Domingo cuarto del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Marcos 1,21-28

Espíritu Santo, pon en nuestros labios el nombre de Jesús (San Pablo).

La enseñanza y actuación de Jesús en el pueblo y en la sinagoga de Cafarnaún, llenas del Espíritu vivificador, provocan admiración en las gentes sencillas. Oyen palabras de liberación y comprueban que se realiza lo que dice. Manda callar y salir al espíritu inmundo que se había adueñado de un pobrecillo y lo tenía atormentado. ¿Qué es esto?, se preguntan los testigos de lo nuevo e inaudito. Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. ¿Cómo reaccionamos ante él?

¿Qué es esto, Señor? Ahora, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable!… ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío!: que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad (Santa Teresa).    

Las gentes de Cafarnaún nunca habían visto nada parecido. Cada sábado acudían a la sinagoga a escuchar los comentarios a la Ley y los Profetas que hacían los escribas. Había una hospitalidad de la Palabra. Pero esto de Jesús era otra cosa: qué frescura, qué novedad, qué dignidad y belleza tenían sus palabras. Oyendo a Jesús les parecía estar escuchando a Dios. Sentían que la palabra de Jesús les tocaba el corazón, les infundía una fuerza del Espíritu nunca antes sentida. Entendían lo que Jesús decía. ¿Cuál es nuestra actitud ante Jesús? ¿Le damos nuestra confianza?

¡Oh qué buen Señor y qué poderoso! Tus palabras son obras (Santa Teresa).

¡Qué distinto el espíritu inmundo del Espíritu de Jesús! Uno atormenta, hace sufrir, lleva a la muerte; otro vence el mal, libera, llena de alegría. ¡Cuánto necesita nuestro mundo, marcado por la corrupción y el abuso, por la injusticia y la insolidaridad, al Espíritu de Jesús! La palabra poderosa de Jesús es capaz de sacar de cada uno de nosotros el mal que nos esclaviza. Este es el camino que enseña a sus amigos: mandar, en su nombre, que salgan los males de la vida, luchar contra todo lo que destruye la dignidad del ser humano. Es hora de vencer los miedos; Jesús es más fuerte.

No entiendo estos miedos: ‘¡demonio! ¡demonio!’, adonde podemos decir: ‘¡Dios! ¡Dios!, y hacerle temblar’ (Santa Teresa).

Las gentes, que escuchan y ven lo que Jesús dice y hace, cuentan a todos lo que han visto y oído, se vuelven misioneros. La fama de Jesús se extiende por todas partes. Su perfume llena de buen olor toda la casa. Las aguas torrenciales no pueden apagar la belleza de su palabra. ¿Extenderemos nosotros la alegría del Evangelio para que continúe la fiesta liberadora!

Sea Dios alabado y entendido un poquito más y gríteme todo el mundo… Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos. Amén (Santa Teresa).    

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