Domingo décimo cuarto del tiempo ordinario

Dios te salve, reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.

¿A quién no le nacen por dentro las preguntas cuando se acerca a Jesús, el profeta que ve la vida con los ojos de Dios? ¿Quién es Jesús? ¿Qué misterio se esconde en su interioridad? ¿De dónde le nace tanta ternura, tanta sabiduría? ¿Qué tiene que ver conmigo? ¿Qué relación hay entre él y el sentido de mi vida?

Espíritu Santo, llévanos a Jesús, enséñanos a decir: Jesús es Señor.

Seguiremos con más preguntas. ¿Cerrará lo razonable el paso a su misterio de Dios y hombre? ¿Qué hacer si nos inquietan las dudas? ¿Le entregaremos el corazón? Necesitamos la gracia interior del Espíritu Santo para todo. Las cosas de Dios no se pueden entender solo con la cabeza, es necesario abrir el corazón al Espíritu Santo (Papa Francisco). Mientras haya alguien que practique la verdad habrá para el mundo una esperanza de conversión y de cambio.

Espíritu Santo, vence nuestras resistencias a entregar el corazón a Jesús.

¿Podemos, aun viendo en Jesús tanta ternura y compasión, llegar a la desconfianza y cerrarle la puerta, quedándonos en una tristeza que no tiene salida? Jesucristo es un abismo de luz. Hay que cerrar los ojos para no caer en él, decía Kafka. Cuánto nos cuesta identificar el rostro de los profetas entre las que personas que conviven con nosotros. Menos mal que está María, José y tantos testigos, a los que el encuentro con Jesús les ha llenado la vida de alegría. Ellos gritan desde las azoteas: no os dejéis robar la esperanza, echad fuera los pesimismos estériles, no caigáis en la tentación de abandonar a Jesús cuando vengan las dificultades.

Contigo, María, siempre renace la esperanza.  

Sólo la fe deja paso a los milagros; sólo los creyentes ven, en todo, las huellas de Jesús y ven todo con sus ojos. Creer de Dios más y más, aconsejaba santa Teresa. La fe permite ver los paisajes que todavía no existen. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina (Papa Francisco). Con Jesús, que descolocaba a los poderosos cuando se fijaba en una pobre viuda y arriesgaba su vida para que los tenidos por buenos no lapidaran a la adúltera, es posible un futuro mejor.

Jesús, Señor, eres nuestro criterio de verdad. Te adoramos, confiamos en ti.

A Jesús no se le entiende desde fuera. No se experimenta su reino si sólo se ve su mar desde la orilla. Hay que zambullirse y confiar en él. Esta filigrana la lleva a cabo el Espíritu. No tengamos miedo, al igual que no tuvo miedo aquella mujer anciana de tocar su manto. ¡No tengamos miedo! Corramos por ese camino, con la mirada siempre fija en Jesús y nos encontraremos con esa bella sorpresa: Nos llenará de estupor porque el mismo Jesús ha fijado su mirada en mí (Papa Francisco).

José, danos tu fe, llévanos a Jesús.  

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