Lunes, 26 de febrero
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
La misericordia es la forma que tiene Dios de mirar nuestra debilidad. Es su forma de decir no a toda la cultura de violencia entre pueblos, a la desigualdad de oportunidades de unos y otros, a la situación dramática de millones de emigrantes que se desplazan por la geografía de la tierra. Jesús no te pide que obedezcas a Dios, sino que te parezcas a él, que actúes como él actúa. Porque el amor no se agota en sentimientos.
Espíritu Santo, muévenos a la compasión y a la ternura.
Martes, 27 de febrero
“No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23, 11).
Jesús desea que se viva en la Iglesia así: el primero, que sirva; el más grande, que se haga pequeño. Así surge una nueva humanidad. Los dones no los concede el Espíritu para distinguirnos de los otros y menos para dominarlos, sino para construir entre todos un mundo nuevo. En la oración, aprendes a no responder a nada con la venganza, enciendes en todo conflicto una pequeña luz.
«Enséñanos, Jesús, a servir con alegría. Queremos poner nuestros pies en tus pisadas».
Miércoles, 28 de febrero
«El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).
En los tiempos de silencio que tengas durante esta Cuaresma puedes hacerte esta pregunta: Yo, ¿para qué estoy aquí? Jesús lo tenía muy claro: para dar vida. En el grupo de los amigos de Jesús da vida quien sirve y traduce el servicio de forma creativa. Esta forma de colocarse en el mundo es liberadora no sólo a nivel individual, sino también social. Tú también puedes decir “no” a la cultura consumista de que “me sirvan los otros”, “no” a “aparentar” más que los demás, sino a ofrecer con sencillez los dones recibidos.
Actúa en nosotros, Espíritu de amor. Envíanos tu fuerza para ser testigos del Evangelio, siguiendo el camino de Jesús.
Jueves, 29 de febrero
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día…. y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico” (Lc 16, 19-21).
La palabra sigue hablando hoy de mendigos y de ricos. La palabra sigue hablando hoy de un Dios que se vuelca con los mendigos, más aún, que se hace mendigo del mundo por amor. No te defiendas ante ella. Deja que ponga al descubierto la realidad escondida detrás de las apariencias. Deja que Jesús ilumine los criterios con que miras estas situaciones, los valores vitales para ti, las líneas clave de tu pensamiento, las fuentes en las que te inspiras para vivir.
Espíritu Santo, quiero trabajar en equipo contigo para poner amor donde no lo hay. Deseo aprender a sentir, pensar, vivir y organizar la vida desde la fe.
Viernes, 1 de marzo
Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’» (Mt 21, 37-38).
Dios, en su Hijo Jesús, lo dijo todo y lo dio todo. ¡Hasta ese tipo de locura llega el amor del Padre por todos nosotros! Dios conoce lo que somos en el fondo del corazón humano y sin embargo viene desarmado a nuestro encuentro. Jesús en persona se aproxima a tu camino, llama a tu puerta, quiere entrar en tu historia. Acostúmbrate a tener a Jesús siempre contigo. Con él en medio brota el amor y se extiende por el mundo la justicia y el derecho.
«Jesús, peregrino de amor, gracias por querer entrar en mi historia».
Sábado, 2 de marzo
«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15, 20).
Jesús es el mejor guía para decirnos cómo es el Padre. No nos pierde de vista cuando nos alejamos. ¿Acaso puede brotar una relación afectiva con Dios sin esta experiencia de sentirnos incondicionalmente aceptados y queridos? Somos hijos de un Padre que hace fiesta porque al vernos le da un vuelco el corazón. Siempre que volvemos nos susurra al oído: “Todo lo mío es tuyo”.
Bendito seas por siempre, Padre, que siempre nos esperas. Todo lo tuyo es para nosotros».