Lectura orante del Evangelio: Juan 2,13-25
Dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones (Papa Francisco).
No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Nuestra interioridad es casa del Padre; somos templo del Espíritu. Dentro llevamos la morada de Dios como un tesoro escondido. ¿Somos conscientes de este gran don? Muchas veces, nuestra oración será solo eso: mirarnos habitados por el amor, y hacerlo con atención amorosa. Es verdad que nuestra interioridad puede convertirse en un mercado, donde queremos comprar a Dios con una práctica religiosa sin corazón. Pero también lo es que, gracias al Espíritu Santo, puede llegar a ser un manantial inagotable de vida. Estemos como estemos en este momento, aventurémonos en este camino de confianza y amistad con Jesús. Sin huir de nosotros, quedémonos con él, mirándole y dejándonos mirar por él. Con una escucha atenta a su querer, en silencio amoroso y soledad acogedora, sin muchos artificios y estorbos, yendo prontamente al encuentro, a la comunión con él. La pobreza, la verdad, la sencillez compran los ojos de Dios. Tú, Señor, que sondeas y conoces nuestro corazón, mira si nuestro camino se desvía y guíanos por el camino recto.
¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Estas palabras, dichas por los judíos en polémica con Jesús, nos sirven a nosotros para dialogar con él: ¿Por qué te metes en nuestra casa? ¿Por qué te duele nuestra vida? ¿Por qué no nos dejas solos, viviendo a nuestro aire y antojo? La única razón es porque nos ama. Una alianza de amor con nosotros le quema las entrañas. Está dispuesto a dar la vida en una cruz, para que nos nazca, como un milagro, la vida nueva. Por amor limpia nuestro corazón y lo capacita para un encuentro amoroso con el Padre y con los demás. Estás loco de amor por nosotros, ¿cuándo lo entenderemos? Amas nuestra vida y nos invitas a darla en gratuidad, como la das tú. Una y otra vez nos dices que somos amor.
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Ya es tiempo de mirar a Jesús crucificado; su entrega es fuerza y sabiduría de Dios para este mundo. Ya es tiempo de mirar su rostro torturado y llenar en su fuente, que mana y corre, nuestro cántaro. Ya es hora de descubrir que no le ha quedado nada por hacer para levantar nuestra dignidad perdida y recrear nuestra belleza pisoteada. Jesús, grano de trigo, muere en tierra, y a nosotros nos levanta como templo vivo para adorar al Padre, como casa de acogida para escuchar el dolor de los que sufren, como eucaristía para compartir el pan con los pobres. Gracias, Jesús. Contigo, todo comienza de nuevo.
Cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
En medio de nuestro mundo tan complejo, optamos por ti, Jesús, creemos en ti. Reconocemos tu donación de amor en el corazón de la vida. Tú eres el nuevo templo en el que encontramos la entrañable misericordia del Padre. La vida, contigo en medio, está de estreno. Creemos en ti, Jesús, vida dada por amor. Te amamos. Juntos andemos.