Lectura orante del Evangelio: Juan 14,15-21
Sin el Espíritu no somos cristianos, no existe la Iglesia ni su misión (Papa Francisco).
Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.
La crisis ha roto el mundo de buenos y malos que habíamos creado, ha socavado los cimientos de una sociedad ensimismada que había descuidado el cuidado de los mayores y enfermos, la cercanía a los encarcelados, la atención amorosa a los más vulnerables. Ahora todos estamos necesitados de cura. ¿Quién nos curará? ¿Quién protegerá nuestra fe de la mentira? Jesús, que conoce nuestro desvalimiento, reactiva nuestra alegría, ora al Padre para que nos envíe el Espíritu de la verdad. ¡Qué imagen tan bella: Jesús, orando por nosotros! ¡Qué experiencia tan gozosa: saber que el Espíritu está siempre con nosotros ayudándonos, volviéndonos a la vida! ¡Qué alegría! El Espíritu: amigo, verdad, alegría en la interioridad, dulzura en las fatigas, vida en medio de la muerte, novedad inagotable.
Te alabamos, Espíritu Santo.
Vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.
Cuando sentimos que el entramado de la sociedad del bienestar se ha convertido en frágil estructura de arcilla, agrietada, por donde se escapa el agua de la vida, Jesús nos hace el regalo más grande, aquí y ahora: el Espíritu. Que no viene de fuera, sino que nace de dentro, mora con nosotros, está en nosotros. Es un surtidor de agua que nace en los manantiales profundos de la persona y suena como la más hermosa de las canciones. El Espíritu vive en nuestra interioridad más original y creativa. Somos barro, pero amados. Nos toca estar atentos a su voz, para percibir su vigor, su belleza, su fecundidad, su alegría. Con el Espíritu en nosotros, vivimos una soledad acompañada, siempre sonora. Pedimos la gracia de acostumbrarnos a su presencia amorosa, de oír su voz.
Espíritu, oramos esperándote, sintiéndote, dejándonos mover por ti, como hizo María.
Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.
El Espíritu da cimiento consistente a nuestra vida, nos invita a pasar de la incertidumbre a la tierra firme de la confianza, del aislamiento a la solicitud amorosa hacia los enfermos (“no me rechaces ahora en la vejez, no me abandones”) dejándonos cautivar por su rostro desgastado. El Espíritu, abogado de la verdad que libera, recrea nuestra identidad en el mundo, nos da esperanza en el futuro, nos enseña a amar. El Espíritu nos ayuda a descubrir una presencia sorprendente e inesperada en el corazón: la presencia de la Trinidad vive en nuestra interioridad. Ya podemos mirarlo todo con sus ojos amorosos. Estamos en Jesús y Jesús en nosotros.
Bendito seas, Espíritu Santo.
El que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.
El Padre, el Espíritu, Jesús desean manifestarse a nosotros encendiendo en nuestros corazones la llama del amor. ¿Nos atreveremos a entrar en la interioridad y hacernos conscientes de su presencia? Laoración verdadera no es otra cosa que un diálogo de amor con la Trinidad. Nuestra vida, gracias al Espíritu, cambia por completo, ya solo amar, amar solidariamente, es nuestro ejercicio. Esta es la respuesta más creativa al momento presente. No lo olvidamos: El Espíritu Santo te ama.
Gracias, Espíritu Santo.
Feliz Pascua del Espíritu. Feliz Pascua del enfermo – CIPE, mayo de 2023