Lectura orante del Evangelio: Mateo 22, 1-14
“Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura reflejada en todos los pueblos de la tierra, para descubrir que todos son importantes” (Papa Francisco, Fratelli tutti).
Venid a la boda.
La iniciativa es de Dios. Jesús sale a los caminos para decirlo. Hoy lo hace con una parábola que habla de una boda. Sabe que las gentes que lo rodean no hay experiencia más gozosa que ser invitados a una boda y compartir juntos un banquete. A Jesús le encanta recordar que el proyecto de su Padre consiste en preparar una gran fiesta para todos, sin excluir a nadie, un ‘festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados’. ¡Qué imagen tan gozosa tiene del Padre! Para contagiarnos esta novedad inaudita, no se cansa de decir que el Reino es una fiesta de amor que el Padre prepara para todos los que ama. El Padre, ¡es tan amigo de dar! ¡Qué alegría! En él no existe la escasez ni tiene cabida la tristeza; la alegría y la vida son desbordantes. Nunca se cansa de amar. ¿Pensamos así de Dios? ¿Qué despierta en nosotros la invitación de Jesús?
Que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de esperanzas compartidas (Papa Francisco, Fratelli tutti).
Los convidados no hicieron caso.
Jesús dice que el amor puede no ser correspondido. Lo ha visto por experiencia, y nosotros también lo sabemos. ¿Por qué no entramos en la fiesta, en esta experiencia de Dios tan nueva y sorprendente, y nos quedamos en las afueras? ¿Acaso no necesitamos de Dios en esta hora? ¿Por qué no nos atrevernos a creer en el Padre que se goza viéndonos a todos reunidos en torno a su mesa? ¿Por qué en vez de dejarnos abrrazar por su amor, nos quedamos distraídos, satisfechos con nuestro bienestar, como si no necesitásemos alimentar una esperanza última? Al Padre no le ha quedado por hacer. ¿Qué nos queda hacer a nosotros? ¿Cómo es posible rechazar a alguien tan fascinante y entender y vivir la vida como si la Trinidad no la hubiese besado?
Dios nuestro, Trinidad de amor, desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina derrama en nosotros el río del amor fraterno (Papa Francisco, Fratelli tutti).
Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
Jesús habla de un Padre que, a pesar de nuestros desaires, no se desalienta y sigue llamando a una fiesta de libertad. A pesar de la pandemia del ‘no al amor’, no suspende la fiesta. Quiere ver la sala llena. No puede dejar al mundo sin la gratuidad, ternura, misericordia que inundan su corazón. Ningún fracaso o infidelidad por nuestra parte le cierra las entrañas. Su amor, siempre creativo, nos convoca de nuevo, una y otra vez. ¿Quién seguirá anunciando esta fiesta de Dios? La Iglesia está llamada a hacerlo, con fe y alegría. El don del Padre se convierte en tarea nuestra. El vestido de fiesta para entrar siempre será el amor, recibido y dado.
Danos, Señor, el Espíritu, para decir con santa Teresa: “Tengo gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios” (6 Moradas 6, 3).