoy, a los seguidores de Jesús se nos pide que seamos creyentes llenos del Espíritu del Pastor Bueno, que podamos ayudarnos a crear el clima de acercamiento, mutua escucha, respeto recíproco y diálogo humilde para seguir construyendo una comunidad verdaderamente fraterna y samaritana.
Gracias, Jesús, buen Pastor. Tú vives y nos quieres vivos. ¡Aleluya!
Feliz Pascua – CIPE, abril 2023