Lectura orante del Evangelio: Lucas 2, 22-40
“La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente” (Lema de la jornada de la vida consagrada).
Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.
Los encuentros vivos con Jesús tienen lugar en medio del pueblo creyente. Todo se ilumina cuando llega Jesús. La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la donación total de la propia vida de los consagrados. “Pongamos ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo” (Papa Francisco).
Simeón, hombre justo y piadoso, aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él.
A José y María les salen al encuentro dos ancianos, que tienen el arte de vivir con Dios. Los jóvenes escuchan, los ancianos hablan. En el marco de la ley acontece la fiesta del encuentro, lo extraordinario de la profecía, la sorpresa de Dios. “Si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos tienen las llaves” (Papa Francisco). El gozo de la salvación lo pone en marcha el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas. En la fidelidad a la ley y al Espíritu, Dios pide que lo encontremos en los hermanos, en la vida de cada día. “Los hermanos y hermanas que Dios nos da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar” (Papa Francisco). Renueva, Espíritu Santo, la profecía en la vida consagrada.
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.
Toma al niño de los brazos de su madre. Lleno de gozo, toca con fe al niño; le late el corazón; ya no le da miedo la muerte. Al gesto de Simeón le sucede la palabra de bendición para todos. Llamados a recibir a Jesús que viene, los consagrados estrenan tiempos de encuentro y bendición. Pobres, castos, obedientes… son ricos en esperanza y alegría porque abrazan a Jesús, lo tocan con las manos en la vida de cada día. En ti, Jesús, abrazamos a la humanidad.
Mis ojos han visto a tu Salvador.
Simeón se convierte en testigo. Ve la sencillez de Dios y profetiza. Su canto Nunc dimittis, precioso canto de quien ya ve la salvación,encierra todos los cantos del Espíritu. Llama a Jesús: Luz para alumbrar a las naciones, subrayando el carácter universalista de la salvación. Ante Jesucristo nadie puede quedar indiferente. El encuentro con él provoca ineludiblemente un enamoramiento nuevo. Es imposible conocerte y no amarte, Jesús; es imposible, Señor.
Ana presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Muchos años de viuda, pero no sombría. Identificada con el templo, columna de la espiritualidad judía, agitada por la gracia, aguarda la liberación. A Ana, como a los consagrados, se le enciende el alma y el corazón de una forma profética para proclamar la liberación. Rompe su silencio y deja oír la profecía. Es la mujer tocada, visitada por Dios, que habla del niño a todos. Alaba y da alegría al pueblo. La vida consagrada germina y florece en la Iglesia; si se aísla, se marchita. Gracias, Señor, por los consagrados: ojos que brillan de alegría.
Feliz fiesta de la Presentación del Señor, del encuentro con él. CIPE – febrero 2020
Documentación: Domingo de la Presentación del Señor Lectura orante del Evangelio: Lucas 2,22-40