Lectura orante del Evangelio: Juan 1,1-18
Y que Dios sería hombre y que el hombre Dios sería (San Juan de la Cruz).
En el principio existía el Verbo.
Nuestra vida está llena de sentido, porque una Palabra de amor nos habita; desde el principio nos ama. Somos fruto de la Palabra. Llevamos la cercanía de Dios en las entrañas, porque la Palabra, que es lo más profundo que Dios tiene, crea profundidad en nosotros. Somos dioses por participación. Nos mana por dentro una fuente que no nace de nosotros, llevamos una luz que no hemos encendido, somos un amor que no proviene de nuestra hoguera. El Espíritu nos capacita para acoger, ser conscientes y agradecer este don. La oración nos ayuda a explorar esta interioridad habitada, nos permite entablar con la Palabra, hecha carne, una comunicación de amor. La Palabra, acogida, guardada en la interioridad, amada…, es nuestro suelo firme, manantial inagotable de vida. Jesús, tú eres la Palabra que habita nuestro interior; tú nos abrazas, llamándonos a la vida.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
La iniciativa del encuentro es de la Palabra. El Verbo se hace humanidad, se convierte en nuestro confidente, echa raíces en nuestra tierra, hace suyo todo lo nuestro, hace nuestro todo lo suyo, nos ama desde abajo y desde dentro, entrelaza lo divino con lo humano, acoge nuestras heridas y pone en nosotros su alegría, se alegra de ser Dios para poder darse como Dios. Porque ha venido a nuestra morada, lo nuevo es posible. Jesús, tú estás en nosotros amando, escribes tu compasión y ternura en nuestra historia.
Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre.
Solo Jesús nos descubre el corazón del Padre y nos muestra su rostro. Quien lo ve a él, ve al Padre. Necesitamos mirar detenidamente los Evangelios para recuperar la humanidad de Jesús. Cuando lo miramos humano, todo lo nuestro se llena de luz y renace la esperanza. En él descubrimos al amigo verdadero junto al que se va gestando nuestro ser más auténtico. Al poner en el centro a Jesús ponemos en el centro a todo ser humano, especialmente a los más pequeñitos. Jesús, vístenos de la ternura del Padre.
De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Al poner los pies en el terreno de Jesús, descubrimos que Dios quiere para nosotros la plenitud; esta es su alegría: que vivamos plenamente, llenos de su gracia. Resuenan muy bien estas palabras invitándonos a recibir una gracia que nunca se acaba. Sus misericordias nunca se agotan. La oración es un momento privilegiado para recibir su gracia, para confiar en su entrega. Si no nos implicamos, nuestra relación con Jesús se debilita, se vuelve tibia y volvemos nosotros a ser el centro del mundo. Cada día es una oportunidad para recomenzar una y otra vez. Aquí descubrimos la infinita paciencia de Jesús y aprendemos a ser pacientes con nosotros y con los demás. Los que más disfrutan de la vida son los que dejan su seguridad en la orilla y se apasionan por el estilo de vivir de Jesús, los que multiplican abrazos de bienaventuranza a los que viven perdidos en las periferias. Jesús, abrimos nuestro corazón para recibirte, porque todo nuestro bien consiste en recibir de ti.