Domingo décimo quinto del tiempo ordinario

Revístenos con tu escapulario. Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del cielo. Virgen fecunda y singular. Oh Madre tierna, intacta de hombre. A los carmelitas (a todos) protege tu nombre. Estrella del mar.  

¡Jesús! María nos invita a poner en él nuestra mirada. Él es fuente y pan, luz y verdad. Jesús llama, sigue llamándonos ahora. ¡Nos envía a compartir el Evangelio! Seamos grandes o pequeños, ¡qué importa!; Jesús nos envía a mostrar la bondad y el amor del Padre. Existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios (Papa Francisco). El Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas. Hay muchas heridas en el corazón del ser humano, muchos espíritus inmundos, que están esperando ser curados con la ternura. Con María pisamos la cabeza del mal.

Virgen del Carmen, vamos contigo a la misión. 

¿Cómo hacer el camino? Libres. Con un bastón, unas sandalias, una túnica. Con mucho amor a Jesús y mucha pasión por el pueblo. ¿No será poco? No, no es poco. La seguridad no está en las cosas, sino en el que nos envía: Te basta mi gracia. Cada uno de nosotros somos una misión que nos nace en el corazón y que vivimos con una pobreza confiada: Sólo Dios basta. ¡Qué belleza tiene el envío misionero!: Limpio y alegre, profético y libre de toda falsa seguridad, pobre, sin otros intereses que la pasión de que las gentes miren a Jesús. María orienta nuestros pies hacia las orillas, donde gritan los que esperan curación y liberación. Con María nos mostramos disponibles.

Virgen del Carmen, vamos contigo a cantar la canción de Jesús por los caminos.

Jesús nos quiere ligeros de equipaje y, a la vez, comprometidos con la realidad, encarnados. Con tiempo para quedarnos allí donde las personas necesitan liberación, con calma para compartir el pan y el vino de Jesús con los que buscan sentido a la vida. Con la alegría de quedarnos en casa de las gentes, donde acontecen las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma, hasta que Jesús nos envíe de nuevo. Con María nos quedamos en la casa de los pobres para compartir la alegría de Dios.

Virgen del Carmen, tú nos enseñas a contagiar el Evangelio de Jesús con verdad y sencillez.

¿Salimos? Eso es lo que quiere Jesús: que salgamos y acompañemos a la humanidad en su camino hacia la alegría, hacia la buena nueva del amor de Dios. Que salgamos y orientemos la sed de los corazones hacia la fonte que mana y corre. Que salgamos y llevemos a los hambrientos a la mesa donde se comparte la vida en una cena que recrea y enamora. Que salgamos con sencillez, hondura y belleza. Con María nos ponemos en camino. Porque hemos sido muy bendecidos, podemos abrir brechas al amor en el corazón de las gentes.

¡Qué hermosa eres, Virgen del Carmen! Con tu dulzura alientas nuestros pasos.  

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