13º Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 10,37-42

«Hay que hacerse pequeño para escuchar a Dios» (Papa Francisco)

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí

¿Cómo oraremos estas palabras de Jesús, tan radicales y extrañas a primera vista? ¡Ven, Espíritu Santo y danos tu luz para entender y vivir el Evangelio! Hay algo que está por encima de lo demás, incluida la familia: amar a Jesús, o sea la realización de la persona según el proyecto del reino de Dios y su justicia. Amar a la familia y luchar por ella no significa someterse a ella como si fuera algo absoluto e intocable. Todo es relativo menos Dios. Tomamos decisiones vitales para no renunciar a la vida. La opción por Jesús, el amor a él, pone todo, también a la familia, en su sitio; esta libertad crítica es lo mejor para nosotros, para la familia, y para el proyecto de familia universal querida por Dios. «Gracias, Jesús. ¡Cuánta luz y vida tienen tus palabras!»

El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí

Otra palabra difícil de entender y vivir. Otra palabra llena de vida para nosotros y para los demás. Con Santa María, nos disponemos a estar largo rato con la Palabra, hasta que nos vaya desvelando toda su luz. ¿Cómo queremos seguir a Jesús, el crucificado por amor a nosotros, el crucificado por estar cerca y llevar consuelo a los crucificados, si huimos de la cruz? ¿Cómo queremos estar con los crucificados y no vernos un día, como Jesús, crucificados? Ser cristianos no es buscarnos un Dios a nuestra medida, no es buscar cruces ni cargarlas sobre los demás. Ser amigos de Jesús es acoger el instante de gracia para amar, aunque conlleve sufrir, gritar, callar. ¿Por qué no dar el paso hacia el Amor? ¿Por qué no dar la vida aquí y ahora? La alegría brota de la entrega total. «Perder la vida por ti, Jesús, es encontrarte. Juntos andemos, Señor».

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, no perderá su recompensa

Jesús nos pone siempre mirando al que tiene necesidad. Se identifica con los pequeños de la tierra. El Espíritu prepara en nosotros, en la oración, cosas buenas para los pequeños, hace germinar en el corazón esos gestos que cambian la historia de cada día. Un vaso de agua fresca dado a los pequeños no deja de ser visto por el Padre. En el fondo de la vida hay alguien que bendice, acoge y recompensa a los donantes de vida. Un pequeño detalle de gratuidad ofrecido, aquí y ahora, ¡cuánta alegría suscita! Es como un oleaje de vida que llega hasta las orillas del mundo. Dar no seca el agua de nuestro pozo, la desborda. Solo el amor, recibido y dado, hace que la vida merezca la pena. «Jesús, tú eres un vaso de agua fresca para nuestra sed. ¡Bendito y alabado eres, Señor!»

Feliz Domingo – CIPE, julio 2017

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