Lectura orante del Evangelio: Marcos 9,2-10
Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo (Papa Francisco).
Jesús se transfiguró delante de ellos.
Algo muy grande está en juego cuando Jesús toma la iniciativa y lleva a tres amigos a un monte alto para vivir una experiencia fuerte de oración. En los discípulos estamos nosotros. ¡Cuánto nos ama Jesús! ¡Qué buen compañero de camino es! Sabe que nos hace falta un encuentro transfigurador para conocerle de verdad –su misterio es demasiado grande para nosotros- y nos propone una cita en el silencio y la soledad, en la luz. Necesitamos descalzarnos de nuestra mentalidad para ver lo nuevo de Dios. Al mirar a Jesús, a quien la belleza y alegría del Padre le salen por todos los poros de su cuerpo, las dudas y resistencias de nuestro corazón quedan vencidas por su luz.
De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura (Santa Teresa, Vida 37,4). Jesús, te miramos. Muéstranos tu misterio, para que podamos abrazar tu cruz.
Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: ‘Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!’
Pedro, que no comprendía el camino de entrega crucificada de Jesús, expresa su fascinación ante lo que ve; pero sigue sin entender a Jesús porque coloca su ego en el centro. Mirarse mucho a sí mismo produce desmayo; mirar el proyecto de amor de Jesús, y dejarnos mirar por él, trae vida, lucidez, transparencia, sentido, gozo pleno, misión apasionante, comunión espaciosa con los pequeños y vulnerables. La oración no consiste en buscar experiencias que nos dejen sobrecogidos, consiste en entrar confiadamente en el querer de Dios; de ahí brotan la luz y la alegría, la belleza del Evangelio, el pan, que se hace nuestro, en una mesa común.
Gracias, Espíritu, por enseñarnos a poner los ojos en Jesús y encontrar, en él, la libertad.
Salió una voz de la nube: ‘Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo’.
La oración es para poner los ojos en Jesús, que es la riqueza de los pobres; para abrir el oído y escuchar la fuerza humanizadora de su Palabra, que tanto da; para centrar en él la atención amorosa, sin obstáculos que lo impidan, y verlo todo con él. ¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Tanto amor para entregar al mundo! ¡Tanta alegría para sembrar en los corazones heridos! Sólo podemos ser discípulos si le escuchamos. ¡Qué hermosa tarea!: escuchar juntos el Evangelio de Jesús, unidos también a los que no tienen esperanza. En él, el Padre nos lo ha dicho todo, nos ha comunicado su amor, nos ha dado a conocer su ternura, se ha acercado tanto que se ha hecho uno de nosotros. La escucha de la Palabra revitaliza nuestra fe. ¿Cómo responder a tanto amor?
Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con él (Santa Teresa, Vida 9,9). Gracias, Padre, por invitarnos a escuchar a Jesús. En su palabra nos dices todo tu amor.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Solos con Jesús, que va delante para dar la vida. A solas con Jesús: este es nuestro camino de discípulos. Nuestros ojos, en él. Nuestro trato amistoso, con él. Nuestro servicio a los pobres, por él, que está en ellos. Amar con él, llevar la cruz con él, para que no se enfríe el amor. Anunciar, con él, la fuerza liberadora del Evangelio. Siempre con Jesús: viendo la vida con sus ojos, abrazando la cruz como expresión de amor a él, cantando a la vez que caminamos hacia la Pascua. Con un grito que nos brota, al unir Cruz y Resurrección: ¿Quién nos separará del amor de Jesús? (Rm 8,35).
Gracias, Jesús. Quien más te entiende, más te ama, más te alaba.
La Cuaresma: un camino recorrido con Jesús. ¡Feliz aventura! CIPE – febrero 2024