Lectura orante del Evangelio: Mateo 18,21-35
«Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz» (Palabras del Papa Francisco en Colombia).
Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
¿Puede volver a ser transparente el agua de nuestra fuente? ¿Es posible recuperar la inocencia y la transparencia, perdidas en tantos recodos del camino? ¿Se puede dejar de oír el oleaje del Espíritu? ¿Es posible perdonar? Perdón y oración se dan la mano. Alegría y perdón se encuentran en nuestra interioridad. La verdad pasa por el perdón, nunca por la venganza. En el perdón no hay límites. Es lo que nos enseña el Espíritu de Jesús. «Andamos con la raíz manchada y te preguntamos: ¿Cuántas veces tenemos que perdonar, Señor?»
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
La generosidad de Pedro -las corrientes más generosas entre los judíos llegaban hasta cuatro veces- se queda pequeña ante la propuesta del Maestro. Jesús rompe el estrecho círculo de nuestros cálculos humanos; nos invita a entrar en un horizonte ilimitado de reconciliación. El corazón de los hijos e hijas de Dios, que el paso de Jesús ha dejado vestido de gracia y hermosura, no puede revestirse de rencor y resentimiento. Más allá del rencor hay un amplísimo horizonte. Es hora de perdonar. El perdón es la fragancia que la violeta suelta, cuando se levanta el zapato que la aplastó. «Jesús, ayúdanos cada mañana a elegir perdonar siempre».
Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
La compasión es un camino de ida y vuelta. Los otros son paso obligado para ir a Dios. Lo que Dios ha hecho con nosotros, su obra de compasión y misericordia, no puede quedar interrumpida con nuestra resistencia a perdonar a los otros. Además, ¡qué desproporción tan enorme entre los dos perdones: el que Dios nos concede y el que nosotros somos invitados a dar! «Actúa, tú, Espíritu Santo, en nuestro interior, sana nuestro corazón orgulloso y resentido».
Perdonar de corazón.
Jesús nos propone perdonar de corazón. Para vivir y convivir necesitamos perdonar. El mundo necesita cada mañana bocanadas de aire fresco de perdón. Lo mínimo que nos puede quedar del encuentro amistoso con Dios es ese saneamiento radical del corazón en las relaciones con los demás. La gran señal de la oración es el espíritu de perdón, la fortaleza para encajar golpes, la facilidad para quitar de la memoria los pequeños agravios que nos han hecho. Si no hay perdón, «no fíe mucho de su oración», decía santa Teresa. El perdón, recibido y dado, sana las heridas más hondas, posibilita nuestra convivencia. El mundo, tan saturado de culpas, está a la espera de perdón. Frente a la venganza sin límites, está el perdón sin límites. Necesitamos urgentemente testigos de Jesús que contagien con corazón humilde la paz de Jesús, que vivan perdonando sin dedicarse a señalar faltas en los demás. «Enséñanos, Señor, a perdonar, porque Tú nos perdonas. Amén».
CIPE – Septiembre 2017